jueves, 19 de diciembre de 2013

Los patriotas sin bandera





En el año 2001 fui por primera vez a Grecia. Sólo tres días antes de que saliese mi vuelo con destino a Atenas, las Torres Gemelas se estrellaban contra el asfalto de Nueva York. Olympic Airways me llamó para saber si quería cancelar mi vuelo dada la histeria general y el pánico global que había sembrado el ataque. Llevaba un año planeando el viaje y decidí que, si tenía que pasarme algo malo, prefería estar disfrutando de mis vacaciones en lugar de estar encerrada en mi casa.

¿Por qué tanto empeño en ir a Grecia? Yo estudié griego antiguo durante algún tiempo, traduje como pude textos de Jenofonte, de Eurípides, de Aristófanes... aprendí a amar la cultura helena, su mitología, su historia. No son unos cualquiera, los griegos, por mucho que los alemanes lo intenten. Pioneros en las artes y en las ciencias, nunca osaban separarlas. Las matemáticas o la astronomía no son nada sin la filosofía.

Debemos a los griegos el concepto, tan pervertido ya, de democracia. Hablamos griego a diario. Hasta este punto, ya has leído unas cuantas palabras en griego (pánico, histeria, filosofía, astronomía, matemáticas, helena...). Además, Grecia es un país mediterráneo, como el nuestro, repleto de pueblos de pescadores en los que se come de maravilla y donde la gente es hospitalaria y apacible.

Recuerdo lo emocionante que fue la primera vez que subí al Partenón, después de haber visto tantas fotos en clase de historia del arte, de haber leído tanto sobre su historia... Y recuerdo pasear por el Plaka, el barrio antiguo que lo rodea. Y sentarme junto al templo de Hefesto, viendo el ágora y pensando que por allí mismo han pasado grandes filósofos y artistas...



Después, he vuelto a Grecia dos veces más. Parece mentira que en un país tan pequeño haya tanto que ver. Miles de islas preciosas, por ejemplo. Entre las cosas que guardo en la memoria, noches de estrellas y cantos de cigarra en la isla de Ulises, Ítaca. Pero no solamente hay playas, en Grecia. Delfos, Epidauro, Micenas, Olimpia, Corinto, Esparta, Argos, Nauplia... Cada pequeño lugar esconde una historia milenaria, a veces mítica, a veces real.



¿Y a qué viene todo esto? Veréis, es que leo y leo como Grecia se va a la mierda. Veo como el barrio de Metaxourgeio por el que una vez paseé alegremente, es la arena donde los ciudadanos luchan contra el sistema como pueden. Veo como la Plaza Syndagma se llena de botes de humo y pelotas de goma. Veo como mi amigo Giorgos cierra su maravillosa posada en Nauplia, en la que me alojé cada vez que visité su hermoso país, porque le ahoga la crisis y los turistas no quieren ir a una Grecia hambrienta, a una Grecia en paro, a una Grecia sin esperanzas. Y me da pena. Mucha.




Y pienso... yo no soy griega. ¿Qué más me da? Pues me da. Porque España es otra Grecia sin rumbo y porque, como ya sabéis, no soy amante de las banderas, ni de los himnos ni de las fronteras. Pero amo la tierra y la cultura. Que no veáis una bandera de España ni una senyera colgada en mi balcón no significa que no eche de menos la Cala d'Aiguafreda, o la Puerta del Sol, o la Plaça del Diamant, o el Albaicín. No implica que no disfrute de una paella y de los churros con chocolate. Quizás me equivoque, pero creo que eso es justamente ser patriota. ¡Vaya, otra palabra griega!


1. Patriotismo: sentimiento que tiene un ser humano por la tierra natal o adoptiva a la que se siente ligado por unos determinados valores, cultura, historia y afectos. 

2. Chovinismo:  creencia narcisista, próxima a la paranoia y la mitomanía, de que lo propio del país o región al que uno pertenece es lo mejor en cualquier aspecto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Di lo que piensas, ¡es gratis!