miércoles, 29 de febrero de 2012

Los altruistas egoístas


Hace unos años leí un libro titulado The Selfish Gene (El gen egoísta) de Richard Dawking. Sin estar completamente de acuerdo con las teorías del señor Dawking, que prácticamente reduce cualquier acto humano a la voluntad de sus genes, sí destaco algunas cuestiones en las que coincidimos. Una de ellas es la paradoja del altruismo. Por definición, esta cualidad implica la realización voluntaria por parte de un ente de actos de los cuales no se beneficia. De aquí nacen algunas virtudes como la solidaridad. 

Si intento pensar en hechos completamente altruistas no se me ocurre absolutamente ninguno. Una madre que daría la vida por su hijo no hace sino asegurarse (de manera inconsciente, claro) de que su estirpe sobrevive para que, a su vez, procree con el tiempo. Alguien que dedica tiempo o dinero a obras de caridad recibe a su vez el beneficio espiritual de sentirse bien consigo mismo o la liberación de posibles sentimientos de culpa. Así pues, en el propio altruismo existen retazos de egoísmo. 

Quizá deberíamos plantearnos por qué a veces nos negamos lo que gustosamente damos a los demás. Amamos a los demás y esperamos ser amados. Amémonos a nosotros mismos. Cuidamos de los demás pero a veces descuidamos nuestra salud o nuestro aspecto. De vez en cuando, deberíamos regalarnos nuestro propio cariño. Con mesura, ser egoístas no tiene por qué ser malo.