lunes, 14 de octubre de 2013

Naranjas de la China: Suzhou y Luzhi

Este año me he propuesto ahorrar. Sí, me lo propongo cada año. No, casi nunca lo consigo. Pero este año tengo que conseguirlo, porque digamos que mi culo inquieto ya empieza a necesitar de ciertos cambios de aires que van a requerir un colchón económico. Para ahorrar, tengo que hacer dos cosas, no sucumbir tan fácilmente ante los escaparates de las tiendas chinas y viajar menos. No obstante, apenas hace un mes y medio que regresé de mis vacaciones en España (con un lapso en la Riviera Maya...) y ya me he montado una escapadita que, de momento, me obliga a posponer mi objetivo de ahorrar. Qué le voy a hacer... 

En esta ocasión me acerqué a Suzhou, una de las ciudades más importantes y la más bonita de la provincia de Jiangsu, a unos cuatrocientos kilómetros de Tianchang. Escogí Suzhou porque solamente tenía cinco días libres (y las distancias en China son enormes...) y porque mi amiga Jing Lu insistió mucho. Jing es china pero ha vivido en España tres años, dos en Madrid y uno en Salamanca, ciudad en que nací. Habla un español muy bueno y es nativa de Suzhou, con lo que era, pues, mi guía perfecta.


Mis vacaciones empezaron un martes. Tomé un bus directo desde Tianchang, justo elegí el que salió una hora y media tarde... Odio viajar en autobús, y más en China. En primer lugar, juegas a la lotería. Te puede tocar un autobús nuevo y reluciente o una lata de berberechos renqueante y sucia. Además, no puedes ir al baño cuando te apetece, lo que a veces implica aguantar cuatro o cinco horas, porque en algunas ocasiones el autobús hace alguna parada... pero en otras no. Sin embargo, en Tianchang no hay estación de tren, que es la mejor manera de moverse por aquí, así que no tenía alternativa. Tardé cuatro horas y media en llegar a Suzhou y Jing me esperaba para recogerme. Había venido con un amigo en coche. Había mucho tráfico, así que tardamos un buen rato en llegar a mi hotel. 

Dejé la maleta y fuimos a cenar. Jing eligió un restaurante en el centro y pidió platos típicos de la zona para que los probase. Lo siento pero, a pesar de que conozco la enorme diversidad de la cocina china, no encuentro grandes diferencias de una zona a otra... No digo que no estuviese todo muy bueno, ¿eh? Pero a veces moriría por algo tan sencillo como un trozo de pan con queso. En fin...


Después de la cena fuimos a pasear a Pingjiang Lu, el canal más bonito de esta ciudad que fue bautizada por Marco Polo como la "Venecia del Oriente". Alrededor de los canales iluminados con farolillos rojos se amontonan tiendas y puestos de artesanía y comida. Es un lugar maravilloso para perderse, lástima que siendo vacaciones estuviese tan concurrido. Aun así me encantó y me agencié un juego de mahjong artesanal por cuarenta yuans (menos de seis euros). 



Al día siguiente, Jing y yo quedamos temprano para ir a visitar los jardines. En Suzhou hay multitud de ellos. Se trata de antiguas casas chinas que pertenecían a las clases altas, rodeadas de maravillosos patios, estanques y laberínticos jardines. Hay que hacer cola y hay que pagar (dependiendo del jardín, la cosa varía entre los cuarenta y los cien yuans), pero uno no puede irse de Suzhou sin ver, al menos, uno de ellos. Nosotras entramos en dos. Primero fuimos al Jardín de los Leones y luego al Jardín del Pescador. El más famoso es el Jardín del Administrador, pero la cola para entrar llegaba a Pekín y yo no tengo tiempo que perder. 




Jing tiene una licencia de guía turístico así que fue un lujo llevarla conmigo. Me explicó que, en las casas había una zona para recibir a los huéspedes, una sala de té y un fumadero de opio para las mujeres. Me detalló las escrituras en los dinteles de las puertas y cada dato acerca de los muebles, las flores, las obras de arte... que nos rodeaban.

Comimos por la calle y luego tomamos un tuk tuk, una especie de calesa guiada por un chino en bicicleta. El nuestro, además, iba cantando por soleares. Fue un bonito paseo por las calles del centro de la ciudad, que es limpia pero bulliciosa. Después de hacer algunas compras, volví al hotel a ducharme porque habíamos quedado con unos amigos de Jing en un club del centro. Lo bueno de ir de fiesta con chinos es que siempre pagan ellos. Bebí champán, tequila, un gintonic, cerveza, whisky... No me costó un euro. 


Al día siguiente, mi resaca gratuita me retuvo en la cama del hotel hasta las once. Supuse que Jing estaría igual y no la quise molestar, así que salí a pasear yo sola. Incumplí el mandamiento de no comprar más ropa. 

Jing me llamó por la tarde para ir a cenar marisco. Fuimos a un bar cerca de mi hotel y nos pusimos ciegas de cangrejo, almejas y gambas por poco más de ocho euros cada una. Luego fuimos a ver la Pagoda de siete pisos, una auténtica maravilla. Después fuimos a cenar a la zona antigua, a una casa tradicional china. Teníamos una especie de salita sólo para nosotras y la comida era buenísima y muy barata. Para terminar el día, nos echamos una partida de billar en un pub irlandés del centro.



El jueves fuimos de excursión a Luzhi, un pequeño pueblo de agua cercano. El trayecto en autobús duró unos cuarenta minutos. Al llegar me sentí algo decepcionada, pues lo que vi al bajar del autobús no me pareció especialmente interesante. No obstante, un par de calles más abajo entramos en el pueblo, que es absolutamente mágico y probablemente lo más bonito que he visto en China hasta la fecha. Los canales, sus barcos, los farolillos, las flores... todo está pensado para que no quieras marcharte.

Le dije a Jing que no pensaba irme sin dar un paseo por los canales, así que pagamos veinticinco yuans cada una y subimos a una barca junto con otras dos chicas. La mujer que la guiaba le explicó a Jing que, de los cien yuans que costaba el paseo, ella sólo veía diez. Esta es la realidad de China. Triste pero cierto.



El paseo fue maravilloso. Los canales están bastante limpios y no huelen mal. A nuestro alrededor, gente paseando, tiendas, restaurantes, flores, música... una delicia para los sentidos. Bajamos de la barca y vi una chica vestida con la indumentaria tradicional china. Le dije a Jing que quería hacerme una foto con ella y entonces Jing me dijo que, si quería, yo podía vestirme como ella y me harían fotos. No me lo pensé dos veces.

Generalmente cobran unos treinta yuans por unas seis fotos, pero llegamos a un acuerdo con la chica que las hacía y nos dio quince fotos por cincuenta yuans (menos de siete euros, una décima parte de lo que costaría en España...). La chica me dijo que escogiese un vestido de la tienda y me decanté por uno de color rojo. Luego me peinó y me hizo todo tipo de fotos con sombrilla, flauta, pai pai y un montón de objetos tradicionales. A mí, que soy rara, me encantan mis fotos friquis. Siento decir que no todo el mundo las aprecia igual... Después de la sesión de fotos, fuimos a comer, compré unos dulces y volvimos a Suzhou. 


Al día siguiente regresé a Tianchang, con bastante menos dinero en el bolsillo pero con otra aventurilla en la mochila. Ahora sí, prometo que voy a ahorrar...