viernes, 28 de junio de 2013

100 razones para ser feliz






Algunas veces, la vida es una mierda. Con esta aserción tan negativa inicio la redacción de una entrada fundamentalmente optimista, la entrada número cien de mi blog, que dicta mi presente a pesar de mi pasado y en la ignorancia de lo que esté por llegar. 

Como decía, pues, la vida es a veces una partida difícil de jugar.  Hay que apañarse con las cartas que a uno le tocan aunque, si bien es cierto que hay cosas frente a las que sólo podemos sentirnos frustrados o impotentes, la mayoría de las veces olvidamos que las piedras del camino las hemos colocado nosotros antes.

La gente se queja porque la vida es injusta. A su parecer, la vida sólo sería justa si a las buenas personas les sucediesen únicamente cosas buenas y las putadas quedasen reservadas para la mala gente. No sé si la vida es injusta. No creo poder valorar eso. He pensado eso muchas veces, imagino que como casi todos. No obstante, y si hago balance de los malos momentos por los que he pasado (la muerte de seres queridos, el abandono, los problemas económicos o personales...), extraigo dos conclusiones. La primera es que no son desgracias exclusivamente mías. No soy la única persona del mundo que ha visto morir a un ser querido, o sufrir por alguna horrible enfermedad. Tampoco es exclusivamente mío el sufrimiento familiar causado por disputas o separaciones, ni el vacío personal que a todos nos abruma cuando fracasamos en nuestros objetivos. No soy la única persona en la tierra a la que han abandonado, traicionado, engañado o decepcionado. 
Seguramente sería muy difícil encontrar a alguien que, pasados los treinta, no haya visto estas películas. La segunda conclusión es que, a veces, nuestro egocentrismo nos ciega. De repente sacamos un día la cabeza por la ventana y vemos violaciones, mutilaciones, guerras, hambre y otras cosas horribles de las que quizás nos hemos librado en la lotería de la vida. Así pues, basta de quejarse.

La vida puede no habernos repartido las mejores cartas, pero aun así podemos jugar la partida, podemos marcarnos un farol si es necesario, robar nuevas cartas o, si perdemos la partida, barajar y empezar de nuevo. No me tachéis de optimista, por favor. Eso iría en contra de mi propia esencia sarcástica. Sin embargo, sí podría dar cien razones para ser feliz.  Pero no, no voy a hacerlo, porque soy perezosa y sería un aburrimiento leerla. Escríbelas tú, si quieres. Simplemente diré que esas razones son, todas ellas, egoístas, porque la felicidad es el sentimiento más egoísta de todos y, como en nuestra sociedad está mal visto el egoísmo, parece que también lo está la felicidad.

¿Cómo saber si eres feliz? Es fácil... Eres feliz si, cuando piensas en tu vida, te sientes satisfecho con tus logros aunque al mismo tiempo te plantees nuevos proyectos. Eres feliz si el tiempo pasa deprisa. Eres feliz cuando la sonrisa sale sola, cuando eres más valiente que conservador y te quieres más. El día en que dediques a mirar atrás más tiempo del que dedicas a mirar adelante, preocúpate, estás dejando de ser feliz. 

Aprende de lo malo, llora cuando estés triste, cambia las cosas que no te gustan, rodéate de buena gente, aprende a estar solo y construye tu vida. Nadie dice que sea fácil, pero vale la pena.

jueves, 20 de junio de 2013

El pabellón Kraepelin



- ¿Cómo se encuentra?
- Estoy bien.
- ¿Tiene frío? ¿Quiere que le traigan una manta?
- No tengo frío. Estoy bien.
- Está usted temblando.
- No tiemblo porque tenga frío.

Di un sorbo a mi vaso de agua, simétricamente dispuesto sobre la mesa metálica, junto al sillón en el que me hallaba sentado. Revisé mis notas. En realidad, se trataba de un gesto mecánico e inconsciente.

- Veamos. ¿Podría decirme su nombre?
- Me llamo Karl Oehler.

Lo miré fijamente. Permaneció impasible.
 
- ¿Qué edad tiene?
- Tengo treinta y dos años. No. Tengo treinta y tres.
- De acuerdo. Treinta y tres, entonces. Y bien, dígame... ¿cuándo tuvieron lugar los hechos que nos conciernen?
- Se refiere al incidente.
- Sí. A eso me refiero. ¿Cuándo sucedió?
- Creo que fue hace dos años y medio. 
- ¿Cree?
- No. Estoy seguro. Fue en noviembre. Era de noche.

No me miraba a los ojos cuando hablaba. Tampoco cuando yo preguntaba. No miraba al suelo. Era como si mirase a través de mi cuerpo y de la ventana que tenía detrás. Su mirada se perdía en un horizonte virtual. Proseguí.

- ¿Podría explicar detalladamente lo sucedido aquella noche de noviembre?
- Sí.

Se quedó callado unos segundos. Seguía temblando.

- ¿Y bien?

No respondió. Le di algo más de tiempo. No debieron pasar más que unos pocos segundos, pero se hicieron eternos. 

- Yo tenía guardia esa noche. 
- ¿Cuántas personas había con usted?
- Solamente Grisel. 

Volvió a callar.
 
- Prosiga, por favor.
- Me tocaba la ronda de las dos. Había una ronda cada hora y nos íbamos turnando. Me tocaba la ronda de las dos.
- ¿Cómo funciona la ronda?
- Teníamos que pasar por todos los pabellones del ala este. Esa era nuestra zona. El ala este. Había que pasar por todos los pabellones y por todas las celdas.
- ¿Hacían eso cada hora?
- Sí. Sí, porque era el ala este. Usted no sabe nada del ala este, no sabe nada. ¡Nada!
- No se altere, por favor. Relájese.
- Estoy relajado.
- Continúe, por favor. ¿Qué más hay que hacer durante la ronda?
- Hay que dar el okey.
- ¿A qué se refiere?
- A que hay que informar de que todo está bien. Todo bien.
- ¿Cómo hace eso? ¿Por radio?
- Sí. Sí, por radio. Por radio.
- Bien. Y, dígame ¿qué sucedió durante su ronda?
- Hubo un incidente. Hubo un incidente en el pabellón Kraepelin.
- ¿Qué es el pabellón Kraepelin?
- Es un pabellón. Donde duermen las bestias. 
- ¿Las bestias?
- Sí. Había uno que comía personas. Lo llamaban Menschenfresser. El que come personas. Había otro que lloraba todo el tiempo. Se llamaba Waas. Decían que se había follado a su madre.

Le entró la risa. Se reía a carcajadas, sin control.

- Se había follado... ¡a su madre! ¡Pero la madre no se movía!

Siguió riendo un buen rato.

- Por favor, cálmese.

Se paró en seco un segundo. Luego empezó a balancearse sobre la silla.

- ¿Se encuentra bien?
- Estoy bien.
- De acuerdo. ¿Qué incidente tuvo lugar en el pabellón Kraepelin?
- Había una mujer. Estaba apoyada contra la pared, sentada en su cama. Le dio un ataque. Empezó a revolverse y a dar patadas. Chillaba muy fuerte. Decía que se estaba quemando. Puta loca de mierda. 
- ¿Qué hizo usted?
- Llamé a Grisel y me dijo que vendría con un celador. Me dijo que me esperase. Me dijo que me esperase...
- ¿No hizo caso a Grisel?
- No hice caso, no. No. La mujer gritaba mucho, se había mordido la lengua y tenía las tetas llenas de sangre. 

Ahora los temblores eran tan fuertes que pensé que se haría daño.

- Entré rápido para atarla con las correas. 
- ¿No es peligroso hacer eso sin ayuda?
- Era una mujer pequeña. No debía pesar más de cincuenta quilos. 
- No ha contestado a mi pregunta.
- Sí, es peligroso. Es peligroso, listillo de mierda. ¡De mierda!
- Cálmese.

Hizo una burlesca imitación de mi voz.

- "Cálmese"... "Cálmese"...
- Por favor, prosiga.
- Puta loca. Me saltó encima. Creí que iba a violarme. ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! 
- ¡Haga el favor de calmarse!

Me levanté y miré al enfermero. Él se dio cuenta. Se calmó y volví a sentarme.

 - Me tiró al suelo. Se le caían las babas encima de mí. Se le salían los ojos. Se le caían las babas. Se le salían los ojos. Me puso el antebrazo sobre la garganta. 
- ¿Trató de estrangularle?
- Sí, listillo, sí. Me apretó fuerte y yo noté que se me hinchaba la lengua. Parecía que iba a explotar. Y... ¡Bumba! ¡Bumba! Me sonaba la sangre en los oídos. ¡Loca de mierdaaaaaaaaaaa!
- Si no se calma...
- Me calmo, me calmo, me calmo... Ya me calmo. 
- ¿Qué pasó entonces?
- Le di un rodillazo en el coño. 
- ¿Y bien?
- Yo creo que le gustó. Gimió de gusto.
- ¿Dejó de apretarle la garganta?
- No. Me arrancó un trozo de nariz. 
- ...

Me toqué la nariz.
 
- Apareció la zorra de Grisel con el celador. Me sacaron a la puta de encima. Cuando me levanté, le pegué una patada en la boca.
- ¿Por qué lo hizo?
- Me apeteció. Me faltaba un cacho de nariz, listillo. 
- Así que se salvó por los pelos...

Le salió una risilla estúpida, que acompañó de un gesto infantil, como si acabase de hacer una travesura.

- Sí.
- Bien. Es todo por hoy.
- "Es todo por hoy".-se burló.


Me levanté del sillón. Hice un gesto al enfermero para que se lo llevase. Seguía temblando bajo la camisa cuando lo sacaron fuera. 

Revisé mis papeles y anoté:

"Interno 812. Hansen. Sesión nueve del dieciséis de noviembre. No muestra signos de mejoría. No muestra signos de empatía. Muestra signos de delirio paranoide. Muestra temblores. Muestra cambios de humor repentino. Muestra violencia verbal. Doctor Karl Oehler."


domingo, 16 de junio de 2013

A golpes


Si podía con aquello, podría con cualquier cosa. No quería fintar a la vida, aun viéndola venir, quería enfrentarla. Al menos así, si la derrota lo encontraba, podría presumir de haberla desafiado primero. Nunca había sido un cobarde y no iba a empezar a serlo ahora. Después de todo, ya no le quedaba mucho más que perder. Laura se había marchado hacía ya dos días, dejando tras de sí el silencio y un par de camisetas para lavar.

Todavía le quedaban unos minutos antes de salir. Carter le había soltado el rollo de siempre, un sermón que supuestamente debía motivarle. Le había dicho que estaba listo para aquello y que hiciese lo que sabía hacer. Que tuviese cuidado con el croché de Alvarado, porque así habían caído muchos antes que él. Jodido irlandés imbécil, como si eso importase. Aquel capullo pensaba que la única razón por la que iba a pelear con un coleccionista de nocauts eran los trescientos dólares que pensaba pagarle. Pero claro, qué mierda iba a saber él, si hacía siglos que ni pisaba una lona ni sentía aquel calor en el espinazo, aquella falta de control bajo control. Al final, lo único que importaba era el instinto. Si podías sentir el sabor de la sangre en la boca, aún estabas vivo.

Se miró los nudillos vendados. Luego alzó la vista para volver a mirar el reloj. El tiempo era maleable como un chicle que se estira, se encoge, recupera la forma. Un minuto arriba, una eternidad en el hoyo. Su minuto más largo, el de hacía tres noches, cuando la vio desnuda de cintura para abajo y enroscada como una serpiente, mientras la embestían contra la pared. Cualquiera hubiese imaginado una escena de violencia, de ésas a las que estaba tan acostumbrado. La cara de ella, sin embargo, no se leía de tal modo, con las manos ávidas y la columna descoyuntándose a cada ida y venida. Aún oía los gemidos sordos, glotales, y el sonido de su cuerpo impactar rítmicamente en los ladrillos de la casa que ambos habían comprado cuando no perder los dientes en un combate era su única preocupación.

Carter entró, interrumpiendo sus pensamientos.

- Venga, joder, que te están esperando.

Se puso el protector y los guantes. Se calzó la bata gris y salió al pasillo de luz tintineante, como el de un tanatorio o una carnicería, que bien podría haber sido la mezcla de aquel cóctel del que vivía. Alvarado llevaba un calzón rojo sobre la piel aceituna y tenía la mirada del cazador. No le daba miedo, ni siquiera estaba seguro de respetarlo. Mala cosa. No querer cazar te convierte siempre en presa. 

En el cuadrilátero no se aplicaban las reglas de la vida, pero había reglas. No escuchó al árbitro abrir la veda, pero no le hizo falta, los ojos de Alvarado eran suficiente para saber que el baile empezaba. El tanteo duró poco, el primer swing le pilló desprevenido. Tampoco fue capaz de adivinar el siguiente, ni de prever un solo gancho. ¿Qué coño le sucedía? Escuchó de lejos la campana. Se sentó en la esquina, Carter le cerraba cortes al tiempo que voceaba órdenes que no comprendía. ¿Qué le pasaba al viejo y por qué hablaba en aquel idioma que era incapaz de entender? 

Hora del segundo acto. Vamos, joder. Mira al maldito portorriqueño, se está riendo de ti en tu cara. Mira cómo salta cual bailarina delante de tus narices rotas. Vamos, dale. Clávale un directo a ese fanfarrón. 

Alvarado sacudió la cabeza. Se sacudió el dolor. Lo miró con rabia desde detrás del guante izquierdo. Luego ya no hubo lucha. Allí solamente había un contendiente, el del calzón rojo fuego, que soltaba su repertorio de golpes como una danza coreografiada, mientras el mundo se desvanecía. Primero, con la pérdida del oído derecho. Luego, con dos dientes que bailaban dentro del protector. Y el ojo derecho, que se iba cerrando. Ni la campana podría salvarle ya del desastre.

¿Por qué le había hecho aquello? Desde sus años de instituto, habían estado juntos, felices de compartir vida y sueños. ¿Era por el sexo? Nunca se había quejado, es más, siempre había asegurado disfrutar mucho. ¿Por qué, entonces?

Otro uppercut, Laura contra la pared de ladrillo, Alvarado machacándole el hígado, otra campana. 

¿Por qué no tirar la toalla? Mira lo que está haciendo contigo, te está matando. 

No, ya estaba muerto por dentro, ya no era cazador, ni luchador, se había convertido en un puto saco.

Volvió a levantarse, presa de su extenuación, dio dos pasos. Alvarado se dejó ir con furia. Sintió crujir cada hueso de su mandíbula como piezas de un rosario que se desprenden al cortar el hilo. Pudo notar como los tendones de la mejilla se desgarraban como ropa vieja. Notó la sangre resbalar hasta el mentón y gotear desde ahí al abismo. Luego, un pitido agudo en el oído, un dolor punzante que atravesaba el cráneo de lado a lado. Se le fue la cabeza, se le fue el espíritu. Laura contra la pared de ladrillos y la lona contra la cara.


miércoles, 12 de junio de 2013

Naranjas de la China: Dragon Boat Festival (Festival del barco del dragón)


En el quinto día de la quinta luna del calendario chino se celebra el Dragon Boat Festival (Festival del barco del dragón). Se trata de una festividad tan importante que la comunidad china incluso la ha exportado a países como Estados Unidos o Canadá. Desde hace más de dos mil años, este festival conmemora al poeta Qu Yuan, quien apoyó la decisión de luchar contra el estado de Qin, por lo que fue exiliado. En ese momento, Qu Yuan comenzó a escribir multitud de poemas en los que demostraba el amor por su patria. 

Al terminar de escribir su último y más famoso poema, "Huai Sha" ("Abrazando la arena"), Qu Yuan se suicidó lanzándose al río, pues no quería ver el destino que le esperaba a su país bajo el dominio Qin. 

Los lugareños, afectados por la muerte del poeta, buscaron su cuerpo en el río, echando comida a los peces y otros animales para evitar que estos devorasen el cadáver de Qu Yuan. Con el tiempo, esta tradición se repitió a modo de homenaje y sigue realizándose a día de hoy. Como Qu Yuan murió el quinto día de la quinta luna (o mes) del calendario chino, se estableció esta fecha conmemorativa.


Hoy en día, las carreras de barcos de dragón (una especie de largas canoas) por el río son una de las atracciones de esta fiesta milenaria en muchas ciudades, no sólo en China, sino en otros países de Asia y del mundo. 




También es típico comer zongzi (arroz glutinoso envuelto en hojas). Además, los chinos utilizan los saquitos de perfume y las tiras de seda para proteger a sus hijos de los malos espíritus y la enfermedad. 


Desgraciadamente para mí, este año me he perdido la posibilidad de disfrutar del Dragon Boat Festival (lo más que voy a hacer es comer zongzi esta noche...), pero como soy una optimista y el año que viene ya no me pillará desprevenida, seguró que tendré mi segunda oportunidad.

lunes, 10 de junio de 2013

Breve reflexión sobre el orgullo


La gente a menudo habla del desamor, del dolor que se siente al ser rechazado o dejado por la persona que amamos. Se vierten toneladas de palabras para describir las horribles sensaciones que esto produce. Algunas expresiones van desde el corazón roto y el alma partida hasta la tristeza absoluta. Al final, todo se reduce al orgullo. El corazón es un órgano fuerte, pero el orgullo es fácilmente fracturable. 

Lo curioso es que, generalmente, somos nosotros quienes arremetemos contra nuestro orgullo propio, lo machacamos sin piedad. Aun a sabiendas de que la otra persona no cederá, seguimos empeñados en despojarnos de nuestro amor propio a cabezazos si hace falta. Como los venados, yo pierdo mi orgullo y mis papeles a partes iguales, siendo siempre consciente de lo que estoy haciendo, a veces incluso disfrutando de mi propio masoquismo. 

¿Quién no se ha puesto en evidencia alguna vez, enviando un mensaje que no debía enviar, arrastrándose para conseguir una mísera réplica? Entonces saboreas ese momento amargo, el de los minutos que pasan, y puedes sentir como el orgullo se marcha por el desagüe. Has perdido. Aun así, y como siempre nos queda algo de amor propio, por ínfima que sea la cantidad, estamos a tiempo de volver a hacerlo, de repetir nuestra acción irracional para vernos caer otra vez en la trampa de la vergüenza. 

No me importa perder los papeles, siempre los acabo volviendo a encontrar, por ahí, guardados en algún cajón de mi sensatez. No me importa perder el orgullo, que regresa solo cuando, por fin, consigo que pierdas tú la partida.


sábado, 8 de junio de 2013

El dieciséis de la calle Lamarck


- Ha llamado Cristian. Le he dicho que no estabas.
- ¿Y por qué le has dicho eso?
- Estabas en la ducha. De todos modos no te podías poner al teléfono... ¿Qué diferencia hay?
- Estar en la ducha no significa no estar. Si le hubieses dicho que estaba en la ducha, él habría entendido que era cuestión de minutos que yo volviese a estar disponible.
- ¿Disponible?
- Sí, para coger el teléfono y hablar con él. 
- Bueno, si quiere algo ya volverá a llamar. No es el fin del mundo.
- No lo entiendes. Ahora tengo que llamarle yo, porque él sabe que tú me has dado el recado, así que ahora él esperará que yo le llame.
- Pues llámalo. ¿Dónde está el drama? ¿Y por qué es tan importante?
- No es que sea importante, joder. No entiendes nada.
- No me toques los huevos. Si tienes que llamar, llama. Y si no, la próxima vez que suene el teléfono mientras te duchas, sales y lo atiendes.
- Déjame sola, voy a llamar.

Siempre igual. Maldita sea. Nunca hacía nada a derechas, al menos bajo su criterio. Mírala, ahí, con la toalla anudada sobre el pecho y el pelo empapado, chorreando sobre el parqué de roble, riéndose como una puta mientras hablaba con él. 

Fue a la cocina y preparó café. Mientras enroscaba las dos partes de la cafetera, pensó en su vida. No había muchas vueltas que darle, en realidad. Siempre la había amado, desde que eran pequeños. La había consolado cuando se había despellejado las rodillas. La había defendido de los abusones en el colegio. Habían jugado juntos, compartiendo fantasías, aventuras que solamente ellos entendían. Le encantaban sus pecas, aunque ella las odiaba, a él siempre le había parecido que tenían un atractivo muy sexual. 

El café estaba listo. Olía de maravilla. Se sirvió en una taza grande de loza y volvió a asomarse al umbral de la puerta de la cocina. Joder, seguía hablando con ese tío. ¿Por qué lo hacía? Sabía que aquello le ponía de los nervios, que no podía controlar sus celos cuando otro tío hablaba con ella o se la follaba con la mirada. Y aun así, ella siempre encontraba algún modo de ponerle a prueba. Lo hacía para fastidiarle. Plantada junto al teléfono, enroscaba el dedo en el cable de espiral. Se acariciaba las pantorrillas con la planta de los pies, se tocaba el cuello, seguramente imaginando que era él quien lo hacía. Era una guarra.

Le entraron ganas de ir hasta ella, de arrancarle el auricular de las manos, de destrozar la toalla y de follársela allí mismo, como antes, cuando a ella le gustaba que él hiciese ese tipo de cosas. Cómo habían disfrutado, escondiéndose de los mayores cuando eran pequeños, para tocarse y hacer todo tipo de cosas sucias. Y luego, años más tarde, en la noche, sin hacer ruido, se habían devorado en asaltos clandestinos. 

Ahora, sin embargo, sólo la veía de vez en cuando, y siempre por iniciativa de ella, cuando no tenía con quien desahogar sus más bajos instintos y llamaba pidiéndole que fuese a su piso, en el dieciséis de la calle Lamarck. Pero al acabar, ella siempre se sentía mal, culpable. No podía entenderlo, joder. Antes nunca les pasaba eso a ninguno de los dos. A él seguía sin sucederle. No veía nada malo en lo que hacían, ¿acaso no era el sexo una simple diversión? ¿No podían divertirse juntos, como habían hecho de niños, sin preocuparse por las consecuencias y sin sentirse mal?

Por fin escuchó como ella colgaba el teléfono. Se sintió aliviado en parte. Ella volvió a su cuarto para vestirse. Al cabo de unos minutos, salió vestida con unos vaqueros y un suéter rosa. Aún tenía el cabello húmedo. Entró en la cocina y se sirvió una taza de café. Él seguía allí, sentado, inmóvil.

- Tenemos que dejar de hacer esto.-dijo ella sin apartar la vista de la cafetera.
- Siempre dices lo mismo, pero luego me vuelves a llamar. Ya estoy harto.
- Esta vez hablo en serio. Deberías entender que nada de lo que hacemos está bien, que para todo, incluso para el sexo, hay límites.

Se levantó de un salto, presa de la furia y la indignación. 

 - ¿Y qué importa? -gritó.- ¿Ahora me hablas de límites? Por favor, si vas acostándote con todos, ¿qué diferencia hay?

Se acercó a ella y la miró fijamente, con los ojos húmedos. Ella retrocedió un paso, dándose en la espalda con la puerta del frigorífico. Joder, aquello se les había ido de las manos. 

Ella se lo quitó de encima. Lo miró con lástima, casi se podría decir que con desprecio. Odiaba cuando ella hacía eso, se sentía minúsculo, a pesar de ser dos cabezas más alto.


 - No te pases. Sabes perfectamente de qué hablo. Lo que no puedo entender es que encima te dé igual, que no veas nada malsano en todo esto... ¿Qué pensarían papá y mamá si supieran que...?

Joder, ni siquiera era capaz de terminar la puta frase. La volvió a mirar, esta vez con frustración y con dolor, y le dijo, acercándose mucho a su cara, con los dientes apretados y el alma contenida:
 
- Me da igual.

lunes, 3 de junio de 2013

Naranjas de la China: Verdades y mentiras sobre la República Popular (primera parte)


Hace nueve meses que cambié el rumbo de mi vida y vine a vivir a China. Por eso, y a sabiendas de que estaré por aquí otro curso, hoy quiero parir esta entrada que, a diferencia de las anteriores entradas de esta serie, no relatará un viaje o una escapada, sino que me servirá para evaluar ciertos mitos sobre el gigante asiático.

Antes de empezar a descuartizar el lifestyle chino, dejadme que aclare el título. Algunas de las cosas que mencionaré son, efectivamente, verdades como templos. Otras son falsos mitos heredados de la incultura general. Sin embargo, también mencionaré algunas cuestiones que se encuentran, por así decirlo, a medio camino entre la más absoluta realidad y la más innegable falsedad. Las llamaremos verdades a medias. Como son muchas las cosas que quiero explicar, dividiré la entrada en dos partes. También quiero añadir que ésta es MI experiencia viviendo en una ciudad pequeña y habiendo visitado sólo algunas ciudades del país. No es la verdad absoluta, pues no la hay. Dicho esto, y espero que con el beneplácito de mis amigos residentes en China (sí, esto va por tí, Víctor), ahí voy...

1. LOS CHINOS SON GENTE MUY TRABAJADORA Y EFICIENTE: VERDAD A MEDIAS

Los chinos trabajan muchas horas diarias. Las siete u ocho horas habituales que los occidentales dedicamos a nuestro trabajo son generalmente pocas en este país. Las tiendas abren todos los días desde las ocho de la mañana (he visto algunas abiertas desde las siete) hasta las nueve o las diez de la noche sin interrupción. Los bancos abren por las tardes y los fines de semana. Sin embargo, también he visto dependientas durmiendo en su horario laboral y los empleados de los bancos no son precisamente diligentes ni tampoco productivos (los bancos en China merecen capítulo aparte...). Al igual que muchos españoles, algunos chinos trabajan más bien poco a pesar de tirarse mil horas en su puesto de trabajo.

2. CHINA ES UN PAÍS SUCIO Y RUIDOSO: VERDAD

Si venís a China, no esperéis ver contenedores para reciclar (con suerte encontraréis una papelera). La mayoría de chinos no tienen demasiados problemas a la hora de tirar papeles, colillas... al suelo. A esto, sumémosle que escupen todo el tiempo. Lo han hecho así desde siempre, según ellos,  para limpiarse las vías respiratorias. Durante los juegos de Beijing, las autoridades trataron de persuadir a los ciudadanos para que se privasen de hacerlo, pero yo sé que he vuelto a China en el mismo momento en que oigo a alguien carraspear un gargajo. Las ciudades grandes están menos sucias que las pequeñas. Aun así, hay mierda por un tubo, por no hablar de la calidad del aire... Y en cuanto al ruido... pues como en España. La gente tiene un tono de voz muy alto (por no decir que gritan que no veas) y no respetan mucho los horarios de "descanso". Los coches y sus incansables bocinas son la banda sonora de las ciudades.

3. CHINA ES UN PAÍS SEGURO: VERDAD

 
Usando el sentido común es muy difícil que os suceda algo malo en China. Veamos... ¿Soléis caminar solos por según qué zonas de vuestra ciudad a las tantas de la madrugada? ¿Buscáis pelea cuando salís de bares? ¿Descuidáis vuestras pertenencias en el metro o tomando algo en una terraza? Pues si no hacéis esto en casa, no lo hagáis en China. Por lo demás, puedo decir que en muchas tiendas, los productos no tienen alarmas. Puedo decir que nadie os robará la bicicleta por apoyarla en la farola. Lo más peligroso de China, en mi opinión, es cruzar la calle. En general, es un país muy seguro, incluso en las grandes ciudades. Os lo dice una cabra loca que se ha visto un montón de sitios sola, siendo mujer, y sin saber el idioma.

4. LOS CHINOS COMEN MUY SANO, POR ESO ESTÁN DELGADOS: MENTIRA


Los chinos del siglo XXI comen tan mal como los occidentales. La comida frita está por todos lados: brochetas de carne, salchichas, fideos, empanadillas... Además, la cantidad de azúcar que esta gente pone en los alimentos es enorme. Todo es dulce (como el pan o el salchichón), o demasiado salado, o pica en exceso. Y luego están los alimentos procesados, que los chinos, literalmente, devoran. Tratar de encontrar patatas fritas con sabor a patata es una misión casi imposible. Eso sí, las tenéis con sabor a tomate, a pepino, a sopa de fideos, a estofado... (aunque nada peor que las palomitas para microondas con sabor a chocolate). Sí, es cierto que también comen verduras (aunque casi nunca crudas o al vapor, las suelen guisar o freír) y mucha fruta. Y toneladas de arroz blanco con todo. Los chinos están delgados... ¡porque son chinos! Está en su genética, punto. Aun así, cada vez es más común ver adolescentes con problemas de peso, debido a la proliferación de restaurantes de comida rápida y al nuevo estilo de vida en general.

5. LOS CHINOS SON MUY HOSPITALARIOS Y AMABLES: VERDAD.


Hay chinos bordes, claro. También hay modelos inteligentes (digo yo...). Sin embargo, en general, los chinos son bastante amigables y hospitalarios (excepto si están haciendo cola, entonces no hay amigos que valgan). La mayoría de los chinos que he conocido me han tratado muy bien, han sido respetuosos conmigo, confiados y generosos. También es cierto que el ser occidental aquí da puntos. Yo, por mi parte, no tengo absolutamente ninguna queja al respecto.



6. A LOS CHINOS LES ENCANTA HACER DEPORTE: VERDAD A MEDIAS.


Sin contar con mis alumnos (que son adolescentes y necesitan ejercicio para no volverse locos) no he conocido ni un solo chino en nueve meses que practique algún tipo de deporte. Bueno, un día vi a dos profesores echar una partidita de bádminton en un descanso. En Shanghai es común ver gente corriendo por el Bund, pero son todos extranjeros. También es común ver gente haciendo Tai Chi en los parques y plazas, pero si el Tai Chi es un deporte, lavar los platos también. Lo más curioso es que ellos son los primeros que te recuerdan lo importante que es hacer deporte. Y hacen ejercicios y estiramientos en los aviones de China Eastern (¡coordinados por las azafatas!). Pero no nos engañemos, el ejercicio preferido de los chinos es... comer.

7. LOS CHINOS COMEN BICHOS Y PERROS: VERDAD A MEDIAS.


Podéis comer insectos en China, si queréis. Desde cucarachas a crisálidas, saltamontes... No es difícil encontrarlos, sobretodo en las ciudades grandes. Sin embargo, no forman parte de la dieta diaria de los chinos. Los chinos que conozco dicen no haber comido perro jamás. En parte porque sólo es típico en algunas zonas, como Dalian, y en parte porque es caro. Además, empieza a ser común ver gente que tiene perros como mascotas. Sí son comunes otras "exquisiteces" como la tortuga o el pene de toro. No pongáis esa cara, en España se comen caracoles, callos y pies de cerdo...

8. CHINA ES UN PAÍS MODERNO, LA PRÓXIMA POTENCIA MUNDIAL: VERDAD A MEDIAS.


Shanghai, Beijing, Shenzen o Hong Kong son ciudades muy modernas. Pueden presumir de altos rascacielos, tiendas de diseño, hoteles de lujo, etc. Fuera de las grandes ciudades, la cosa cambia. Ver el cableado al descubierto, colgando de un edificio a otro, es común. Los apagones, por tanto, son habituales. Muchos bloques de viviendas son una chapuza. Podéis conducir por autopistas nuevas o por carreteras llenas de baches (y abismos infernales). Los letreros de neón contrastan con la ausencia de farolas en muchas zonas. El agua del grifo no se puede beber, no hay buenas depuradoras. Como ya he dicho, tampoco se recicla nada. En China conviven lo nuevo y lo viejo, porque en este país que no hace tanto vivía encerrado en sus tradiciones ancestrales ahora todos quieren llegar el primero y se ha avanzado en años lo que en Europa ha costado décadas. En algunos sitios como Wuwei todavía hay gente que lava la ropa en el río o que se ducha en los baños públicos. China controla los mercados mundiales. Eso es un hecho. Pero, en mi opinión, ser una potencia exige también ser capaz de exportar mundialmente un modo de vida. Y eso, dudo que suceda nunca.


9. LA MEDICINA CHINA ES MEJOR Y MÁS NATURAL QUE LA OCCIDENTAL: VERDAD A MEDIAS.


No os pongáis enfermos en China. Los hospitales son tercermundistas. Bueno, tanto no, pero casi. Las medidas higiénicas y de esterilización brillan por su ausencia. En mi primer examen médico en China, mi análisis de orina consistió en mear en un vasito de plástico haciendo uso de los lavabos del hospital (una clínica privada de primer nivel), que estaban asquerosos. El vasito no tenía tapa. La enfermera me indicó que saliese con él en la mano y lo depositase sobre una bandeja. En ella había otros seis o siete vasos como el mío, marcados con rotulador, sin tapar. El análisis de sangre me lo hicieron sobre un escritorio común. Para la prueba oftalmológica, utilizaron instrumental de los años ochenta. Además, si os ponéis enfermos, es muy probable que el médico os "recete" dos cosas: que bebáis mucha agua caliente (que aquí es milagrosa, como la de Lourdes) y que toméis glucosa. Para el resfriado... glucosa. Para la malaria... glucosa. Las farmacias chinas son... indescriptibles. Son como viejas boticas, llenas de frascos con hierbas o lo que es peor, bichos. Y, bueno, qué decir de los dentistas, que pueden sacarte una muela o ponerte una funda en plena calle. Sí, es verdad que no hay masajistas como los chinos. En eso son los mejores. Y en cuanto a la acupuntura, pues no la he probado, así que me abstengo de comentar al respecto.

10. LOS CHINOS SE TOMAN LA VIDA CON CALMA: VERDAD A MEDIAS.

En China es común, al hacer una pregunta, encontrarse con dos tipos de respuesta: "No lo sé" y "A lo mejor". A veces las combinan. La planificación es un misterio para ellos. Improvisan, hacen planes a última hora, los cambian y los vuelven a cambiar. No le digas al del banco que tienes prisa, le importa una mierda, él tiene que sellar cuatrocientos papeles para darte cambio de cinco. Por otra parte, se ponen histéricos, como he dicho antes, en las colas de las estaciones de tren, de las taquillas, del súper... Se cuelan, empujan, meten el codo... y no penséis que piden permiso ni perdón. A la hora de conducir, ni dios respeta las normas. Cruzar es, como dice mi amiga Sonia, susto o muerte. Sólo en Atenas he visto peores conductores que en China. Aquí hay que cruzar esquivando los coches, sin hacer caso de semáforos ni pasos de peatones. Hay que torear coches y motos, saltar por encima a veces. Lo llamamos "cruzar a lo chino". Lo peor es que luego vuelvo a España y me olvido de que allí no se hace...

11. LOS CHINOS SON GENTE CONSERVADORA: VERDAD.


La gente me pregunta a menudo por qué no estoy casada. Y aunque trate de explicar mis razones, no las entienden. Aún entienden menos por qué no quiero ser madre. Aunque las grandes ciudades están volviéndose cada vez más occidentales, lo cierto es que aún queda mucho para que los chinos se liberen de una vez por todas. Conozco de primera mano casos de chinas de veintitantos que aún son vírgenes porque esperan a casarse. Los chinos deben comprar una casa a sus futuras mujeres y entregar una dote de joyas y dinero. Las tradiciones son sagradas. El sexo es un tabú para hombres y mujeres. Por mucho que veáis a las chinas con minifalda y taconazos, o bien os casáis con ellas o no hay chocolate en el que mojar el bizcocho.

12. CHINA ES BARATO: VERDAD.


Quería poner que China es muy barato, pero como algunas cosas no lo son, dejémoslo así. Y excluyamos de esta aserción los productos y servicios occidentales (Starbucks es igual de caro que en Europa y la ropa de Zara, por ejemplo, es más cara aquí). Todo lo demás es una ganga. Yo desayuno por unos treinta céntimos de euro y a veces como a mediodía por unos ochenta céntimos de euro (carne, verduras y arroz). El metro en Shanghai, que es la ciudad más cara, cuesta unos setenta céntimos de euro. En Beijing cuesta menos de la mitad. Me hago la manicura por cuatro euros y me doy masajes de pies por seis. Se puede cruzar Zhengzhou en taxi (y esto lo tengo comprobado de primera mano) tardando dos horas por menos de diez euros. Hacer trescientos kilómetros en el tren bala cuesta menos de veinte euros. Descontando el alquiler o la hipoteca, se puede vivir bien en China con trescientos euros (incluso con doscientos), siempre y cuando no se haga vida occidental, como ya he dicho.


Esto es todo... por el momento. ¡Podéis comentar la entrada y hacer preguntas o sugerencias de cara a la segunda parte!