miércoles, 9 de enero de 2013

Sobre la comida


A los chinos les encanta comer. A los españoles les encanta comer. Lo que en principio debiera ser un acto instintivo para la propia supervivencia se convierte, en los dos ejemplos expuestos, en uno de los pilares de la propia expresión cultural, así como de la reafirmación social. En cristiano, no quedamos a comer con los amigos solamente porque tengamos hambre, ni comemos con la familia o los jefes simplemente porque haya que llenar el buche. Utilizamos la comida como un importante canalizador de actividades sociales y profesionales.

Como mi madre y mi abuela han sido cocineras de profesión durante muchos años, la comida y todo el ritual que la rodea es importantísimo en mi familia. No solamente existe el desayuno, el almuerzo y la cena, sino que, con el paso de los años, se han ido incorporando nuevos e innovadores encuentros gastronómicos en casa. Véase: el segundo desayuno. Sí, el segundo desayuno, ése que se hace una hora o dos después del primero, especialmente si uno está desempleado, de vacaciones o disfrutando de un aburrido domingo. La elaboración es sencilla. Uno se levanta del sofá, donde lleva apoltronado hora y media mientras se digiere el primer desayuno, abre la despensa y elige entre "cheetos" rancios y de dudosa textura, melindres duros como piedras o un trozo de turrón de las navidades de hace tres años que resulta ser de yema tostada con nueces y wasabi (a lo que uno se pregunta por qué mamá sigue comprándolo año tras año).

En los días festivos, después del almuerzo, en casa de mis padres se saca el dominó, el bingo, las cartas o el Monopoly. Curiosamente, todos estos juegos van acompañados de tazas de café, copas de brandy y chucherías. Nadie quiere que te comas las casas del Monopoly si te has quedado con hambre. Entre esta sobremesa y la cena existe lo que yo llamo la pre-cena, que consiste en un asalto premeditado a la nevera a eso de las siete de la tarde, en busca de lonchas de embutido, queso, yogures, fruta o pepinillos en vinagre. Muchas veces los yogures y los pepinillos resultan ser un buen equipo, de ahí que a los griegos les encante el Tsatsiki.

Además, por si la cena no hubiese sido lo suficientemente contundente, mi hermano inventó hace años la post-cena, que se lleva a cabo alrededor de la una de la madrugada y de la que hay variantes: bocadillo de choped nadando en ketchup, una barra de cuarto mojada en cola-cao o quince mandarinas devoradas a dos carrillos.

En China, curiosamente y a pesar de la distancia, conocen todos estos ágapes y algunos más. Comen de día, de noche, en casa, en las tiendas, por la calle, mientras trabajan, mientras conducen, mientras duermen... Dedican horas y horas a comer cada día y lo hacen sin parar a descansar ni un minuto. ¿Cómo es que los chinos están tan delgados? ¡Cómo no van a estarlo, si no paran quietos! Digieren la comida antes de tragársela. Digieren lo indigerible y en cantidades indescriptibles. Las calles están abarrotadas de puestos de pinchitos, empanadillas, fideos, fruta... que no paran de cocinar en ningún momento, siempre rodeados de chinos ávidos de tofu frito (no sabéis lo mal que huele esto) o de pinchos de pollo. Los tratos comerciales y profesionales se cierran siempre con comida. Se regala comida en las festividades importantes: pasteles en otoño, manzanas en Navidad... y además se come absolutamente todo, no importa que sea animal, vegetal, hongo... a nadie se le ocurre tirar a la basura las cáscaras de las naranjas si sirven para hacer té, o las partes verdes de los ajos tiernos si se pueden usar como aderezo.

Así pues, la comida, al igual que el sexo, puede ser la satisfacción de una necesidad física, el placer de saborear algo exquisito o la oportunidad de conocer mejor a alguien.