viernes, 1 de marzo de 2013

Naranjas de la China: Fin de año en Zhengzhou

Ya sé que esta entrada llega un poco tarde (dos meses tarde, para ser exactos), pero digamos que estas últimas semanas he estado muy ocupada (de vacaciones en España). Bien, permitidme que regrese, sin máquina del tiempo, a diciembre de 2012. Tras una visita fugaz pero intensa a Beijing, mis amigos Víctor y Mili, un matrimonio de canarios que trabajan en la universidad, me esperaban en Zhengzhou, capital de la provincia de Henan, en el centro del país, para celebrar con ellos el fin de año.

Para desplazarme de Beijing a Zhengzhou, el 31 de diciembre tomé un tren de alta velocidad en la estación norte de la capital china, que, para que os hagáis una idea, es mucho mayor que muchos aeropuertos de tamaño medio. Los accesos a la estación son numerosos y están increíblemente custodiados por las fuerzas de seguridad chinas. Como en otros lugares del país, como el metro, por ejemplo, acceder a las estaciones de tren en China implica mostrar el billete unas cuantas veces antes de subir al vagón, permitir que escaneen tu equipaje y pasar bajo el arco detector de metales. Exactamente igual que en un aeropuerto convencional.

Desde la entrada principal hasta la puerta de embarque tardé unos veinte minutos caminando con mi pequeña maleta. Por suerte, los letreros estaban en inglés, además de en mandarín. Además, como soy una mujer previsora (bueno no lo soy, pero en esta ocasión lo fui), ya había comprado mi billete en Wuwei la semana anterior. Creedme, no queréis hacer cola en la taquilla de una estación en China.

El viaje en tren fue una maravilla. No sólo fue rapidísimo (la velocidad media durante el trayecto osciló los 400 kilómetros por hora), sino que además era muy cómodo y limpio. Cierto es que pagué por el billete más caro, en primera clase, que me costó alrededor de treinta euros al cambio. A mi lado se sentó una señora china de unos sesenta y tantos, a la que saludé como pude haciendo uso de mi horrible mandarín. La señora me sonrió y contestó en un inglés impecable. Conversamos durante un rato y me explicó que hablaba muy bien esa lengua porque su hija vivía en Perth (Australia) y la visitaba a menudo. Al cabo de un rato, me puse los auriculares y me dormí. Al despertar, mi improvisada compañera de viaje me había comprado una botella de agua y unas galletas. Adorable la hospitalidad de algunos chinos. Mi tren recorrió más de seiscientos kilómetros en una hora y media aproximadamente. 

Al llegar a la estación este de Zhengzhou, llamé a Víctor, que se suponía debía esperarme. Me dijo que saliese por la salida este, que, casualmente, no existía aún, pues la estaban construyendo. Al comentárselo a Víctor, se extrañó y me dijo que saliese por otra parte y le diese alguna referencia para venir a buscarme. Salí por la entrada principal, donde se leía, en letras enormes, Zhengzhou East Railway Station (Estación este de Zhengzhou). Le dije a Víctor que había una explanada y que a lo lejos se veían edificios en construcción. La estación parecía muy nueva y en los alrededores no había gran cosa. Esperé. Seguí esperando. Allí no aparecía nadie y empezaba a hacerse de noche. La noche de fin de año y yo en medio de una explanada quién sabe dónde. Víctor llamó y me dijo que él se encontraba en la entrada principal de la estación y que no me veía. Yo no entendía nada. No lo veía ni a él ni a su amigo Marco, un mexicano afincado en Zhengzhou, que también había salido a buscarme. Finalmente, dimos con la clave. En Zhengzhou hay dos estaciones de tren. Aunque yo había dicho a Víctor que llegaría a la estación este, él no sabía de su existencia por ser una estación de construcción reciente. El malentendido me costó un par de horas pasando frío. Por si fuese poco, me encontraba bastante lejos de su casa, y bastante lejos, en China, significa, a tomar por culo.

Cogí un taxi para ir a casa de Víctor y Mili. Ésta fue la peor parte. Había un tráfico horroroso. Quizás penséis que esto es normal en China, y no os equivocáis. Sin embargo, de las siete ciudades de China que he visitado, Zhengzhou es la que tiene el tráfico más horroroso. Tardé otras dos horas en llegar, el taxi apenas se podía mover. Los taxis en China son baratos y aún así me costó un buen pellizco. Cuando llegué era casi la hora de cenar, así que no tuve tiempo ni de ducharme ni de cambiarme de ropa. Salí a cenar con lo puesto, sin lavarme el pelo y sin maquillar. Sobra decir que los demás iban bien arregladitos.

Fuimos a cenar con Marco y otros amigos, todos expatriados en China, a un restaurante en el centro. Cenamos "hot pot", una especie de cocido chino. En el centro de la mesa está incrustada la olla, en la que hierven las sopas. Los camareros traen carne, fideos (los fideos los estiran en el aire haciendo acrobacias), verduras y otros ingredientes para echarlos en la sopa. Es de las mejores cosas que he comido en China, y apetece mucho en días fríos como aquél. Sin embargo, lo mejor de la cena fue ser testigo del "amor" nacido entre Víctor y una joven camarera china. Lo pasamos muy bien, a pesar de estar tan lejos de casa en una noche tan especial y a pesar de no comer uvas. Como recuerdo, afané unos delantales que prestan en el restaurante para que no te manches la ropa. Después de cenar, fuimos a tomar unas copas y a bailar a uno de esos locales chinos de los que os he hablado en otras entradas de esta serie del blog. Sin ser la fiesta más fabulosa de mi existencia, la recuerdo con cariño y como una experiencia vital muy interesante.

El día de año nuevo, fui a comer con Víctor y Mili a un centro comercial (como me gustaría uno así en Wuwei...) y, como recuerdo, afané unas tazas. Pasé un par de días más en la ciudad, que, sin ofrecer demasiadas cosas interesantes, es un sitio bastante agradable (a pesar del tráfico). No creo haber cogido más autobuses interurbanos en la vida, eso sí.

En general, fueron unos días agradables y agradecí haber pasado la nochevieja con amigos, y hablando español. Víctor y Mili se portaron maravillosamente conmigo, me acogieron esos días en su pequeño piso, me llevaron de paseo por la ciudad y estuvieron muy pendientes de mí. Desde aquí se lo agradezco enormemente.