sábado, 26 de abril de 2014

Los hombres de mi vida




Conocí un hombre inteligente. Tenía en su mirada el atractivo de las personas que conocen, pero quieren conocer. Era una mente brillante tras unos ojos avellana que se achicaban cuando yo le hacía sonreír. Era el doble sentido que sólo algunos entienden, las palabras bien dibujadas que enamoran a los poetas. De él aprendí que el corazón es un músculo fuerte que se rompe con las yemas de los dedos, y lo larga que puede ser una noche de dos horas, mortecina por la presencia de la infinita soledad.

Conocí un hombre bueno. En su mirada azul, el cielo palidecía. Llevaba a cuestas la carga de la indecisión, el miedo a tener lo que no se quiere y a querer lo que no se tiene. Vendía un abrazo cálido en la noche, como un envoltorio de seda suave que rodeaba mis sueños. Las palabras sinceras brotaban de sus labios tibios, y a veces me derrotaban. De él aprendí que la eternidad es efímera y que el amor es un estado temporal que perfila un sentimiento permanente.

Conocí un hombre hermoso. Su silueta se dibujaba en la parte oscura de mi mente, cuando me abandonaba a los instintos. Su silueta me abandonaba, dejando oscura mi mente, cuando los instintos me azotaban. En su hermosura había cobardía triste, inseguridad segura y una piedra lanzada por una mano escondida. De él aprendí que lo hermoso puede ser frío, que la belleza puede ser venenosa y que el diablo usa muchos disfraces para arrastrarnos a un infierno de insípido sabor.

Conocí un hombre generoso que daba más de lo que poseía. Un alma blanca que se dejaba manejar, como una barca. Tenía la sonrisa honesta del que ama de verdad, sin saber que no es amado. Me llevaba y me traía por el mundo, liviana. Me acompañaba en los momentos grises de no saber qué se quiere. Apoyaba mi propia falsedad. De él aprendí que hay cosas malas en mí, que tengo un lunar en el alma que ya nunca desaparecerá.

Conocí un hombre caballeroso. Era todo buenas palabras y mejores gestos. Era todo buen humor, sonrisas, inteligencia. Tenía todo lo que alguien pudiese desear conseguir. Era el padre de los hijos que quizás nunca tenga, el hombre de la casa que quizás nunca compre. Era la puerta del coche abierta para salir, el respeto casi extinto de la sociedad amorosa. De él aprendí que no se puede amar por voluntad propia, que no se puede elegir el camino y que a veces dejamos pasar el tren porque preferimos ir caminando y tropezar con las piedras del camino.


domingo, 20 de abril de 2014

Perfecto



Se mira al espejo todos los días. Por la mañana, cuando se levanta, es lo primero que hace. Va al cuarto de baño y se mira, durante un buen rato, incluso antes de atender las necesidades fisiológicas y de la ducha. Se mira. Y el espejo le devuelve un reflejo joven, una cara de proporciones aúreas perfectas, de ojos grises como el hielo, de cejas tupidas y oscuras, de labios bien dibujados y mandíbula masculina. Se mira desde la realidad y ve unos pómulos elevados sobre unas mejillas afeitadas, suaves como las de una mujer. La mata de pelo oscuro, ligeramente alborotado por el sueño, enmarca las facciones, viriles pero delicadas, perfiladas en una piel ligeramente morena. Se mira y se gusta.

Antes de salir de casa, por la mañana, vuelve a mirarse. Lo hace en el pasillo, donde cuelga un gran espejo ovalado de marcos en plata. Ahora se gusta más, porque está limpio y su piel canela reluce en su suavidad. Los mechones de su cabellera caen en el lugar perfecto, como la hiedra acaricia los ladrillos de la pared, los toca sutilmente en un intento de beso vegetal. Uno cae sobre la frente lisa y otro apunta un pómulo respingón. Se enamora del que roza la nuca, aún húmedo de burbujas de jabón. Nunca sonríe cuando se mira, aunque le maraville lo que ve. Siempre mantiene la boca relajada, y así contiene la firmeza de las comisuras.

En la calle, de camino al centro, se mira más veces. Ve su cuerpo de perfil, atravesando el cristal de los escaparates, firme y moldeado, de armonía renacentista, con el talle fino y las espaldas anchas, la cabeza siempre erguida y el pecho saliente. No se detiene, pero camina y los ojos no miran al frente, sino al lado, buscando su reflejo en las grandes ventanas, mientras los mechones de ese pelo divino bailan al compás de sus pasos medidos.

Hoy le esperan para hacer una audición. Cuando llega, hay una docena de narcisos urbanos como él, esperando el momento para desplegar las alas angelicales de la perfecta belleza. No se miran entre ellos, sino que buscan sus reflejos donde quiera que puedan encontrarlos. En las ventanas, en las superficies metálicas, incluso en el suelo de superficie recién pulida. Se buscan ávidamente, hasta que se encuentran. Algunos traen consigo pequeños espejos de mano. Con el semblante serio, tratan de encontrar cualquier pequeña imperfección.

Es su turno. Entra en una sala grande y le piden que se quite la camisa. Con sumo cuidado, se desabrocha cada botón en una especie de ritual lento y coordinado. Luego dobla la camisa minuciosamente y la coloca sobre una silla. Hay tres personas en la sala. Dos son mujeres. Le miran fijamente. Observan su cara, su pelo, su torso desnudo. Empieza a ponerse nervioso, no porque le dé vergüenza mostrarse, sino porque le gustaría a él también poder verse. Pero no hay espejos en la sala, solamente los ojos de las tres personas que ahora anotan cosas en un cuaderno. Le piden que se ponga de perfil, que se dé la vuelta. Luego tiene que quitarse los pantalones y lo hace con la misma delicadeza con que se desprendió de su camisa. Coloca los pantalones doblados sobre otra silla. Le gustaría poder bajar la cabeza y mirarse las piernas. Los muslos torneados, ligeramente musculosos, las pantorrillas perfectamente depiladas, la piel suave y uniforme. No tiene cicatrices, ni verrugas, ni lunares. Todo él está envuelto en un pedazo de seda perfecta y luminosa. 

Le piden que vuelva a vestirse y le dicen que le llamarán. Se viste con cuidado, sin prisa, sabe que cada minuto que pase ahí dentro aumenta las posibilidades de conseguir el trabajo. Cuando termina, sale con la cabeza alta. Fuera aún hay algunos como él, esperando mostrar el torso berniniano.

Dos días pasan hasta que recibe la esperada llamada. La sesión fotográfica será el próximo jueves a las ocho. Por descontado, él ya conoce los preparativos a los que debe someterse. Una dieta de carnes magras y verdura, litros y litros de agua, cremas, mascarillas, depilación... Lo ha hecho más veces, conoce bien el precio de ser perfecto.

El miércoles por la tarde, de camino a casa desde el gimnasio, cruza el parque. No suele hacerlo porque en el parque no hay tiendas ni escaparates, pero la calle principal está cortada por obras y éste es el camino más corto hasta su apartamento. Camina más deprisa de lo normal, pues no hay nada que le distraiga en su caminar, al menos así es hasta que alcanza el lago. Junto al puente más pequeño, hay un chico sentado en un banco, leyendo un libro. No sabe por qué se ha fijado en él. Tiene el pelo castaño y ondulado, con algunas canas. Los ojos son azules, pero usa gafas para leer, con lo que no puede verlos bien. Va vestido de manera común, con una cazadora de piel, pantalones de pana en color beis y unos zapatos marrones. No hay motivo para detenerse ante él. 

El chico debe tener treinta y tantos, y sonríe mientras lee. Y, cuando sonríe, se le enmarcan la boca y los ojos con pequeñas arruguitas. Tiene unas manos bonitas y masculinas. Aunque está sentado en una postura algo encorvada, se le adivina un cuerpo atractivo. De todos modos, está muy lejos de ser perfecto.

Cuando pasa por delante del chico que lee, su distracción le cuesta un tropiezo. Cae de bruces delante del chico imperfecto, que se levanta del banco para ayudarle. Le sujeta por el brazo y le pregunta, mientras él se incorpora, si se encuentra bien. Le abruma la vergüenza y no sabe qué decir. Asiente con la cabeza y trata de no mirar a su benefactor. En un instante, los ojos le desobedecen y se alzan a comprobar la sonrisa que se dibuja en su cara, y el brillo de los ojos azules tras las gafas. Es curioso que vea los ojos en lugar de buscar su propio reflejo en los cristales graduados. Aún nota la mano del desconocido sujetándole el brazo. Se suelta y se sacude la tierra de los pantalones. Le da las gracias muy bajito, sin poder apartar la mirada de él. Y ve cómo se sienta de nuevo en el banco, cómo agarra el libro, cruza las piernas y vuelve a su lectura, con los ojos puestos en las páginas y las manos acariciando la tosca encuadernación. 

Al llegar a casa, se mira en el espejo de la entrada, el ovalado de marcos en plata, y se descubre un rasguño en la mejilla izquierda. No sebe ser mayor que una cereza pero a él le parece tan grande como una manzana. Mañana es la sesión de fotos y se ve como un jarrón roto, como un lienzo arañado. Por descontado que con un poco de maquillaje y algunos retoques no se verá, pero él sabe que está ahí, su imperfección temporal, su defecto repentino. Por un momento, piensa en el desconocido del parque. ¿Cómo lo hará él? ¿Cómo podrá vivir sabiendo que no es perfecto?


sábado, 19 de abril de 2014

Niñas Raras. Capítulo once: Las niñas de mi vida




Me gusta como es ella. Siempre ha sido una mujer muy dulce y cariñosa. No es de las que se enfadan fácilmente, o te hacen reproches cada dos por tres. Además, es muy comprensiva. Siempre me escucha y apoya todas mis decisiones, por estúpidas que puedan parecer. Tiene esa mirada inocente y cándida que a veces me vuelve loco, porque yo sé leer lo que esa mirada esconde, y me encanta recitarlo.

La conocí a través de un amigo común. Todo surgió de un modo muy natural. Martín nos presentó en aquella cena en la que celebrábamos su cumpleaños. Cuando la vi, lo primero que pensé es que era bastante guapa. Llevaba el cabello rubio cortado a ras de mandíbula, liso y brillante. Los ojillos se entornaban vivarachos siempre que sonreía y aparecían entonces un par de hoyuelos encantadores en las mejillas. Además, ella se reía mucho, y siempre me han gustado las chicas que parecen felices.

Hablé con ella un largo rato. La conversación giró en torno a cosas sin importancia, hablamos de las películas que nos gustaban, de lo divertida que era la fiesta, y cosas así. Me agradó comprobar que teníamos gustos bastante parecidos y que ella parecía estar muy interesada en todo lo que yo tuviese que decir. Me escuchaba con una lata de cerveza en la mano y los ojos bien abiertos. De vez en cuando soltaba alguna carcajada, echando la cabeza hacia atrás ligeramente, en un gesto que se me antojaba poco natural pero que dejaba ver bien su cuello, largo y blanco.

Por aquella época yo trabajaba para el cuerpo de policía y, sin pretender ser presumido, lucía un cuerpo bien moldeado que volvía locas a muchas mujeres. Ella también tenía un cuerpo bonito. Era bastante delgada, con las piernas largas y el trasero firme. No era demasiado curvilínea, pero tenía buen tipo. Me gustó todo de ella desde el primer momento en que la vi, junto a la ventana, bebiendo a sorbos de su vaso mientras movía ligeramente las caderas al ritmo de la música.

Mentiría si digo que sé cómo terminamos siendo pareja formal. Yo, por aquel entonces, era un alma libre. Me gustaba estar con chicas, claro, pero sin comprometerme de ninguna manera. Disfrutaba charlando con mujeres, tomando algo con ellas, bailando, riendo... Si se daba la ocasión de tener sexo con ellas, mejor que mejor. Pero aunque terminase acostándome con ellas, o incluso repitiendo, nunca dejaba que la cosa fuese más allá. No es que me diese miedo comprometerme. Había tenido algunas relaciones más o  menos largas pero siempre terminaban igual por culpa de la rutina y la falta de pasión. Sin embargo, ella me enredó de tal manera que, casi sin darme cuenta, estábamos viviendo juntos y compartiendo hasta el champú.

No debíamos llevar más de un año juntos cuando perdí mi empleo como agente de policía. Una noche, mi compañero y yo detuvimos a un hombre acusado de robar con violencia en una joyería. Tenía antecedentes y se comportó de manera muy agresiva. Se resistió tanto como pudo cuando le detuvimos, e incluso nos agredió, por lo que puede que nos pusiésemos un poco duros con él y eso acabó costándonos un expediente interno y, poco tiempo después, cuando la prensa se hizo eco del caso del "hombre brutalmente maltratado por la policía local", el puesto de trabajo.

Por suerte, su padre me consiguió un trabajo en su empresa, una agencia inmobiliaria cerca de casa. Obviamente yo no tenía ni idea de cómo funciona el mundo inmobiliario, pero me puse las pilas y aprendí lo necesario en un tiempo récord. Como me iba bien en el trabajo y me sentía feliz con ella, en seguida me acostumbré a la vida juntos. Nunca nos ha faltado de nada, es más, creo que tenemos muchas más cosas de las que nadie pueda llegar a necesitar, así que dudo que ninguno de los dos pudiese quejarse.

Lo de las aventuras vino más tarde, cuando empecé a darme cuenta de que la vida cómoda es, a menudo, muy aburrida. Voy al gimnasio y conozco mujeres jóvenes que me tiran los trastos y no puedo evitar dejarme llevar. No es que las mujeres que conozco sean más guapas o más interesantes que ella, simplemente son otras mujeres distintas y el flirteo desata siempre esa sensación de que todo es posible, de lo incierto, que suele ser tentador por estar prohibido. Te produce en el estómago una especie de cosquilleo que tiene que ver con lo excitante de lo que podría suceder pero aún no ha sucedido.

Generalmente, sin embargo, la cosa no va más allá de las palabras, alguna conversación más o menos picante, alguna sonrisa insinuante... A veces termino teniendo sueños húmedos y fantasías que terminan empañando los azulejos de la ducha. Creo que esto es algo que le pasa a cualquier hombre de mi edad, tenga pareja o no la tenga. Normalmente es suficiente para mí saber que estas mujeres me desean y que, si yo quisiera, podría tener sexo con cualquiera de ellas, como, cuando y donde yo desease. Saber esto ya me excita muchísimo y me produce una satisfacción que normalmente alivio solo.

Un día se me cruzó una amiga de mi mujer. No estamos casados, pero dada nuestra vida cotidiana, no creo que esto importe demasiado. El caso es que yo ya me había fijado en su amiga antes, hacía mucho, cuando salía con aquel tipo, pero nunca había sucedido nada, porque aunque la tensión sexual era fuerte, ambos teníamos pareja. Sucede, no obstante, que la atracción es como una goma que puedes tensar solamente hasta cierto punto, porque si no, termina rompiéndose. Nosotros tensamos la goma más de lo debido, así que un día sucedió lo que habíamos tratado de evitar, o quizás no. Solamente sucedió una vez. Fue hace unas pocas semanas y luego ella se sentía fatal porque había traicionado a su amiga. Yo pienso que se equivocaba y que solamente hubiese sido  traición si ella se hubiese enterado. Yo estaba bastante tranquilo hasta que me dijo que Marta había caido por las escaleras en el edificio en el que vive su madre y que el golpe que se dio le había provocado un aborto. Yo sabía de su estado, pero ella no. Pensé que lo descubriría en el hospital, que Marta lo destaparía todo y diría que estaba allí por mi culpa. No me dio lástima de ella, a pesar de lo demacrado de su aspecto. En realidad fue un alivio saber que todo seguiría tal y como estaba. Ya no pensaba cometer aquel error nunca más.

Lo de la niña sin principios es otro asunto. No puedo dejar de pensar en ella, en su cuerpo de curvas peligrosas y en su melena oscura. No me la quito de la cabeza ni un minuto. No estoy enamorado de ella ni creo que pudiese estarlo nunca. No nos parecemos en nada, salvo en una cosa. Somos tal para cual cuando se trata de sexo. Es la única que sabe volverme loco, la única que me lo permite todo, absolutamente todo. Y está prohibida. Y por eso me fascina. Pero tengo que dejar de verla, y de hablar con ella. Creo que se está enamorando de mí.


martes, 15 de abril de 2014

Citizens of the World


I am a citizen of the world. I was born here, but I dream there. I belong, but I am free. My flag is colourful, my anthem is the music of the wind.

I am a citizen of the world. This is my land, and so it's yours. If they raise a wall, I'll build a bridge. If they close the door, I'll find the key.

I am a citizen of the world. I come and go, just like the sea. I find friends everywhere I go, and so you'll find a friend in me.

I am a citizen of the world. I love the land, without a name. I treasure memories instead of gold. Luck follows me wherever I go.

We are citizens of the world. We share the air, we share the land, we share the sea. We were born here, but we dream there. We belong but we are free. Our flag is colourful, our anthem is the music of the wind. This is our land, and so it's yours.

If they raise a wall, we'll build a bridge. If they close the door, we'll find the key. We come and go, just like the sea. We find friends everywhere we go. We love the land, without a name. We treasure memories instead of gold.

Luck follows us wherever we go, because we are citizens of the world.