domingo, 12 de febrero de 2012

Amar la tierra, no la bandera

El nacionalismo puede definirse como una política ideológica que implica una fuerte identificación individual y/o colectiva con alguna entidad política definida en términos de nación. Sin embargo, el concepto de nación es un concepto construído por las superestructuras, que usan esta herramienta como útil de control y manipulación de las masas, al enfatizar el concepto de identidad cultural (utilizando la lengua y otras expresiones culturales como banderas, himnos, etc) como algo natural e innato y haciendo del patriotismo exarcebado un obstáculo para el entendimiento de los pueblos. Amar una tierra es lícito, por sentirse unido a su esencia, a sus paisajes y a sus tradiciones. Los nacionalismos son sólo un arma en manos de quienes saben usarla.

Reflexión matinal de domingo


Siempre me han molestado los cumplidos del estilo: tú eres fuerte, puedes con todo, no me necesitas... Soy fuerte hasta cierto punto, sólo yo conozco mi fortaleza. No puedo con todo ni creo que nadie pueda, especialmente si alguien trata por todos los medios de conseguir logros y los vientos derrumban todos sus castillos de arena. Y cuando alguien te dice "no me necesitas" lo que en realidad quiere decir es que él o ella no te necesita, vamos, que te las apañes tú solito. Si no consigo cambiar mi vida a mejor y me paso las noches esperando una señal... ¿cómo te atreves a decirme que soy fuerte?

De la llave de tu boca


De la llave de tu boca
guardo dos copias;
la que abre los labios entre humedad
cuando se encuentran;
la que la eleva en sutil ademán.

Siempre ganas en el juego
al que jugamos,
que es el escondite del corazón,
nunca te encuentro por más que busco
pierdo sin contemplación.

El orgullo me reclama deudas
que debo pagar,
todas son por culpa tuya,
que me esquivas y me amarras,
me torturas y te vas.

Las dos copias de esa llave,
las voy a tirar al mar.

Viaje a Cuatro. Capítulo Uno: Cuatro


Desde hacía ya algún tiempo viajar a Marte en calidad de turista se había convertido en algo habitual entre las clases pudientes. Al fin y al cabo, el planeta rojo, o planeta Cuatro, como venía llamándose por aquel entonces, no era más que el nuevo Caribe, las nuevas Seychelles o la nueva Antártida. Si uno podía permitirse el capricho de agenciarse un nuevo hidrobólido o de regalar a su santa esposa una carísima manta de auténtica lana de oveja, podría sin duda asumir el elevado coste de un crucero transplanetario así como de las múltiples opciones de ocio que a éste se asociaban.

    Las agencias de viajes interespaciales, que habían crecido como setas tras el nacimiento de nuevos descubrimientos científicos relacionados con la construcción de edificios habitables en Cuatro, aprovecharon sin duda el filón que ofrecía la posibilidad de ofertar nuevos paquetes turísticos en resorts nunca antes imaginados. Así, mientras el populacho debía conformarse con visitar las últimas cuatro piedras del Coliseo o el muy machacado Partenón, o con tomar fotografías de lo que un día fue el Cañón del Colorado, los seres humanos decentes podían alojarse en los nuevos hoteles de lujo marcianos y disfrutar de una larga partida de cubo-6 antes de la cena.

    En aquella época existían ya en Cuatro dos complejos turísticos de un lujo tan exuberante que no se había visto jamás ni siquiera en el viejo Dubai. El primero que se construyó fue bautizado con el poco original nombre de Ares Grand Hotel Superluxe y se componía básicamente de dos edificios: el Deimos, donde se encontraban las habitaciones propiamente dichas, y el Fobos, en el cual se situaban la recepción, el restaurant y la sala de fiestas, entre otros servicios. Se trataba sin duda del más clásico de los dos complejos: decoración años setenta, papel pintado en motivos psicodélicos y una enorme fotografía de un antiguo compositor clásico de la época.

    El Mars Resort and Spa Center se construyó sólo diez años marcianos después. Aquello ya era otra cosa: nada menos que siete edificios distintos que albergaban lujosos departamentos dobles e individuales, restaurantes temáticos, spa, gimnasio, cancha de cubo-6, auto-peluquerías y, por supuesto, una enorme sala de baile diseñada por el célebre arquitecto francés Laurent Guillaume. Todo ello decorado al más puro estilo japonés de los noventa. 

El Mars era sin duda el lujo superior. Sin embargo, aún había muchos visitantes que preferían lo acogedor del Ares, especialmente aquellos que ya contaban con cierta edad o que no comulgaban con el minimalismo y la fría funcionalidad nipona.
Por si eso no fuese suficiente, un año marciano después se inauguró el Bradbury Crystal Palace. El Bradbury había sido diseñado por la británica Faye Abrams, la muy atractiva y no menos arrogante arquitecta y diseñadora del Soho quien, con sólo veintidós años, había ganado ya tres premios Lloyd y un Bauhaus. Su ambicioso proyecto para la construcción en Cuatro de un nuevo resort que hiciera sombra – y vaya si la hizo – al Ares y al Mars no fue puesto en marcha hasta que mi otrora jefe, el señor Mendes, también propietario de la agencia Across Stars, puso sobre la mesa una obscena cantidad de dinero, ínfima parte de su cuantiosa fortuna, en concepto de inversión.

El nuevo súper-hotel había sido dotado de un aspecto ciertamente imponente: ciento ochenta plantas que se alzaban en el cielo rosa de Marte, coronadas por una redondeada cúpula que dotaba al falo de una forma indecente, como si dijera a voz en grito quién era el macho alfa de los hoteles de Cuatro y, por ende, quién mandaba allí. Aquel impúdico edificio habría hecho languidecer al mismísimo Burj Khalifa, y no sólo en cuanto a su tamaño, sino también en todo cuanto era referente a la ostentación.

Exteriormente, el hotel era una enorme torre cilíndrica de más de mil metros de altura, construida con materiales resistentes a las fuertes ventiscas que azotaban la zona de cuando en cuando, así como a tantas otras inclemencias meteorológicas propias del planeta. En el interior, todo había sido cuidado al detalle. Por una parte estaban las cuestiones técnicas como el acondicionamiento del aire, que obviamente era irrespirable en el exterior debido a la composición gaseosa de la atmósfera marciana, el sistema de conducción y depuración de aguas,  la necesaria presurización y la compensación gravitatoria. Por otro lado, el confort y la opulencia más absoluta hacían acto de presencia en todos los rincones.

En la planta baja se había instalado la recepción, en la que trabajaban una veintena de personas, además de otros tantos s-lavs, que realizaban básicamente tareas de limpieza y acondicionamiento. La entrada acogía una hiperbólica fuente de agua que fluía a raudales, así como varias esculturas tan ostentosas como horteras. Plantas artificiales japonesas de la mejor calidad, hermosas fotografías de Tres, cuando aún guardaba su esplendor, y butacas de gato en colores cálidos. Sonaba a modo de hilo musical una canción tras otra y el perfume de la estancia era fresco, limpio y acogedor. Al fondo había ocho elevadores transparentes que acompañaban a los huéspedes a sus carísimos aposentos.

Las más de mil trescientas habitaciones eran propias del mejor de los hoteles: grandes, cómodas, limpias. La más barata de las cámaras, si es que había algo barato en el Bradbury, era una auténtica suite presidencial: mantas de algodón y lana auténticos, sofás de gato, Red propia, servicio de habitaciones, agua caliente y una botella de licor de bayas taki como bienvenida. En las plantas más altas se hallaban doce restaurantes diferentes, tres salas de juego, un salón de baile, cuatro canchas de cubo-6 y muchos otros servicios al alcance de los bolsillos más abultados. La enorme cúpula del edificio acogía doce cubiertas de hangares que recibían y despedían naves de transporte todas las semanas.

Lo que no se anunciaba en los folletos turísticos era que todo aquel despilfarro de recursos físicos y económicos había sido posible únicamente gracias a los s-lavs. Cuando el gobierno japonés, propietario de la patente de los seis modelos existentes, concluyó las pertinentes mejoras en sus prototipos, los pusieron de inmediato en el mercado. En un principio, se pensó en grandes empresas como posibles compradores, pues la compra de s-lavs suponía una enorme inversión que pocos bolsillos particulares podrían afrontar. Sin embargo, pronto las familias con posibles pudieron acceder al producto y eran muchos los hogares que en la zona uno de Tres disponían ya de uno o más s-lavs. 

Los japoneses programaron cada uno de los seis modelos para cumplir con tareas específicas y concretas. El modelo número tres, por ejemplo, había sido exclusivamente diseñado para la realización de tareas domésticas en el hogar, mientras que el número cinco fue creado para la localización y extracción de recursos minerales en atmósferas extraterrestres. De un modo u otro, los s-lavs cumplían eficientemente con su cometido, fuese el que fuese. 

En resumen, los s-lavs se habían encargado de la construcción de todos y cada uno de los edificios de Cuatro, de su mantenimiento continuado, de proporcionar los recursos necesarios para su construcción y de conseguir agua en cantidades suficientes como para que de la fuente del Bradbury manasen chorros como cataratas. Ellos lo habían hecho absolutamente todo, todo lo que a los seres humanos se nos había negado durante siglos por nuestra frágil condición fisiológica así como por las múltiples limitaciones logísticas.

Cuando el hotel estuvo a punto para su inauguración, empezó la carrera por convertirse en el número uno de los complejos turísticos de Marte. Se pusieron en marcha múltiples campañas promocionales, así como algunas otras que empequeñecían a la competencia, no siempre con demasiada deportividad. Se contrató a los mejores agentes de viajes, relaciones públicas, publicitarios, psicólogos de mercado, economistas. Ningún detalle podía ser dejado al azar, todo tenía que estar perfectamente estudiado y preparado para empezar a recibir viajeros que harían crecer las arcas del señor Mendes y de todos sus asociados. 

Y es justamente en este punto donde entra en acción Across Stars, la agencia de viajes interplanetarios más célebre y reputada de todo Tres y propiedad casi íntegra del ítalo-brasileño Leo Mendes. Su orondo cuerpo, su lustrosa calva y su gigantesco bigote eran tan conocidos como la Neo-Cola o Martín Heinze, el famoso piloto de hidrobólidos argentino. El señor Mendes no sabía nada de economía, menos aún de negocios o de relaciones públicas. Tampoco es que le hiciera mucha falta, pues para esas cuestiones tenía decenas si no cientos de asalariados más que competentes. Y tenía suerte. Mucha suerte. Si alguien ponía la bala donde antes puso el ojo, ese alguien era el señor Mendes, sin lugar a dudas.
La agencia promocionaba a bombo y platillo paquetes vacacionales de lujo en los cruceros Halley y Halley II, así como posteriores estancias en el Bradbury en categoría de todo incluido durante una o dos semanas.  La Red se pasaba el día entero emitiendo señales publicitarias que contenían dichas promociones en todas las lenguas de la zona uno de Tres, donde los ciudadanos podían permitirse el lujo de tener Red en sus propios hogares, además de otras muchas comodidades. 

Durante un cierto tiempo, no creo que fuesen más de seis años terrestres, trabajé como un esclavo para Across Stars y el señor Mendes. Mi trabajo consistía en hacer feliz a la gente, o eso era lo que siempre decíamos cuando nos preguntaban.

-    ¿Qué hace usted para ganarse la vida?
-    Hago feliz a la gente.
-    ¿Es usted un payaso, un comediante?
-    ¡No, por los dioses! Soy agente de Across Stars.

¿Qué cómo hacíamos felices a la gente? ¡Pues haciendo que gastasen su dinero! Esa había sido la única felicidad humana desde que se inventara la moneda. Y eso no había cambiado. Había que trabajar para ganar dinero y poder gastarlo. Había que trabajar para ser feliz. Es posible que esto suene ridículo en los tiempos en que vivimos, pero no se trata de ciencia-ficción. ¡Es la puta historia de la humanidad! 

Aunque el trabajo no era mi pasión, al menos podía disfrutar de catorce días de vacaciones al año, y era por ello la envidia entre mis amigos y conocidos. Además, el sueldo era decente, la Neo-Cola era gratis y le veía el escote a Jess todos los días. Vamos, que podía decirse que era un tipo relativamente afortunado… hasta que lo fastidié todo durante la fiesta de cumpleaños de la señora Mendes. 

Simona era de todo menos discreta. Tenía, claro, muchas razones para ser siempre el centro de atención: un marido descaradamente rico - y veinte años mayor que ella - , un cuerpo de escándalo y una arrogancia digna de la reina de Saba.  Le encantaba pavonearse con sus excéntricos modelitos de precio exorbitante y su nacarada sonrisa, hogar de lengua bífida y venenosa. 

Cuando llegué, la fiesta ya había empezado y el señor Mendes me dedicó un gesto de reprobación. Fingí sentirme avergonzado y me dirigí al bufé. Aquello era un auténtico banquete: sucedáneo de queso, canapés de algas roja y verde, licores y sorbete de bayas taki con caramelo. Había un grupo de músicos tocando los clásicos de siempre y algunas estupendas señoritas que movían sus caderas al ritmo del son. Simona había escogido el Sublime Hotel en Delhi para la celebración de su trigésimo segundo aniversario y su marido, al que se le caía la baba en su presencia, había sacado el talonario sin rechistar.

Supuse que más pronto que tarde debería  felicitar a la anfitriona. Después de un par de canapés y una copa de licor, me acerqué, aprovechando que en ese momento no había ningún otro invitado haciendo los honores. Odiaba esta clase de protocolos, pero, para alivio y regocijo de mis compañeros de empresa, yo había sido el elegido por la suerte para ser invitado a la fiesta en calidad de representante de los asalariados de Across Stars, así que poco podía hacer para escaquearme. Saludé educadamente al señor Mendes y felicité a Simona por la ocasión que se brindaba.

-    Le deseo lo mejor en su día, señora Mendes. Está usted espléndida, cualquiera diría que cumple usted dieciocho.

Siempre supe mentir con talento. Lo cierto es que, aunque Simona era una mujer muy atractiva, no aparentaba menos de treinta. Su cara reflejó satisfacción por el cumplido. La verdad es que no sé cómo le cabía el ego en aquel misnúsculo vestido.

-    Ya tengo lo mejor – dijo arrastrando cada palabra, al tiempo que dedicaba una lasciva sonrisa a su marido. – Pero gracias.
-    No hay de qué. Feliz aniversario, señora. 

Si hubiese podido le habría borrado de la cara aquella expresión de suficiencia y superioridad a puñetazos. Aparté aquella idea de mi cabeza, volví al bufé y me serví otra copa de licor. Las bayas taki eran el único recuerdo que le quedaba a la humanidad de la fruta fresca y además resultaban excelentes en su maduración y fermentación. El licor era una buena excusa para aguantar a todos aquellos snobs pomposos y repelentes. Cogí mi vaso y me escondí en un rincón del salón, junto a una mesa repleta de canapés de alga y pinchos de queso.

No recuerdo cuántas copas debía llevar encima cuando Simona se me acercó por detrás. Noté su aliento en mi oreja y su firme cuerpo apretando mi espalda. Di un respingo y me aparté, esperando que nadie hubiese visto la escena. 

-    Sabes, no me sienta nada bien cumplir años, no sé, me pone de mal humor.

Lo dijo mientras volvía a acercarse a mí de un modo tan descarado que me pareció imposible de creer.


-    Bueno, peor es no cumplir años. – Dije intentando ser gracioso – Además es usted muy joven todavía.
-    ¿Todavía?
-    Bueno, quiero decir que… ya sabe.
-    Sí, ya.

Y luego, cambiando radicalmente de tema, dijo:

 – Mendes se ha ido a la cama, le gusta acostarse pronto, pero yo no tengo sueño.

Remarcó el pronombre personal y me echó una mirada de hiena hambrienta como no había visto en mucho tiempo. Yo no sabía dónde mirar;  por un momento pensé que todos los ojos de la fiesta estarían puestos en nosotros, pero no era así. Nadie nos miraba. Casi lo hubiese preferido, una mirada censuradora me habría dado en aquel momento la excusa perfecta para poner pies en polvorosa. No es que Simona no me gustase, no estoy hecho de piedra y tampoco prefiero la compañía masculina. Sin embargo, dada mi delicada situación laboral y económica, lo último que necesitaba era perder mi empleo por beneficiarme a la mujer del jefazo. A ella, por otra parte, no parecía importarle demasiado mi expresión incómoda y continuó con su nada delicada estrategia de acoso y derribo.

-    Seguro que tú tampoco tienes sueño. – Dijo con ese tono de voz empalagoso.

Yo me sentía cada vez más mareado, y no creo que fuese por el licor. Si quería salir de aquella telaraña más me valía echarle narices. Simona se acercaba más y más y posaba sus ojos gatunos sobre mí como si de un momento a otro fuese a devorarme.

-    Señora, con todo respeto, no creo que a su marido le haga demasiada gracia que tenga usted tanta confianza conmigo. Además, yo soy sólo un pobre desgraciado. Será mejor que vaya con él.

Aún no sé por qué dije aquellas últimas palabras. Pero las dije. Y me costaron un viajecito a Cuatro.

Te encuentro en el albor


Te encuentro en el albor,
cuando abro los ojos y
veo, entre los  espacios de mi pelo enmarañado,
tu faz.

Si me oscurezco te vuelvo a ver,
entre las sombras;
y oculto entre mis sueños
tu calor.

El sol traicionero
me vuelve a despertar
Y, al voltearme, nos volvemos
A encontrar.

Mi ojo derecho, la comisura
izquierda de tus labios
que sonríe a mi mirar,
semiconsciente.

Cerrados de nuevo, los ojos
dejan trabajar a los labios
que se buscan entre alientos
hasta dar con su destino.
Son los buenos días de Romeo,
que, a pesar de todo,

son etéreos.

Charles Dickens' house in London


Love her, love her, love her! If she favours you, love her. If she wounds you, love her. If she tears your heart to pieces – and as it gets older and stronger, it will tear deeper – love her, love her, love her! Mrs Havisham to Pip in Great Expectations, by Charles Dickens 

("¡Ámala, ámala, ámala! Si te corresponde, ámala. Si te hiere, ámala. Si te hace añicos el corazón - y conforme se hace mayor y más fuerte - ¡Ámala, ámala, ámala!" La señora Havisham a Pip en Grandes Esperanzas, de Charles Dickens)

De noche duele más


De noche duele más
porque estoy sola,
sentada sobre el asiento de mi inconsciencia
y pensando
que de noche duele más.


No temo la soledad, no la temo
aunque a veces la rehúya.
temo el olvido, que se asoma traicionero
y se lleva uno a uno mis recuerdos.
Se los lleva sin permiso y les resta importancia,
hace que los confunda en la noche,
que me sienta equivocada
y que los invente.


Cada minuto es un ladrillo en mi pared,
que va cerrándose de a poquito,
aislando mi mundo del tuyo
y por eso duele más.
Porque los minutos de la noche son más largos,
más ruidosos y estridentes,
más crueles y egoístas.
Sonríen a tu desgracia.


De noche duele mucho más,
aunque de día también duele.

William Blake's birthplace in London


"And seven more loves in my bed
Crown with wine my mournful head,
Pitying and forgiving all
Thy transgressions great and small".


Excerpt from "Broken love" by William Blake

 "Y siete amores más en mi cama
coronan con vino mi afligida cabeza 
compadeciéndose y perdonando
las pequeñas y grandes transgresiones".

Extracto de "Amor roto" por William Blake 

Mentes simples, cabezas complicadas


La escritura es la terapia de los que se sienten solos, de los indignados, de los incomprendidos. Es ese terreno pantanoso en el que confluye lo que se sabe, lo que se cree, lo que se inventa y lo que se sueña. Es un peligroso abismo hacia la locura, el camino que separa el alma de la felicidad y la inopia, el delirio de las ideas descontroladas. Creo, por suerte, que todavía me queda un resquicio de cordura... de vez en cuando, soy capaz de volver de Oz.