lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad en familia y otras utopías hermosas

Yo tenía ocho años. Debió acabarse el cava, o quizás los mantecados estuviesen pasados de fecha, porque dos de mis tíos empezaron a discutir airados como dos venados aquella nochebuena de 1988, justo después de que mi abuela hubiese rascado la botella de Anís del Mono mientras entonaba villancicos populares rodeada de niños sobreexcitados, en aquella mesa repleta de fruta seca, turrones y cortadillos, que siempre han sido mis favoritos. Las razones de tal disputa no alcanzo a recordarlas, puede que de tan absurdas que fueren. Sí recuerdo a la abuela intentando poner tierra de por medio, a mi madre yendo y viniendo de la cocina con platos cargados de dulces y a mi padre, que, después de haber trabajado muchas horas, intentaba cenar en paz mientras veía a Camilo Sesto o a Roberto Carlos cantar por televisión. Mi padre, que muchas veces nos recuerda que la Navidad solamente es bonita cuando hay niños con quien celebrarla, porque los niños son los únicos que entienden su verdadero sentido, la ilusión de esperar a Santa Claus o a los Reyes Magos, la magia de las luces y los pesebres y la música. 

Con la edad, la Navidad toma nuevos significados. Hay que cenar con los jefes y con los compañeros. Hay que comer con la familia, con la familia política, con los sobrinos de la prima de tu tía... Hay que gastar dinero en regalos por compromiso. Hay que ver como algún desgraciado de algún pueblo que no es el tuyo se lleva el gordo de Navidad, que usará para tapar agujeros, en plan masilla. Y lo más importante, solamente algunos privilegiados tienen vacaciones y paga de Navidad.

No me entusiasma la Navidad, no es que la odie, no. Es que no me vuelve loca. Sin embargo, a diez mil kilómetros de casa, sola entre millones de personas que no tienen ni idea de quién narices es San José o de lo que es una zambomba...las fiestas cobran un nuevo sentido, el de la occidentalidad añorada y el de los abrazos con las pocas personas de este mundo que de verdad me importan.  

Disfrutad de las fiestas si tenéis la ocasión, reíd, cantad villancicos, emborrachaos, discutid con ese primo gilipollas que os toca siempre las narices, comed como cerdos y recordad que nunca se sabe lo que se tiene hasta que se echa en falta. ¡¡¡FELICES FIESTAS!!!