viernes, 27 de julio de 2012

Zhaocai Mao


Cada año, por Navidad, celebramos en mi casa un pequeño "amigo invisible" que nos tomamos a broma. El regalo no debe exceder los tres euros y debe ser tan inútil, absurdo y feo como sea posible. Las pasadas fiestas, mi madre era mi "amiga invisible" y me regaló un ¿precioso? Zhaocai Mao, uno de esos gatos raros orientales que mueven la patita como diciendo: "¡Eh tú, ven pa'cá!". Se trata de un Mao (para los ignorantes que me leéis, "mao" significa "gato" en chino) de plástico barato en color dorado (que se supone que es el color de la fortuna y del dinero, o eso dice la wikipedia). Lo mejor del gato es que el mecanismo del brazo móvil funciona con energía solar, vamos, que es... ¡un gato ecologista!.

¿Y a qué viene todo este rollo del gato? Bueno, pues resulta que, como soy tremendamente supersticiosa y estos últimos días están pasando algunas cosas que podrían cambiar mi vida completa y maravillosamente, veo en mi ¿precioso? Mao una señal del destino. A lo mejor con los días os cuento que no era una señal, sino una broma. Pero a día de hoy, aún soy optimista y positiva.

Una vez escribí que las casualidades no existen. Creo en el destino, como creían los griegos. De hecho, creo que algunas cosas que han (y que no han) sucedido en los últimos meses dejarán pronto de ser un sinsentido. Sin embargo, el destino es un poco perezoso y un poco cabrón. Él se sienta y espera a que vayas. Hasta que no vas, el destino ni se mueve ni se deja alcanzar. Llevo unos días persiguiendo a mi destino, a ver si se cansa el jodío y puedo colocar mi bandera de la victoria.

Para seguir al destino uso dos trenes: el del esfuerzo diario por conseguir lo que quiero (ese que tan bien nos hace sentir, porque además es un tren que sale a la hora que queramos); y el tren de la bruja (el de la superchería, la astrología, la magia, la fe y otras anticiencias que escapan al entendimiento humano). Ese tren, por desgracia, sale cuando a la diosa fortuna le sale del peplo. 

Yo, por si las moscas, sigo haciendo transbordos, a ver si en unos días puedo coger el avión de los sueños y, de paso, llevarme a mi Mao en la maleta.