viernes, 15 de noviembre de 2013

Exhibir el alma


"No hay mayor agonía que cargar con una historia no relatada dentro de ti". Maya Angelou

Mi primer relato mínimamente serio se tituló "La noche del dos de julio". Yo tenía catorce años cuando lo escribí, en un pequeño bloc que pasó a mejor vida, junto con el relato. Recuerdo bien casi todas las palabras del mismo. Creo que hasta podría reescribirlo, al menos una versión de él. Lo más probable es que, incluso con las mismas palabras, terminase siendo un relato distinto, pues ya no narraría una historia arrancada de mi cabeza adolescente, sino un mal remake, si se me permite el anglicismo, producto de mi mente trastornada de treintañera.

Por supuesto, antes de mi tierna adolescencia, ya había escrito mil historias. Relatos de princesas que se peinaban largas trenzas, de animales que hablaban castellano y catalán y cruzaban juntos la selva o la ciudad, de nubes que hacían llover cuando estaban tristes. Cosas así. Un año que mis padres andaban muy mal de dinero, los Reyes Magos me trajeron unos cuadernos y un plumier. Me encantó mi regalo y sobra decir por qué.

Con los años, y después de muchos concursos literarios en el colegio y en el instituto, acabé atrapada por los pasillos de una universidad de letras, leyendo a Plath sentada en la taza de un váter sucio cuya puerta rezaba los mil y un milagros contra el estreñimiento. Cuando estudias literatura termina sucediendo una cosa. Un día piensas: "Si Dickinson -en su locura-, Poe -a pesar de su alcoholismo- y Burroughs -entre pico y pico de heroína- han escrito cosas... ¿por qué no puedo hacerlo yo?". Parece simple, pero no lo es. Quizás sea necesario ser adicto, demente, borracho o maníaco-depresivo para escribir algo. Algo bueno, claro.



Yo tenía mil historias que contar. Las ideas, decía Steinbeck, "... son como los conejos. Primero tienes un par y sabes cómo manejarlos. Sin embargo, en cuanto te descuidas, ya tienes una docena". A veces escribía mis desvaríos en mi diario o en el pupitre de clase. Dice Neil Gaiman que "para escribir solamente hay que sentarse frente al teclado e ir poniendo una palabra tras otra hasta acabar. Es así de fácil, y así de difícil". Yo me puse a ello. Empecé a escribir relatos de ciencia ficción. Luego tuve una época en que escribía historias eróticas. Leyéndolas ahora, tras la fiebre de Cincuenta sombras de Grey, resulta que yo, con veinte años, era más sucia y pornográfica de lo que la señora E. L. James será jamás...

Escribí una novela de ciencia ficción que publiqué en este blog. Se titula Viaje a Cuatro y, bueno... honestamente, no es gran cosa. Sin embargo, me sentí orgullosa al terminarla porque, por primera vez en mi vida, ¡había escrito una novela!

Escribir es para mí lo mismo que despojarme de mis fantasías, vomitar el alma y arañar hasta el último de mis recuerdos. Es como despojarse de lo que primero te has alimentado. En algún momento vas a tener que soltarlo. "Si no escribo para vaciar mi mente, me volvería loco", decía Lord Byron. 



¿Y todo para qué? De acuerdo con Virginia Woolf, "Escribir es como el sexo. Al principio se escribe por amor. Luego por los amigos. Al final, por el dinero". Creo que estoy entre las fases uno y dos. Si algún día alcanzo la tercera, podré decir que he culminado mi propio Himalaya. Supongo que podré entonces empezar con lo de plantar el árbol. Dejaremos lo de tener hijos para el final... si queda tiempo. Aún así, supongo que acabaré escribiendo sobre cómo planté ese maldito árbol y, Dios quiera que no, sobre la mala vida que me dan mis hijos. Mientras tanto, espero que llegue mi momento, entre gin-tonics y niñas raras, entre boxeadores deprimidos ("A golpes"), salas de manicomio ("El pabellón Kraepelin"), sexo incestuoso ("El dieciséis de la calle Lamarck") y las caderas de una joven prostituta de Bangkok ("La buena de Blue"). 


“Some moments are nice, 
some are nicer, 
some are even worth writing about.” 

("Algunos momentos son buenos, otros son mejor, otros incluso vale la pena escribirlos.")


C. Bukowski