martes, 20 de agosto de 2013

Poesía de saldo para idiotas sin remedio


Siempre es diferente hasta que empieza a ser igual. 
Te das cuenta cuando te llega el olor a podrido de las mentiras y las promesas incumplidas. 
Se ofende el ofensor, 
se esconde el valiente, 
se atreve el temeroso. 

Te piden lo que no te han dado
ni les pertenece. 
Te dan lo que ni quieres ni has pedido. 
Un, dos, tres. 
Donde dije digo, digo Diego, 
y mañana será otro día. 
Aquí no ha pasado nada. 
O sí. 
Pero lo mismo da. 
Mírate al espejo, que otra vez tienes cara de tonta.

Si es cierto que hay una horma para cada zapato, 
voilà, ahí estaba. 
Qué manera tan perfecta de encajar, 
mirada sibilina, 
simetría de lo absurdo, 
dientes blancos, 
mente perversa. 

¿De dónde salen semejantes ejemplares, 
que arden tibios y conversan a empujones? 
No recuerdo cuándo pedí a las moiras semejante destino, 
si yo no sé coser. 

No tengo principios, 
ni me importan los demás. 
Merezco los golpes que me dan. 
Pim, pam, pum. 
Los voy encajando y pienso 
en cuán familiares me resultan algunos. 

Tú, listillo, no estoy para tonterías, 
deja un mensaje en el contestador, 
si quieres. 
Y tú, sí tú, 
vuelve a tu presente, tápate los ojos y sigue caminando, 
tranquilo, que no te caes.

Yo me bajo aquí mismo, 
hago un transbordo de esos interminables 
y me subo en el tren que vaya más lejos. 
Mañana saco la basura, 
me lavo las manos y expío mis pecados, 
a ver si es posible, 
aunque sea a base de ginebra bendita. 

Me daré con una piedra en los tobillos y repetiré, 
como el cuervo de Poe, "Nunca más". 
Que ya, ya lo sé, 
que en menos que canta un gallo 
estoy otra vez maldiciendo los impulsos, 
los instintos, 
el olor de la caza,
mis ideas descabelladas. 
Hasta entonces, bienvenida soledad, 
otra vez.