viernes, 6 de diciembre de 2013

Niñas Raras. Capítulo seis: La niña fría




Mi pelo es largo y rubio. A veces me gustaría que fuese incluso más largo, como el de la princesa Rapunzel, la de los cuentos. Así podría ser rescatada de mi palacio de hielo por alguna clase de príncipe que no se quedara en tibio. A menudo me veo como un alma encerrada. No hay barrotes ni cadenas, pero veo el mundo desde mi refugio. Por fuera, ojos color chocolate y piernas fuertes. Por dentro, un témpano frágil a punto de derretirse al mínimo aliento.

A mi lado duerme el niño compañero. Él es mi paraguas en los días de tormenta. Él es todo el calor que me falta. Un abrazo suyo es suficiente para templar mi ventisca. No obstante, veo su mirada amable y pienso en toda aventura que nos falta. Imagino que así es como terminan por ser siempre las cosas. La pasión es una presa que revienta, pero en algún punto el agua termina por encauzarse. No digo que no sea feliz con los pies en el arroyo, pero a veces ansío un salto.

El niño compañero me conoce bien. Sabe que me hago pequeña a veces. Sabe que, en ocasiones, soy un carámbano transparente, incrustado en mi propia frialdad. En casa, siendo una niña, la pequeña de la familia, me enseñaron a ser fuerte como la piedra, y resistente. Me criaron para ser una superviviente y se les olvidó enseñarme a llorar. Permanecía en la sombra, aislada del amor que toda familia debe ser capaz de darte. Como un niño que se cae y se despelleja las rodillas jugando en el parque, también yo sufría mis propias caídas. Entonces me levantaba. Eso sí me lo enseñaron.

Mi padre falleció hace unos meses. No sabría describir bien ese golpe. Puede que él fuese la única persona capaz de amar y comprender del todo mi transida alma. En mis brazos, él se terminaba. Detrás de mí, mi hermana veía su figura tan claramente como me veía a mí. Con la voz seca, me dijo:

-Estoy viendo a papá, Sara.
-No digas eso. Me pones nerviosa.
-Yo solamente lo digo.
-Siempre estás con lo mismo, no tiene gracia y lo sabes.
-Yo solamente lo digo. -Repitió, marcando cada palabra en su gesto irritado.

Mi hermana. Ojalá pudiese llamarla de otro modo. Yo pensaba que las hermanas eran amigas con las que crecías. Que tener una hermana mayor significaba que ella te cepillaría el pelo mientras le contabas tus miedos y le hacías preguntas sobre los chicos. La mía no es así. Es un alma ilegible. La niña sin emociones. No acostumbro a hablar de ella. No voy a hacerlo ahora. No sabría.

En mi casa, siempre me han visto débil, frágil. Me han inculcado la dureza en el carácter, pero han obviado mis sentimientos, que no se pueden barrer bajo la alfombra. De todos modos, han hecho un buen trabajo, o eso creo. Fuera de casa, la gente me ve fría, pero tan de hielo soy que a veces me derrito. Me maquillo los ojos de color gris humo y me creo a salvo, tras mi coraza gélida, de las heridas que pueda causarme la vida.

Hoy me he despertado con el alma templada. Fuera hace sol, pero en esta época del año, raro es que el sol caliente mis huesos helados. Me he puesto la sudadera gris, está vieja pero sigue siendo mi preferida. Con una taza de café en la mano, me he asomado a la ventana y he visto la vida pasar. Luego ha venido Lucas a interrumpir mis pensamientos. Lucas es mi mejor amigo. Es de color pardo y tiene los ojos verdes. A menudo se pasea con esa dignidad tan propia de los de su especie, con la cabeza alta y el paso ligero, blando y esponjoso. Me gustan los gatos, siempre he creído que en ellos viven almas atrapadas. Son inteligentes, pero no como los perros. Los perros siempre buscan compañía, necesitan del amor de otros, son dependientes. Los gatos, en cambio, pueden amarte desde la más absoluta indiferencia. No necesitan de tu compañía, aunque la valoren. A veces, cuando me siento a tejer frente a la ventana pequeña, la que está junto al radiador, Lucas me mira fijamente, como si de un momento a otro fuese a hablar. Yo le devuelvo la mirada y espero un segundo, pero nunca dice nada.

El niño compañero se levanta media hora más tarde y me da un beso suave en la coronilla, mientras me abraza desde detrás.

-Buenos días, rubia.

Yo sonrío con calidez inusitada.

-¿A qué hora es la exposición? -Me pregunta.

-Es a las doce. Será mejor que me ponga las pilas.
-¿Es en el centro cultural?
-Sí.
-¿Quieres bajar a desayunar antes? Me parece que casi no queda nada en la nevera. -Sugiere.

-Vale, pero voy a ducharme primero. 

Le doy un beso al niño y me encamino a la ducha.

A las doce menos cuarto, entramos en el centro cultural. Me saluda Marisa, la responsable de la exposición, que se nos acerca muy sonriente y cordial.

-Sara, lo tuyo está justo detrás de ese panel gigantesco. -Dice, señalando el mencionado panel con el dedo. -Luego me acerco.

El niño compañero me mira y sonríe. Por un instante, consigue derretir mi expresión glacial. 

-Qué orgulloso estoy de ti, cariño. Eres una artista. -Me dice, sonriendo.

Le devuelvo la sonrisa. No estoy acostumbrada a los halagos, a pesar de que recibo muchos por su parte. Nunca sé qué responder. Solamente sonrío y arrugo los ojos brillantes. 

En la pared frente a nosotros hay dieciocho fotografías. Todas las fotografías son de caras de personas. Las he tomado yo en el último año. Entre ellas, hay una mujer con una cicatriz que le corta la ceja y el párpado superior. Está fumando un cigarrillo. Al lado, la imagen de un hombre con la cara llena de tatuajes. Hay rostros de niños y algún anciano. Entre todas las fotos, sin embargo, hay una que atrae a los curiosos como la miel a las moscas. Esa mujer de cincuenta y tantos que sonríe en la foto, enseñando una dentadura estropeada, luce arrugas en la frente y patas de gallo. Lleva demasiado maquillaje y, a pesar de su sonrisa, todos saben que no es feliz. "La niña María" termina siendo la foto con más éxito de toda  la exposición. Imagino a María quejándose porque no he retocado la fotografía. Imagino a María acariciando la imagen con los dedos anchos y las uñas picudas, mientras bebe un vermú en copa fina, recordando tiempos mejores.

-Sara, qué maravilla. -Me dice Marisa, que aparece por sorpresa.
-Gracias. -Respondo.
-Tienes un talento increíble, no te miento, Sara. Captas los sentimientos a pesar de las máscaras que la gente utiliza para ocultarlos. Es impresionante.
-Yo solamente hago fotos. -Digo con una humildad incómoda.
-No seas tan modesta, cielo. -Dice el niño compañero. -Si ella te dice que vales, es que vales ¿no? -Pregunta dirigiendo la mirada a Marisa.

Marisa asiente y sonríe.

-Un día tendrás que explicarme de dónde sacas el talento para escudriñar las almas de la gente.

Sonrío de nuevo, no sé bien cómo. Marisa se excusa porque tiene que atender a otras personas. El niño compañero y yo salimos de la exposición y nos encaminamos a casa.

Dice Marisa que escudriño a la gente. Quizás sea cierto. Es relativamente diseccionar a los demás desde mi púlpito helado. Basta con mirarles y pensar que sus sonrisas ocultan tristeza, que sus lágrimas esconden miedo y que su maquillaje oculta un alma sin sosiego. Como hacen mis ojos ahumados. A lo mejor no es cierto. A lo mejor la niña María es feliz. No. No lo creo. Jugó todo a una carta y perdió. Nadie puede ser feliz sin amor. Hay quien no puede ser feliz ni siquiera teniéndolo.

Al entrar en casa, Lucas se pasea entre mis pantorrillas, rozando su peludo cuerpo contra mí. Es su manera de decir que me ha echado de menos. Después de quitarme el abrigo y de calzarme mis zapatillas de andar por casa, lo cojo entre mis brazos y lo sujeto contra mi pecho. El niño compañero se ofrece a hacer la comida. Escucho como trastea en la cocina. Oigo el chatarreo de cazuelas y cucharones, el tintineo de los vasos. Lucas y yo nos asomamos a la ventana y vemos pasar a la gente. Vemos salir del bar a la niña María, que camina con un pitillo en los labios y las manos en los bolsillos, sin saber que hoy cambiará de nuevo su vida.



2 comentarios:

  1. ¡Hola, Klara! ¿Sabes?, estaba pensando que el apodo de "niño compañero" es muy bueno, incide justo en esa clase de personas (un grupo al que quizás yo pertenezco o he pertenecido), pero, no sé... me quedo pensando que luego aparece poco en el relato esta cualidad, quizás podrías hacer que en sus intervenciones se viera con mayor claridad y así ahorrarte (tal vez) el sobreuso del apodo, aunque como es intencionado y no queda nada mal, yo sólo me lanzaría con lo de infantilizar (sutilmente) al compañero. La idea es que siempre es más agradable cuando el lector decide cómo es un personaje, cuando el autor hace lo que puede y luego sale lo que sale. Pero vamos, que te escribo esto por no repetirme. Muy fría la niña fría y cojonudo el contraste entre su propia frialdad y su escasa capacidad para profundizar en su propia alma, y su ojo a la hora de escudriñar las de los demás.
    ¡Un abrazote! ^_^

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    1. Efectivamente, lo de "niño compañero", "niña fría", "niña sin principios"... se repite intencionadamente. Y como bien dices, nosotros escribimos lo que podemos y como podemos. Unas veces gusta, otras no. Algunas veces no nos convence ni a nosotros mismos, pero algo está claro: en el momento en que lo lee alguien, ya no es tuyo nunca más. Me alegra que sigas por aquí, leyendo mis chorradas y comentando. Oye, ¿ya estás por Canadá? Un besote!

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