lunes, 11 de marzo de 2013

El grupo de Bloomsbury: Fahrenheit 451 y el precio de la felicidad


En más de una ocasión, la gentucilla con la que me relaciono me ha preguntado el porqué de mi apellido, Montag. Me parece tan obvio que no sé por qué se lo preguntan. Veamos, mi padre se llama Rafael Montag, así de simple. Bueno, vale, en realidad mi padre es andaluz y tiene apellido de futbolista, lo cual no le resta glamour. Bueno, lo cierto es que tengo un apellido de lo más terrenal. Entonces... ¿Quién es Montag? 

En 1953, Ray Bradbury, uno de mis novelistas preferidos, publicaba esta novela de corta extensión y enorme mensaje. Para los que no conozcan a Bradbury, autor de Crónicas Marcianas (leed estos relatos, por vuestra madre) y El país de octubre, entre otros, diré que su obra es una maravilla y que está inspirada en los más oscuros miedos de las personas. Y si creéis que la ciencia ficción es únicamente cosa de naves espaciales, robots e ingeniería genética, vais muy desencaminados. El tema principal en las obras de este género es siempre la humanidad, con sus miedos, sus penas, sus esperanzas, su maldad y su angustia. A partir de ahí, lo demás es simple atrezo.

Volvamos a la novela. ¿Qué explica? Pues explica la historia de Montag... ¡Vaya! En fin, resulta que Montag es bombero, pero no uno cualquiera. En el mundo que presenta Bradbury, los bomberos no apagan fuegos, sino que se dedican a quemar... libros. ¿La razón? El gobierno del país en cuestión cree que si la gente lee y adquiere conocimientos, dejará de ser feliz. Y no les falta razón. Para tener a la gente contenta, ha sido creada una sociedad hermética que atonta a las personas (uy, esto me suena mucho...). Veamos, la señora de Montag, una tal Mildred (más tonta que un ladrillo), pasa gran parte de su tiempo charlando con sus amigas. ¿Algo normal, no? El caso es... que nunca sale de su casa, o casi nunca. Habla con sus amigas por videoconferencia y ve sus imágenes en las paredes de su casa, a modo de pantalla. ¡Pero bueno! ¿No era esta una novela de 1953?

Resulta, sin embargo, que Montag es una persona curiosa. Un día conoce a Clarisse, una vecina a la que los vecinos tachan de estar chiflada porque le gusta pasear, oler las flores y hacerse preguntas. A Montag, sin embargo, le parece un encanto y de alguna manera le pica la curiosidad. Pero resulta que, además, durante un "incendio", el bueno de Montag decide apropiarse de un libro en lugar de quemarlo. Y ahí es donde, como diría la juventud, la lía parda. ¿Por qué? Bueno si quieres saberlo te sugiero que dejes de ver Gran Hermano y salgas a comprar el libro. ¿Me estás enviando a la mierda? ¡Oye! Pero, ¿Qué te has creído?

Ésta es una de mis novelas preferidas, no sólo porque Bradbury era un genio escribiendo (el pobre nos dejó el año pasado), sino porque, cuando terminas de leer este libro no puedes evitar pensar cuán cierto es que la ignorancia es la madre de la felicidad. Aún así, ¿Vale la pena ser feliz de este modo? Con esto no quiero decir que yo no vea estupideces en televisión, o que yo no lea la prensa deportiva o que yo no pierda el tiempo en facebook... Sin embargo, también veo cine, leo libros, salgo a bailar, viajo y quedo con mis amigos. Luego vuelvo a casa y pongo otra vez la tele. 

La cura contra la ignorancia no está en los libros, está en la vida. No obstante, leer empuja a hacerse preguntas que muy a menudo se resuelven con la experiencia. No apartéis los libros de vuestra vida, bueno El Código Da Vinci sí podéis apartarlo (así, como quien no quiere la cosa...). Nunca se sabe cuándo a algún iluminado (o inquisidor) se le ocurrirá volver a quemarlos porque, como ya he dicho, esto no es ciencia ficción. Por cierto, ¿A qué temperatura arde el papel de los libros?