domingo, 27 de octubre de 2013

Pasado mañana

 

Que la noche llega fría
y olvidaste tu bufanda
niña, aguanta el aire
soporta los huracanes
que la vida no se inquieta
ni se tambalea.
Sube despacio cada minuto.

Porque sé de tus mareas
y de los arrastres
que sé cómo llegan,
y como se llevan
todo lo que anclaste.
Pero niña, no te duermas
que la luna cambia
y si la luna puede, pues bien sabes...

Niña, lunes, martes...
la noche de antes, el día de luego,
antes de ayer o pasado mañana.
Niña, no te pliegues, que esa lluvia
igual quita que regala.

viernes, 25 de octubre de 2013

Niñas Raras. Capítulo tres: De cómo me enamoré de ti por última vez


Precioso día aquel seis de noviembre, entre un verde y un gris que no atormentaba. Me apetecía un café de verdad y bajé a buscarlo. Me puse unos pantalones de chándal negros, una sudadera y la bufanda roja, porque era una mañana hermosa pero fría. Las calles ya habían despertado hacía rato. Me abrí paso entre kioscos de prensa, vecinos paseando a sus perros y niños que disfrutaban del sabor de otro sábado en la ciudad.

Caminaba deprisa, con las manos casi heladas en los bolsillos y la cabeza encogida, como tratando de meterla junto con el cuello, debajo de la bufanda. Miraba la acera y veía los pies de las personas con las que me cruzaba. Notaba el sol tibio en la coronilla y el aire gélido tratando de atravesar la poca ropa con la que había salido en busca de mi desayuno.

Al entrar en la cafetería, me invadió el olor a expreso y a churros fritos. Decidí que ambos eran dignos de ser parte de mi mañana. En una bolsa de papel marrón que me calentaba las manos, los saqué de allí al frío de las calles. Y ahí estabas tú, con la sonrisa de los días inciertos, con la mirada de lo que aún está por suceder. Tú, bajo tu cazadora marrón, con las manos en los vaqueros y las botas medio desatadas.

-Marta. -Dijiste.

Te miré un siglo entero. 

-¿Qué...qué haces tú aquí? -Creo que dije.

-Lo mismo que tú, comprar café y churros.


Y aquella sonrisa duró hasta siempre.

-No... quiero decir... ¿qué haces en Madrid? ¿Cuándo has vuelto?
-No he vuelto, Marta. Estoy solamente de visita, por un tema del trabajo. -Hiciste una pausa. -Y, bueno, no sé, supongo que de algún modo sabía que no habrías renunciado al ritual del sábado por la mañana. Me alegra no haberme equivocado. -Me miraste de arriba a abajo. -Estás... vaya, no has cambiado nada.
-Yo...no. Yo, bueno, no. Supongo que no. Pero, vaya... es... es increíble verte aquí.

Lo sé. Mi cara de imbécil no tenía precio. El frío había dado paso al calor de verte, mi error, mi amor.

-Si me das un minuto para que compre un café te acompaño en tu desayuno.
-Sí, sí, claro. Aquí te espero. -Contesté.

Sacaste unas monedas del bolsillo mientras entrabas en el local. Desapareciste unos minutos. Y allí estuve ese tiempo extraño, bajo el cielo cobrizo de aquel frío sábado madrileño, incapaz de entender si la vida me daba una nueva oportunidad o si simplemente me recordaba cuan tonta fui.

La había cagado bien la vez anterior. Ya lo sabes, soy la niña racional, la que hace siempre lo debido y nunca lo que desea. Joder, te amaba tanto. Pero el amor nunca es suficiente, siempre hay otras cosas menos importantes que acaban importando más. 

Saliste de la cafetería con tu sonrisa sempiterna.

-Vamos.
-. Vamos. -Dije.

Caminamos hasta la parroquia de San Lorenzo, que se alzaba digna entre las callejuelas. Entre tú y yo, sólo unos pocos centímetros de cariño falto de riego. En la minúscula plazuela, la niña Carmen tostaba castañas. Parecía que hubiese estado allí siempre, igual que nosotros.

-Dime, ¿qué has hecho últimamente? -Preguntaste.

Me recoloqué la bufanda como pude.

-Bueno, poca cosa. No estoy demasiado inspirada. -Hice una pausa para beber. No te miré pero te veía a través de mi delirio. -El mes pasado expusimos en el bar de Tino. ¿Te acuerdas que antes íbamos mucho por allí? Bueno, pues vendí, pero dos fotos nada más. La verdad, si no fuese por el trabajo en la revista me moriría de hambre. 

Hice una pausa. Tú bebías café y escuchabas cómo mis ambiciones se habían escurrido entre mis dedos. Continué:

-Pero, oye, mejor cuéntame tú qué estás haciendo aquí. Mi vida es más o menos la misma de siempre.

"Salvo que no estás tú. Y que te echo de menos".

-Tengo una reunión para un proyecto. Es mañana por la mañana, pero esta noche tenemos una cena. Si no haces nada, podrías venir.
-¿Yo? No, no. Es una reunión de trabajo...yo no pinto nada. Y, por cierto ¿qué proyecto es ése? ¿En Madrid?
-Es para levantar un centro de convenciones en la zona norte, cerca de las cuatro torres. Se supone que nos lo aprobarán mañana. Luego me marcharé a Roma. Por favor, ven a cenar esta noche. Quién sabe cuándo volveremos a vernos... 
-En serio... no creo que sea buena idea, tendréis que hablar de trabajo... -Me excusé.
-Será una cena informal. -Me interrumpiste. -Con los promotores y algunos amigos. Venga, no te hagas más de rogar. Te pasaré a buscar a las nueve.
-No sabes dónde vivo. -Repuse en un tono infantil mientras remataba mi café.
-Tu vida es la misma de siempre, ¿no? -Soltaste en tono burlón.
-Sí, la misma de siempre.

El paseo terminó con un largo abrazo en Embajadores, donde tomaste un taxi que de nuevo te apartaba de mí. Dos años antes, habíamos dado estos paseos muchas veces, cogidos de la mano, cuando aún no había cometido el gran error de dejarte ir. Dicen que es la mayor muestra de amor, pero es una estupidez. Si amas a alguien, no quieres que se marche, aunque sea lo mejor para esa persona. 

De nuevo en casa, traté de terminar el maquetado que debía presentar el lunes, pero mi cabeza estaba demasiado ocupada pensando en ti. Sentía una mezcla de alegría y de miedo. Estabas aquí pero te marcharías otra vez. ¿Qué clase de conjuro podría yo usar para evitar que te fueses de nuevo? Si pudiese volver atrás te aseguro que te atraparía y nunca te dejaría ir. Niña miedosa, niña cobardica. ¿Por qué ser amiga del hombre al que amas? ¿Dónde se compra la receta del egoísmo?

Niño, por tu culpa no acabé mi trabajo, ni comí, ni dormí mi sagrada siesta de los sábados. Por tu culpa eran las seis y estaba ya pensando qué ponerme. Niño que me vuelve loca.

A las ocho y media te esperaba sentada en el brazo del sofá, con mi segunda copa de vino blanco en una mano y el teléfono móvil en la otra. Levanté la mirada. Mi piso es pequeño. Hay pocos muebles y muchos libros. Hay fotos en la pared, algunas son de cuando la niña María aún cantaba en el bar Segundo, antes de que la vida la andase jodiendo.

A las nueve y cinco sonó el timbre y empezaba la prueba. Quizás hubiese sido aquella mi última oportunidad. Con tu traje gris oscuro y los botones superiores de la camisa desabrochados, me nublaste el juicio y sabes que eso no es fácil, que soy de temperamento granítico. Cuánto te amo.

-Qué guapa, Marta. Vámonos.

Te hubiese seguido al fin del mundo si hubiese hecho falta, aun con aquellos zapatos incómodos que me comían la piel de los talones. Mientras me llevabas de tu brazo escaleras abajo, me preguntaba cómo demonios iba a impedirte vivir tu vida habiendo sido yo quien, en primer lugar, te empujó a ello.

La cena fue agradable y, sí, tal como prometiste, informal. La charla empezó con cuestiones relacionadas con el proyecto pero, a partir de la tercera botella de vino, tomó otro rumbo.

-¿Sales con alguien, Marta? -Preguntó uno de tus amigos.
-No. -Dije tímidamente sin dejar de mirar mi plato mientras trataba de cortar otro pedazo de carne.
-Vaya, vaya, Pablo, no pierdes el tiempo ¿eh? -Dijiste mientras reías.
-Venga hombre, sólo era una pregunta... -Se excusó el tal Pablo.
-Marta y yo salíamos juntos, ¿sabes? Era mi chica... -Dijiste con cierta sorna mientras te llevabas la copa a la boca.

Mierda. ¿Por qué soltar aquello allí y en aquel momento?

-¿En serio, Marta? -Preguntó Pablo. -¿Y por qué le dejaste? Venga, cuéntanos los trapos sucios...
-¿Por qué asumes que me dejó? -Dijiste si parar de reír.
-Tiene razón. -Interrumpí. -En realidad fue una decisión mutua. -Expliqué. -Por el bien de ambos y de nuestro... nuestro futuro profesional. 

Fue terminar de decirlo y pensar que aquélla era la excusa más estúpida que jamás había escuchado para tratar de justificar una ruptura. Pero, ¿qué otra cosa podía decir? No iba a explicarle a tu amigo Pablo que te dejé ir porque me dolía pensar que te estancabas por mi culpa, o porque tenía miedo de ser un lastre para ti, o de que tú lo fueses para mí. Desafortunadamente para ambos, Pablo seguía sintiendo curiosidad por nuestro pasado juntos. Y también por nuestro presente.


-Y dime, ¿ha vuelto la chispa? -Insistió Pablo.

Yo callé y te dejé responder.

-Ahora somos buenos amigos nada más.

Me miraste fijamente pero no supe leer ni entender tu misterio.

Tras la cena, te ofreciste a acompañarme a casa. Me negué la primera vez, y alegué que no me importaba tomar el autobús nocturno. Fue un riesgo tonto, lo sé. Si estaba claro que quería que me acompañases, ¿para qué hacerme la dura?

Insististe. No quise rechazar la segunda oferta. Volvimos a pie.  Tú llevabas tu brazo sobre mi hombro. El alcohol, dicen, es traicionero. Otras veces, es sólo el empujón que necesitamos para dar ese salto al vacío que llevamos todo el día queriendo dar. A mí, el vino no me hace más fuerte, sin embargo. No salían de mi boca las palabras que, en realidad, quisiera haber pronunciado. Por suerte para mí.

-¿A qué hora es tu vuelo mañana? -Pregunté, en cambio.
-Temprano.

Quitaste tu brazo de mi hombro y llegamos a mi portal. Me quedé allí quieta un segundo y esperé el milagro. Niña soñadora, niña voladora. Me miraste y esbozaste una media sonrisa. Luego me tocaste la punta de la nariz, en un gesto paternal. Vamos, estoy lista. Se hizo un silencio de esos eternos. Te pasaste la mano por el pelo y esquivaste la mirada un segundo.

-Marta... voy a casarme.

Maldito niño cruel.



jueves, 17 de octubre de 2013

Niñas Raras. Capítulo dos: La niña aburrida


Se llama Ana. Ha vivido toda su vida entre algodones blandos y tarjetas de crédito sin límite. Hija única y niña de los ojos de su padre, el constructor que se hace rico a golpe de burbuja inmobiliaria. Ana es alta y delgada. Tiene las piernas largas y flacas, como de gallina, y se le separan cuando camina, haciendo obvio el abismo que separa sus muslos. La espalda recta y la cabeza alta, no se arruga, es orgullosa. Sobre los hombros, una cabeza simétrica pintada con ojos grandes marrones y cubierta de pelo rubio teñido y lacio, poco abundante, poco espeso, largo hasta los hombros. La sonrisa es extraña, tiene una de las dos paletas más grande que la otra, un tanto sobrepuesta, y los caninos son demasiado prominentes. No digo que sea fea, no. No lo es. Es una mujer común entre las mujeres comunes.

Todos los días, Ana se levanta y se asea. Se recoge el pelo con una goma y se lava la cara con agua y un gel exfoliante muy caro. Luego se mete en la ducha de baldosas color crema y deja que el agua resbale por su espalda huesuda. Después, desayuna frugalmente. A veces toma un yogur desnatado o una manzana. Nunca bebe café. 

Ana escoge entre las toneladas de trapos caros que inundan su vestidor de cinco puertas. Siempre elige algún conjunto insulso con el que está mona, que se diría, pero poco más. Se seca sus pelos finos de color maíz fosco y se maquilla con sutileza. Ella es una señorita con clase, no va a ir por ahí pintada como una puerta.

Antes de salir a trabajar, Ana da un beso al niño con principios, que sigue durmiendo en su cama de matrimonio decente, con el brazo bajo la almohada y medio destapado. Solamente son las ocho de la mañana y el día es siempre demasiado largo.

El padre de Ana le consiguió un empleo a su hijita del alma. Uno sencillito, bien remunerado, claro. No en vano, hay una hipoteca millonaria que pagar. Es la jefa en la agencia inmobiliaria, poco importa si se quedó estancada en primero de bachillerato o si escribe con faltas de ortografía. No digo que sea mala en su trabajo. No lo es. 

El niño con principios se levanta a las diez. Se rasca la barriga y bosteza sentado en el borde de la cama. Es como el león que se ha dado un gran atracón para luego disfrutar de una larga siesta. Para ir de caza ya está la leona. Él sólo caza por placer y diversión. 

Se mete en la ducha y piensa en mí. Imagina cómo sería estar ahí, debajo del chorro de agua caliente conmigo, enjabonándonos sin perder el control. Ve mi cuerpo en su mente. Yo no tengo piernas de gallina. Es más, mis piernas son demasiado anchas y musculosas como para considerarse bonitas. En su mente calenturienta, me toca con las manos resbaladizas por el gel de baño. Ahora tiene una erección considerable. Se mira y empieza a tocarse. Primero son solamente caricias, luego se acelera considerablemente hasta correrse en los azulejos.

Se sienta a desayunar. Hoy toma huevos, pan tostado y un café. También ataca la tableta de chocolate negro que le tienta desde la nevera. No importa, luego quemará esas calorías prohibidas. Después del desayuno se viste con ropa deportiva, unos ciclistas negros y una camiseta transpirable. Se calza las zapatillas y sale a correr por la playa. La casa de hipoteca monstruosa se queda vacía.

Alrededor de la una, la niña aburrida vuelve a casa. Ya ha trabajado bastante. Suelta el bolso y va hasta la cocina. No sabe qué hacer de comer hoy. Seguro que el niño querrá macarrones o algún plato contundente. Ella se conformaría con una ensalada. Decide preparar ambas cosas. No es mala cocinera.

Cuando llega el niño con principios, Ana va vestida de andar por casa, con unos pantalones de pijama, una camiseta gris de manga corta y unas zapatillas. Se ha recogido el pelo en una coleta para cocinar y se ha desmaquillado. Al niño le gustaría llegar a casa y encontrarse una diosa del sexo vestida con camisón o ropa interior, lista para la acción. No le entusiasma ver a su mujer en pijama y lavando las hojas de lechuga bajo el grifo del fregadero.

Le da un beso en la mejilla.

-Estás sudado. -Le dice ella sin mirarle. -Dúchate mientras acabo de preparar la comida.
-Vale, cariño. No tardo nada. -Responde él, y le da otro beso, esta vez más cerca de los labios, y más ruidoso.

El niño con principios vuelve del baño y se sienta a la mesa. 

-¡Qué buena pinta, cielo! -Dice mientras ataca el plato de macarrones.

Ella sonríe y come su ensalada lentamente.

Durante la comida, la conversación es banal y vacía. Gira en torno a la emocionante vida de Ana en la oficina y la cantidad de kilómetros recorridos por el niño durante la mañana. Después de comer, Ana pone los platos en el lavavajillas y se lava los dientes. El niño con principios ya se los ha lavado. Ahora está estirado en el sofá, listo para su siesta.

-Ven aquí. -Le dice a Ana.
-¿Para qué?
-Ven aquí, anda. Vamos a estirarnos juntos un rato.

Ella lo mira desconfiada.

-Pero a dormir, ¿eh? -Apunta.
-Ven.

Ana se estira junto a su hombre, que ahora va vestido con unos pantalones cortos negros y una camiseta azul. Huele a jabón y a testosterona. Ella se abraza a él tiernamente y él tiene una erección. Empieza a acariciar el cuerpo de Ana y a buscar su boca. Ella se hace la sueca, hunde su cabeza en el pecho de él y comunica gestualmente que quiere dormir. Él insiste.

-Dame un beso.

Ella le da un beso seco en los labios.

-Va, a dormir. -Dice.
-Ahora no quiero dormir. 
-Pero yo sí.
-Podemos dormir después. ¿Recuerdas cuando estrenamos este sofá? -Insiste él, con tono pícaro.
-En serio, quiero dormir.
-Vale, vale. Duérmete.

Cuando Ana se queda dormida, él se levanta del sofá y va a la cocina. Se sirve un café y me envía un mensaje.

"¿Qué haces?"

Leo su mensaje dos horas más tarde, cuando salgo de trabajar, justo en el momento en que Ana se lava la cara tras su siesta. Él se ha pasado las dos horas esperando mi respuesta, bebiendo café y buscando tonterías en Internet. Cuando descubre que Ana se ha levantado, le pregunta:

-¿Quieres ir al cine?


Ana se acerca a él y le rodea con los brazos. Le da un beso y asiente. Así que se van al cine. Antes de entrar, él compra palomitas dulces y un refresco. Ella compra una botella de agua y chicles sin azúcar. Durante la película, él la acaricia tiernamente y busca sus besos. Ella se los devuelve sin demasiado entusiasmo. Hace años no veían la película, se pasaban la sesión con las manos y las bocas ocupadas en otros menesteres.


Cuando vuelven a casa, Ana prepara la cena. En el frigorífico hay patatas y merluza. Pela las patatas y las pone con el pescado en una fuente que luego mete al horno. Él vuelve a la carga. La rodea desde atrás con fuerza. Esta vez, ella no se resiste. Se besan apasionadamente y ella le conduce al dormitorio. No quiere echar un polvo en la cocina. Es una guarrada.

En la cama, desnudos, él la penetra con ganas, lleva todo el día deseando desahogarse. Cada vez le da más fuerte y, con cada embestida, se pone más y más cachondo. Para él, el sexo es una guerra violenta entre dos o más personas. Desea cogerla del cuello pero sabe que a ella no le gusta. Desea agarrarla del pelo pero sabe que ella no se dejará. Desea azotarla en el culo pero sabe que ella se negará. Así que él insiste en embestir con la fuerza de un animal, gruñendo a cada golpe. Y ella empieza a sentirse incómoda. Ella quiere que él le haga el amor, no que la violente. Quiere caricias tiernas, besos húmedos y un sexo amable. Pero él no. Le da la vuelta sobre la cama y la penetra desde atrás, mientras empuja su cabeza contra el colchón. Ella se revuelve y dice:

-Lo siento, no me encuentro bien. 

Y ahí se queda él, erecto y palpitante, empapado en sudor y rabioso. Sin embargo, dice:

-¿Qué te pasa?
-Nada. Solamente estoy un poco mareada. Creo que es mejor que me acueste.

Él asiente de mala gana, se viste y sale al comedor. Ella se mete en la cama. Esa noche, él no duerme. Saca el pescado del horno. Se ha quedado un poco seco. Luego se estira en el sofá y se hace una paja pensando en mí. Se corre y mancha un cojín. Después va a la nevera y se come lo que queda de la tableta de chocolate.

Respondo a su mensaje:

"Estoy bien. ¿Qué tal ha ido el día?"

lunes, 14 de octubre de 2013

Naranjas de la China: Suzhou y Luzhi

Este año me he propuesto ahorrar. Sí, me lo propongo cada año. No, casi nunca lo consigo. Pero este año tengo que conseguirlo, porque digamos que mi culo inquieto ya empieza a necesitar de ciertos cambios de aires que van a requerir un colchón económico. Para ahorrar, tengo que hacer dos cosas, no sucumbir tan fácilmente ante los escaparates de las tiendas chinas y viajar menos. No obstante, apenas hace un mes y medio que regresé de mis vacaciones en España (con un lapso en la Riviera Maya...) y ya me he montado una escapadita que, de momento, me obliga a posponer mi objetivo de ahorrar. Qué le voy a hacer... 

En esta ocasión me acerqué a Suzhou, una de las ciudades más importantes y la más bonita de la provincia de Jiangsu, a unos cuatrocientos kilómetros de Tianchang. Escogí Suzhou porque solamente tenía cinco días libres (y las distancias en China son enormes...) y porque mi amiga Jing Lu insistió mucho. Jing es china pero ha vivido en España tres años, dos en Madrid y uno en Salamanca, ciudad en que nací. Habla un español muy bueno y es nativa de Suzhou, con lo que era, pues, mi guía perfecta.


Mis vacaciones empezaron un martes. Tomé un bus directo desde Tianchang, justo elegí el que salió una hora y media tarde... Odio viajar en autobús, y más en China. En primer lugar, juegas a la lotería. Te puede tocar un autobús nuevo y reluciente o una lata de berberechos renqueante y sucia. Además, no puedes ir al baño cuando te apetece, lo que a veces implica aguantar cuatro o cinco horas, porque en algunas ocasiones el autobús hace alguna parada... pero en otras no. Sin embargo, en Tianchang no hay estación de tren, que es la mejor manera de moverse por aquí, así que no tenía alternativa. Tardé cuatro horas y media en llegar a Suzhou y Jing me esperaba para recogerme. Había venido con un amigo en coche. Había mucho tráfico, así que tardamos un buen rato en llegar a mi hotel. 

Dejé la maleta y fuimos a cenar. Jing eligió un restaurante en el centro y pidió platos típicos de la zona para que los probase. Lo siento pero, a pesar de que conozco la enorme diversidad de la cocina china, no encuentro grandes diferencias de una zona a otra... No digo que no estuviese todo muy bueno, ¿eh? Pero a veces moriría por algo tan sencillo como un trozo de pan con queso. En fin...


Después de la cena fuimos a pasear a Pingjiang Lu, el canal más bonito de esta ciudad que fue bautizada por Marco Polo como la "Venecia del Oriente". Alrededor de los canales iluminados con farolillos rojos se amontonan tiendas y puestos de artesanía y comida. Es un lugar maravilloso para perderse, lástima que siendo vacaciones estuviese tan concurrido. Aun así me encantó y me agencié un juego de mahjong artesanal por cuarenta yuans (menos de seis euros). 



Al día siguiente, Jing y yo quedamos temprano para ir a visitar los jardines. En Suzhou hay multitud de ellos. Se trata de antiguas casas chinas que pertenecían a las clases altas, rodeadas de maravillosos patios, estanques y laberínticos jardines. Hay que hacer cola y hay que pagar (dependiendo del jardín, la cosa varía entre los cuarenta y los cien yuans), pero uno no puede irse de Suzhou sin ver, al menos, uno de ellos. Nosotras entramos en dos. Primero fuimos al Jardín de los Leones y luego al Jardín del Pescador. El más famoso es el Jardín del Administrador, pero la cola para entrar llegaba a Pekín y yo no tengo tiempo que perder. 




Jing tiene una licencia de guía turístico así que fue un lujo llevarla conmigo. Me explicó que, en las casas había una zona para recibir a los huéspedes, una sala de té y un fumadero de opio para las mujeres. Me detalló las escrituras en los dinteles de las puertas y cada dato acerca de los muebles, las flores, las obras de arte... que nos rodeaban.

Comimos por la calle y luego tomamos un tuk tuk, una especie de calesa guiada por un chino en bicicleta. El nuestro, además, iba cantando por soleares. Fue un bonito paseo por las calles del centro de la ciudad, que es limpia pero bulliciosa. Después de hacer algunas compras, volví al hotel a ducharme porque habíamos quedado con unos amigos de Jing en un club del centro. Lo bueno de ir de fiesta con chinos es que siempre pagan ellos. Bebí champán, tequila, un gintonic, cerveza, whisky... No me costó un euro. 


Al día siguiente, mi resaca gratuita me retuvo en la cama del hotel hasta las once. Supuse que Jing estaría igual y no la quise molestar, así que salí a pasear yo sola. Incumplí el mandamiento de no comprar más ropa. 

Jing me llamó por la tarde para ir a cenar marisco. Fuimos a un bar cerca de mi hotel y nos pusimos ciegas de cangrejo, almejas y gambas por poco más de ocho euros cada una. Luego fuimos a ver la Pagoda de siete pisos, una auténtica maravilla. Después fuimos a cenar a la zona antigua, a una casa tradicional china. Teníamos una especie de salita sólo para nosotras y la comida era buenísima y muy barata. Para terminar el día, nos echamos una partida de billar en un pub irlandés del centro.



El jueves fuimos de excursión a Luzhi, un pequeño pueblo de agua cercano. El trayecto en autobús duró unos cuarenta minutos. Al llegar me sentí algo decepcionada, pues lo que vi al bajar del autobús no me pareció especialmente interesante. No obstante, un par de calles más abajo entramos en el pueblo, que es absolutamente mágico y probablemente lo más bonito que he visto en China hasta la fecha. Los canales, sus barcos, los farolillos, las flores... todo está pensado para que no quieras marcharte.

Le dije a Jing que no pensaba irme sin dar un paseo por los canales, así que pagamos veinticinco yuans cada una y subimos a una barca junto con otras dos chicas. La mujer que la guiaba le explicó a Jing que, de los cien yuans que costaba el paseo, ella sólo veía diez. Esta es la realidad de China. Triste pero cierto.



El paseo fue maravilloso. Los canales están bastante limpios y no huelen mal. A nuestro alrededor, gente paseando, tiendas, restaurantes, flores, música... una delicia para los sentidos. Bajamos de la barca y vi una chica vestida con la indumentaria tradicional china. Le dije a Jing que quería hacerme una foto con ella y entonces Jing me dijo que, si quería, yo podía vestirme como ella y me harían fotos. No me lo pensé dos veces.

Generalmente cobran unos treinta yuans por unas seis fotos, pero llegamos a un acuerdo con la chica que las hacía y nos dio quince fotos por cincuenta yuans (menos de siete euros, una décima parte de lo que costaría en España...). La chica me dijo que escogiese un vestido de la tienda y me decanté por uno de color rojo. Luego me peinó y me hizo todo tipo de fotos con sombrilla, flauta, pai pai y un montón de objetos tradicionales. A mí, que soy rara, me encantan mis fotos friquis. Siento decir que no todo el mundo las aprecia igual... Después de la sesión de fotos, fuimos a comer, compré unos dulces y volvimos a Suzhou. 


Al día siguiente regresé a Tianchang, con bastante menos dinero en el bolsillo pero con otra aventurilla en la mochila. Ahora sí, prometo que voy a ahorrar...



jueves, 10 de octubre de 2013

De tontos enamorados y enamorados tontos (About silly lovers and stupid in love)


Hoy soy capaz de todo. 
Podría comer la tierra que piso 
y saltar al vacío 
y maldecir tres veces lo que más amo. 
Pero sólo hoy. 

Pásame el chicle de tu boca, 
masticado y sin sabor, 
me sabe a ti, de todos modos. 
Quizá esté loca.
¿Hay pastillas que curen esto? 

Puedes, si quieres, colgar tú el primero, 
decir "Yo también
en lugar de "Te quiero". 
Hoy vas tú por delante, 
yo soy tu sombra y también tu sendero.

Tienes veinticuatro horas para recibir sanvalentines, 
para olvidarte de ellos, 
para empezar y dejarlo, 
y para empezar de nuevo. 

Hoy voy a seguirte hasta el mismo infierno, 
vendí mi carácter y compré un billete 
para irme contigo donde nos lleve este juego. 

Te haré el desayuno, 
echaré tus cartas, 
haré galletas.
Miraré cómo duermes y no esperaré nada, 
solamente quiero que me lleve este puto sentimiento 
que me engaña y me quita la felicidad mientras me la da.

¿Y qué más da si no es verdad? 
¿Qué me importa si roncas, si te llevas la sábana?
No me importa ser tu escudera, aunque ojalá hubiese guerra. 
Y si, en la guerra, tus combates duran poco, ¿qué me importa? 
¿Y qué valor tienen las heridas que me dejas?

Voy a cambiarme el apellido, pues valor no tiene, 
ya cambié el alma, que sí lo tenía. 
Me daré una vez más de bruces contra tu frío, por una palabra sola. 
Hoy soy capaz de todo, pero mañana, mañana quién sabe.

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Today I'm capable of anything
I could eat the earth I step on
jump into the void
and curse three times what I love most.
But only today.

Let's share that chewing gum from your mouth,
chewed already and tasteless,
it tastes of you, anyways.
Maybe I'm crazy.
Is there any medicine for this?

You can, if you want, hung up on me,
say "I do too" instead of "I love you".
Today you're steps ahead
I'm just your shadow and your way.

You have twenty-four hours to receive my valentines
and to forget them,
to start and end it up
and start again.

Today I'll follow you down to hell
I sold my character and bought a ticket
to go with you wherever this game might take us.

I will cook you breakfast,
send your letters,
bake cookies.
I'll observe your sleep and wait for nothing,
I just want this fucking feeling drive me away,
'cause it lies to me and steals my happiness while it brings.

And what if it's not true?
Why would I care if you snore, if you take the sheet?
I don't mind being your squire, although I wish there was a war.
And what if, in war, your battles last not long... Why would I care?
And what's the value of the wounds you leave me with?

I'll change my name, 'cause it's worthless,
I already sold my soul.
I will fall flat on my face, against your cold, for just one word.
Today, I'm capable of anything, but tomorrow, who knows.


domingo, 6 de octubre de 2013

Niñas raras. Capítulo uno: Niñas con principios


Empecemos. No tengo la menor idea de cómo he llegado al punto en que me encuentro. Imagino que se trata de un cúmulo de decisiones, aciertos, errores y algún que otro golpe de suerte. No me arrepiento de nada, y de todo me arrepiento. Es posible que me haya conducido hasta aquí el destino; o a lo mejor me he traído yo misma, a golpe de impulso irrefrenable.

Soy la niña sin principios, sin moral ni buenas intenciones. De genética hedonista y malas artes, soy mala perdedora y poco humilde. O eso dices tú, con tus palabras mentirosas. ¿Sabes una cosa? Quien no tiene principios eres tú. 

Eres atractivo, que no guapo. Masculino y atlético, magnético y narcisista. Tienes la sonrisa del diablo. Podrías acostarte con muchas, pero elegiste ser un niño con principios y no traicionar la confianza de la única con la que no disfrutas acostándote. Ese eres tú, el niño íntegro que vende cara su verdad.

Ella es una niña guapa, hasta cierto punto. Tiene una belleza sencilla, casi aburrida, creo yo. Cierto es que la miro con malos ojos. No puedo evitar sentir celos de quien consigue de ti lo que yo no consigo, sobretodo porque yo te doy lo que ella no sabe darte. Recuerda que soy la niña sin principios. Y ella, ella es la niña buena sin ambiciones, sin vocación. Y la quieres. Yo lo sé. Pero no la quieres a morir. Eso también lo sé. Imagino que ella también. Supongo que no le hace ni puta gracia.

Me deseas porque soy distinta, porque nunca pondría una cadena en tu cuello si no es para dominarte en la cama, porque nunca te necesitaría si no es para saciar mis apetitos. Eso crees tú, o quieres creer. Me miras como si fuese un helado de chocolate a punto de derretirse. Por eso me buscas, porque me encuentras. Y entonces jugamos y nos divertimos. Y ya está. Tú vuelves a tu casa, que es algo así como un palacio para príncipes y princesas de inversiones a medio plazo, piscina climatizada e hipoteca desmesurada. Y allí te relajas mientras juegas con tu teléfono móvil de alta gama, ese que ha pagado ella mientras me miras y te relames.

En realidad, todo lo ha pagado ella. Te ha comprado con su visa oro. Y te has vendido al precio que sea. No sé cuál. Pero ahí tienes ese coche carísimo que yo nunca te habría regalado, y esos cruceros por el Mediterráneo que nunca hubieses hecho conmigo. Eres como su pececillo de colores, nadando en un acuario enorme y precioso. En parte, desearías ver el mar y nadar libre. A veces me lo has dicho. Luego has corregido tus palabras, que no tus pensamientos. Se está bien en la pecera, y no te falta de nada. Solamente necesitas algo de emoción en tu anodina vida palaciega.

Y ahí entro yo, la niña sin principios, la que no vacila en golpear el cristal de tu pecera. Tú lo dijiste. A mí me da igual hacerle daño a ella. No me importa. No es mi amiga. Si yo tuviese principios, a lo mejor me mantendría lejos, a una distancia desde la que no pudiese desmontar vuestro palacio de borlas y arabescos.

-Estoy cerca de tu casa. ¿Tienes tiempo para un café? -Dijiste.
-Sí. -Contesté. -Pero tendrá que ser rápido, a la una he quedado para comer con un amigo.
-Vale, estoy ahí en cinco minutos.

Y ahí estabas.

No tomamos café. Estuvimos hablando en la calle, como dos amigos que no somos. Entre nosotros, medio metro de distancia y mucha precaución. No se me permiten, a pesar de mi ética, muestras públicas de afecto. 

Tus ojos repasaban mi cuerpo y yo no apartaba la vista de tu cara. Alguien apareció en nuestro mundo. Te conocía y estuvo hablando contigo. Te preguntó por ella y tú le dijiste que estaba trabajando. Luego me miró, examinando mi aspecto y mi postura, preguntándose mentalmente quién era la niña con la que hablabas tan animadamente. Supongo que debió pensar que no era de su incumbencia. Se marchó.

-Es un conocido de la familia de ella. -Me explicaste.

Me importaba una mierda quien fuese.

-No sé qué habrá pensado. -Añadiste.

Aún me preocupaba menos lo que pudiese pensar de mí aquel tipo que me había escrutado sin piedad.

Sugeriste ir a un lugar más íntimo, donde miradas indiscretas no pudiesen poner en peligro tu vida en la pecera cómoda y aburrida. Entramos en el portal. Me apoyé contra la pared y te acercaste mucho. Demasiado. Sentía tu respiración en mi cara y un cierto temblor que provenía de tu cuerpo. Como no tengo moral alguna, me puse cachonda con tu erección en mi vientre. No nos tocamos, seguimos charlando, con la voz baja y rota.

Clavabas tus ojos en los míos, como en una lucha perpetua, sosteniendo la mirada ardiente tanto como fuese posible. Ah, en eso siempre gano yo. Retiré un poco el trasero de la pared, echándolo hacia adelante para rozar mi pelvis con la tuya. Con las manos, jugueteaba con las llaves, que había sacado del bolso hacía unos minutos para abrir la puerta. Tú no sabías qué hacer con tus manos, tus pantalones no tenían bolsillos. Las apoyaste en la pared, a ambos lados de mi cabeza. 

Te acercaste a oler mi cuello y mi pelo. Sé que te gustó. Lo pude leer en tu cara. Yo estaba ganando la partida con mis malas artes de mala niña. Tú tratabas de contener a la bestia, que empezaba a asomar entre los barrotes de una jaula que te empeñas en cerrar con candado de tres vueltas.

Oímos pasos. Era una vecina que bajaba las escaleras. Te apartaste de mí. La vecina pasó por nuestro lado, seguramente pensando qué demonios hacíamos ahí, a plena luz del día. Aunque separados, en nuestras caras podía leerse la guerra que peleábamos, tú, contra tus principios; yo, contra ti.

La vecina salió del edificio. Miraste tu reloj.

-Tengo que marcharme. -Dijiste.
-Bien. -Repuse.

Pero no te ibas. Seguías allí parado, delante de mí, mi pecado de carne preferido, tembloroso, palpitante, loco de ganas de nadar en aguas bravas. Estiraste el brazo y me sujetaste el cuello con relativa fuerza. Yo no me inmuté. Mi entrepierna se recreó. Te miré desafiante y me besaste con furia desmedida, sin apartar tu mano de mi garganta. Me comiste la boca sin piedad durante un buen rato. Luego me dejaste ir.

-Será mejor que me vaya.
-De acuerdo. -Dije.
-Ya buscaremos otro momento para vernos. Hoy no puede ser. -Te excusaste.
-No importa. Ya te he dicho que he quedado. Tampoco yo puedo entretenerme.

Salimos a la calle. Tú te subiste a tu moto y te marchaste. Yo acudí a mi cita. 

Muchas otras quieren lo que yo te he quitado. A veces te pregunto:

-¿Por qué yo? ¿Por qué no ellas?

Cuando te pregunto esto, espero de algún modo saberme especial, porque yo soy la otra. Soy la niña con la que no duermes ni compartes.

A menudo me respondes:

-Tú tienes ese punto que te hace distinta. Nos entendemos bien. Queremos las mismas cosas.

No es verdad. Yo no quiero una pecera, aunque sea de cristal de Murano. No quiero aprovecharme del amor de otra persona y no me apetece ser alguien que no soy.

Casi siempre respondes lo mismo, pero en una ocasión dijiste la verdad. Tu verdad.

-Ella tiene principios. Entiende mi situación y nunca haría nada que pudiese herir a terceros.

Hablabas sobre otra niña que, al parecer, también tiene ese punto, como tú bien dices. Sé que no te importaría salir de la pecera y nadar en su estanque de vez en cuando. Ella es la niña con principios, a ella sí le parece mal romper tu pecera. Quizás yo debiera aprender de ella.

-¿Insinúas que yo no los tengo?
-Yo no he dicho eso. -Me corregiste.

Si te ofrezco pan y torta y eliges pan, es que no quieres torta.

Tú juegas con otras, las mimas y dejas que te mimen. Disfrutas con la caza y la pesca, aunque luego devuelvas los peces al mar. Engañas a quien te ama, le escondes secretos, le cuentas excusas de saldo. Pero yo no tengo principios. Eres el niño de los valores intachables y yo la niña de mala cuna. Créelo si así eres feliz y te sientes satisfecho. Sigue mirando tu mundo a través del cristal de tu pequeña cárcel, que yo soy libre, tengo principios y no he pecado.