sábado, 2 de marzo de 2013

El grupo de Bloomsbury: Cincuenta sombras de Grey o cómo fustigarse a uno mismo


Con esta entrada quiero empezar una serie de crítica literaria en el blog (El grupo de Bloomsbury), en parte para animaros a leer, aunque también para animaros a no hacerlo, como en el caso de la novela que voy a destripar a continuación.

Estaba yo aburrida una tarde durante mis últimas vacaciones, apoltronada en el sofá de mi amiga Sonia, cuando ésta aparece por la puerta con un ladrillo en las manos. Perdón, con un libro. El libro en cuestión es un mamotreto de más de quinientas páginas y muestra una vanidosa pegatina en la portada, que lee lo siguiente: "Sí, esta es la trilogía de la que habla todo el mundo". En primer lugar, me asusta conocer que es una trilogía. No, no tiene nada que ver con la extensión de la novela, las he leído mucho más largas. El problema es que, si la primera parte de la susodicha trilogía es mala (que lo es) pero adictiva (que también lo es), tiene una la obligación moral de leer, no una mierda, sino tres. En segundo lugar, quiero dejar claro que he leído muchos best-sellers (la mayoría muy malos), así que trato de no juzgar las cosas sin conocerlas (lo que no implica que lo consiga siempre). Por otra parte, leer en la contraportada la biografía de la autora, una señora casada y con hijos que "...postergó sus sueños para dedicarse a su familia..." me produce escalofríos. Con todo, abro el libro cuando Sonia se marcha de vuelta al trabajo. No puede ser tan malo como parece... ¿O sí?

La protagonista de la novela es una tal Anastasia, una joven de veintiún años, recién licenciada en... ¡literatura! Pongo esto entre signos de admiración porque luego la muy desgraciada se atreve a decir que su novela preferida es Tess, la de los d'Uberville: una mujer pura fielmente presentada (Tess of the d'Urbervilles: A Pure Woman Faithfully Presented), dramón infumable donde los haya, escrito por Thomas Hardy. En fin, la pobre Anastasia, que ya de por sí es más bien sosa, es, además, virgen (luego descubrirá que es multiorgásmica y que se corre con un soplido). Al parecer llevaba toda la vida reservándose para acabar follando duro con un millonario prepotente, engreído e insustancial que disfruta del sado con mujeres a medio depilar.

El señor Christian Grey es, en mi humilde opinión, el personaje masculino más insorportable que jamás haya sido creado para una novela (superando a Heathcliff, de Cumbres borrascosas, escrito por Emily Brontë). La pobre Anastasia, que no deja de decirnos lo buenísimo que está, cae rendida a sus pies, literalmente. Es guapo, multimillonario y solidario (sí, ya sé que los dos últimos adjetivos son un tanto incompatibles). El pobre señor Grey tiene traumas de los que no desea hablar (algo relacionado con una madre yonki, puta y maltratadora... ¡Qué original!). Eso sí, con cuatro años fue adoptado por una familia bien (la cual, por cierto, no pudo proteger a su chiquitín de acabar desvirgado y fustigado por una dominatrix mucho mayor que él). Y yo me pregunto... ¿Le ha dado tiempo a este hombre a traumatizarse tanto en cuatro años? 

Por si este ejemplar de macho fuese poco, resulta que tiene un helicóptero, un jet y una "habitación roja del dolor" en la que fustiga a sus sumisas en todo el clítoris ¡Zasca! Siempre he querido que un millonario gilipollas me pegase un latigazo en el clítoris, en realidad, es el sueño de toda mujer con dos dedos de frente. Aunque esto no es malo en comparación con la retahíla de órdenes que la pobre muchacha tiene que atender: "siéntate", "come", "no te muevas", "arrodíllate", "tómate un ibuprofeno"... Yo siempre lamento no dominar el arte de escribir buenos diálogos (soy demasiado prosaica), pero lo de la señora E. L. James roza la ilegalidad. Hacía muchos años que no leía una novela tan mal escrita y con unos personajes tan mal desarrollados. Literariamente, y digo esto desde el punto de vista de una simple filóloga y aprendiz de escritora que, eso sí, ha leído mucho, esta novela es un despropósito.

Sin embargo, resulta que este bodrio de proporciones homéricas... engancha. También enganchan Jersey Shore y reventarse los granos y ello no implica que ninguna de estas cosas sea buena. Toda esa prosa facilona y esos diálogos a medio terminar se digieren demasiado fácilmente. Por ilustrar esto, diré que, cuando Sonia volvió a casa, tres horas más tarde, habían caído más de doscientas páginas.

Una de las cosas que de más mala leche me ha puesto con respecto a este libro es el contrato que el señor Grey redacta para que Anastasia lo firme y sea suya. El contrato pasa de ser una condición imprescindible para tener sexo con ella (con normas de lo más ridículas) a convertirse en un montón de papeles que ambos protagonistas se pasan por el forro. Por cierto, cuatro veces inserta la autora el contrato en la novela, debió pensar que era corta y que así cobraría más. 

Por último, si sois personas con una vida sexual más o menos sana y variada, encontraréis que algunas de las supuestas perversiones que esta novela relata son más bien leche con galletas. Tanto cuero, arneses, grilletes y demás para acabar follando, la mayoría de las veces, como el común de los mortales. Si vuestra vida sexual es, en cambio, anodina o inexistente, quizá lo disfrutéis. En mi caso, podéis ver cuantísimo me ha gustado. Pero, en fin, como la puñetera novela es la primera parte de una trilogía, me veo leyendo lo que queda. Ya os contaré, al fin y al cabo, "Estamos para complacer".