sábado, 11 de enero de 2014

Niñas Raras. Capítulo ocho: Vodka de un martes tibio



El niño con principios debía sufrir un episodio de repentina necesidad. Se pasó la noche enviando mensajes a mi móvil. En ningún mensaje decía que me quisiese, o que me echase de menos. Solamente decía que quería verme, que quería tocarme, que el pantalón le iba a reventar. Decía que la niña aburrida dormía plácidamente, pero que él no podía dormir. 

Yo leía Cosmópolis de DeLillo, sentada en la repisa de la ventana, sobre un cojín bermellón, mientras bebía un vodka con tónica y me fumaba un cigarrillo. Cada dos minutos recibía una notificación en el móvil. Lo cogía, leía el mensaje y lo soltaba de nuevo sobre el cojín. ¿Dónde estaba? Ah, sí. El presidente ha llegado a la ciudad. 

No quería contestar al niño con principios, que seguramente se la estaba cascando al lado de su mujer, estirado en la cama boca arriba, con la polla dura en la mano y pensando en mí. Si me viese con esta sudadera gris raída y estos pantalones chinos, mis pies enfundados en los calcetines más viejos que tengo, el pelo recogido en una coleta baja y la cara lavada, seguro que se le quitarían las ganas de meneársela a mi salud. Además, era obvio que no me necesitaba. Sus sucios pensamientos y su siempre caliente entrepierna eran estímulos suficientes.

A las dos y media, llevé el vaso a la cocina, recogí el cenicero y dejé el libro sobre el cojín bermellón. Fui al baño a lavarme la cara y los dientes antes de acostarme. Hacía unos diez minutos que no recibía ningún mensaje, por lo que supuse que el niño con principios se habría corrido hacía rato, quizás sobre el culo de su mujer dormida. Sonreí con este pensamiento mientras me cepillaba los dientes y la pasta se me escurrió un poco por la barbilla. Escupí y saqué una bolsa con algodoncillos y tónico para la cara. Empapé un algodoncillo y me lo pasé por la frente. El móvil sonó de nuevo. Vaya, la cosa parece seria.

"¿Puedo ir a verte?". Decía su mensaje.

Dudé un segundo. Solamente uno. Pensé que lo mejor sería no responder, pero él sabía que había leído su mensaje y, por lo tanto, que estaba despierta. Maldita tecnología. 

"Me voy a dormir. Tú deberías hacer lo mismo." Respondí.

Terminé de limpiarme la cara y me cepillé el pelo. Fui hasta el dormitorio y me quité la sudadera y los pantalones. Me saqué los calcetines y me acosté. Puse el teléfono en la mesilla de noche. Desde la almohada, lo miraba en la penunbra, esperando su respuesta. Sonó un par de veces, pero pensé fríamente que era mejor no leer los mensajes, así él pensaría que de veras estaba durmiendo, en lugar de saber que tenía la mano entre las piernas mientras esperaba que viniese.

Empecé a relajarme y cerré los ojos. En el tránsito hacia el sueño, con los ojos cerrados y la mano dentro de las bragas, me acaricié sin ambiciones. No fui a más. Entonces, cuando me hallaba a punto de perder la consciencia por completo, sonó el teléfono. Esta vez no era un mensaje. El muy hijo de perra me estaba llamando. A las tres de la madrugada. ¿Quién nos ha hecho así? Amantes de las llamadas a horas intempestivas, de lo prohibido, de lo vano, de lo absurdo. Amigos del instinto y del impulso irrefrenable, del olor de las bestias, del sabor de los flujos, del color de la noche.

La ciudad duerme siempre en camas de plumas, con las horas contadas para volver al mundo blanco. La gran mayoría de la gente no vive las sombras del alma triste, como nosotros, no bebe vodka un martes cualquiera, no rompe las reglas cada dos por tres.

Cojo el teléfono.

-Estaba durmiendo...-Digo mientras trato de fingir una voz cansada.
-Mentirosa.
-No es broma. ¿Qué crees que hace la gente a las tres de la madrugada de un día cualquiera entre semana?
-No lo sé y me da igual. ¿Puedo ir a verte? -Insiste.
-Estoy en la cama.
-Ya. Mira, la mitad del trabajo hecho.
-Otro día mejor, de verdad. -Me excuso. -Además, ¿qué va a pensar ella si ve que te escapas de casa a esta hora?
-Está dormida. No se despierta hasta por la mañana, la conozco. Venga..., yo voy un rato y luego me vuelvo pitando. ¿Desde cuándo te preocupa que me pillen?
-Desde nunca. Pero en serio, no me apetece que vengas.
-Mentirosa... ¿Qué estabas haciendo este rato que no dormías? ¿Estabas cachonda?

Maldito hijo de puta listo.

-No.
-No me lo creo. 

Tampoco yo me lo creía.

-Me da igual.
-Yo si estoy cachondo. Venga... déjame ir, ¿no ves cómo me tienes?

Me rindo, me puede.

-Eres insufrible. 
-Genial. Estoy ahí en media hora como mucho.

Salto de la cama y vuelvo al baño. Todo está debidamente depilado, pero mi cara... uf, qué mala pinta. Un poco de corrector de ojeras, un poco de color, lápiz de ojos sutil. Esto es otra cosa. Me pongo desodorante y un poco de perfume, solamente en la nuca. Corro al dormitorio y me cambio de bragas. Las que llevo son demasiado cómodas. Vuelvo a cepillarme el pelo y me siento en la cama, a esperar.

Me veo reflejada en el espejo y pienso que soy patética. Una imbécil solitaria que se levanta a las tres de la madrugada para asearse y adecentarse un poco porque el marido de otra viene a echarle un polvo. Soy su puto juguete y no sé cómo evitarlo. Soy una mierda para él, que no me respeta. Tampoco yo me respeto a mí misma, supongo. 

A veces me gustaría ser como ella y necesitar menos. Conformarme con una vida cómoda y sencilla. Tener un empleo en una oficina del centro, salir a las seis y ver a mi marido a la hora de cenar. Sentarnos luego a ver la tele en el sofá, sólo a ver la tele. Ir a comprar al centro comercial el sábado por la mañana. Llenar el carro con pan de molde, cereales y bombillas de bajo consumo. Tener mis experiencias más femeninas en la peluquería, rodeada de mujeres haciéndose las mechas o alisándose el cabello. Quiero ser una niña normal, pero la vida no me deja. Hay demasiadas tentaciones. En la cocina hay una botella de Absolut donde debiera haber un tarro de mermelada light y tengo tantos juguetes sexuales que podría montar una tienda. Y me follo al marido de otra. Joder, me doy asco.

Suena el timbre y abro la puerta vestida solamente con ropa interior. No me dice nada. Me agarra la cabeza y me besa con fuerza. Me estampa contra la pared y se desabrocha el pantalón. Por como viene, no creo que aguante mucho. Me aparta las bragas, me levanta del suelo y me embiste de golpe contra los ladrillos. No creo que se haya dado cuenta de que llevo perfume. Dudo que haya reparado en el colorete de mis mejillas. Si mañana le preguntas, no sabrá de qué color era mi ropa interior. Aguanta bastante  más de lo que había predicho.  El último empujón se siente como un golpe tremendo y grita en mi oreja como un animal. Se vuelve a abrochar el pantalón. Me da un beso fugaz mientras su esperma resbala por mi muslo hasta los tobillos. Es la primera vez que no me corro con él. Es la primera vez que me arrepiento de veras. Es la primera vez que me siento como una puta.

-Gracias, preciosa. Mañana te llamo.


Es la última vez que nos veremos.