sábado, 20 de octubre de 2012

La náyade y su pecera (Un cuento para Naiara...)




Una mañana de invierno, la náyade se despertó en su pecera de agua cálida. Hacía ya algún tiempo que la pecera se había convertido en su hogar. Como todas las náyades del mundo, ninfas de los arroyos y los lagos, se sentía feliz en su medio acuático. Si le apetecía, podía nadar de un extremo a otro de la pecera, hacer burbujas y dar volteretas. Era su pecera, y allí nada malo podía sucederle.
La pecera siempre estaba oscura, pero la náyade no tenía miedo. Conocía la pecera de extremo a extremo y sabía que ella era la única allí. De vez en cuando escuchaba de lejos el sonido de unos tambores que no sólo no la asustaban, sino que hacían que se sintiese protegida. La oscuridad de la pecera le serviría más adelante para enfrentarse a cualquiera de los males que pudiesen interponerse en su camino.
La náyade era hermosa. Su cabello castaño enmarcaba su cara sonrosada, en la que resaltaban dos ojos azules como el océano. Su piel era suave, frágil y perfumada. Era la náyade más hermosa del mundo y nada ni nadie podría cambiar eso, porque la pecera la protegería siempre.
Una noche, estando la náyade buceando en las oscuras y cálidas aguas que la rodeaban, la pecera se rompió. Toda el agua que había en ella se fue escapando a través de un túnel por el que la náyade no quería pasar. Le daba mucho miedo salir de la que había sido su casa tanto tiempo. A través del pasaje oscuro se veía una luz brillante que le aterrorizaba.
Entonces, la náyade sintió que quien tocaba los tambores la animaba a salir. Sin palabras, le decía que era el momento de abandonar la pecera rota y de conocer el mundo de las nubes. Le aseguraba que no debía tener miedo, pues en el mundo de las nubes seguiría oyendo los tambores, seguiría sintiendo el plácido calor que ahora la protegía y que, de vez en cuando, podría volver a su medio acuático, rodeada de burbujas de suave jabón.
Así pues, la náyade se aventuró a salir de la pecera rota y, con esfuerzo, logró llegar al mundo de las nubes sana y salva. La luz brillante le molestaba y chilló, pero sólo por un instante, justo el tiempo en que tardó en volver a sentir los tambores, mientras unos brazos temblorosos la acogían en una cama que respiraba, cálida y amorosa. Y unos enormes ojos la miraron como quien mira un tesoro. Y la náyade sintió que también sería feliz fuera de la pecera, en el mundo de las nubes, donde podía respirar el amor que ahora la alimentaba.

lunes, 8 de octubre de 2012

Naranjas de la China: Shanghai y Gomorra

Una cosa buena de vivir en China es que no hay Navidad. Me explico. No es que odie las navidades, pero la verdad es que puedo vivir sin ellas. Bueno, sin fin de año no, eso es sagrado, pero de eso sí que hay en China, así que no problem. Por otra parte, esta pasada semana he podido disfrutar del festival del otoño, que además se ha juntado con el Día Nacional de China. Así que, teniendo en cuenta que ya no hay más vacaciones hasta Nochevieja, decidí pasar unos días en Shanghai, que es la ciudad gamberra de China, donde se unen lo viejo y lo nuevo, los templos budistas y las prostitutas, los jardines zen y los rascacielos.

Antes de mi partida, pasé una noche en Hefei en casa de mi amigo Fabián, que vive en un rascacielos gigantesco con su traductor chino, que se llama Li. Decidimos ir a probar un restaurante español que se llama Hola Restaurant. Allí conocimos al cocinero, un chileno-vasco que se llama Maiker, a su mujer Cristina (una rusa-vasca, jajaja) y a su hijo Matías. Después de comer jamón ibérico y cochinillo, fuimos todos a tomar unas copas a un bar cercano. Fue agradable estar rodeada de gente que habla español, para variar.

Al día siguiente, cogí mi avión a Shanghai. Desde el aeropuerto internacional de Honqiao, un taxi me llevó al Hotel Indigo, un rascacielos en el Bund, que es la zona antigua junto al río Huangpu, desde donde se ve la zona moderna y financiera conocida como el Pudong. Lo mejor de este hotel, por si alguna vez os animáis a ir a Shanghai, es que tiene una terraza en el piso 31 desde la cual hay unas magníficas vistas, sobretodo de noche. 

Después de pasear por el Bund y Nanjing Road, que es una calle comercial enorme, volví al hotel a cenar. En la planta 30 hay un restaurante maravilloso, también con vistas al río y al Pudong. Allí, cenando sola, conocí a Kary y a Terje, un matrimonio noruego que viaja a China a menudo por negocios. Son una pareja de cincuentones maravillosa. No sólo pagaron la cena y las copas en la terraza del hotel, sino que decidieron buscarme marido nórdico con la condición de que los visite en Oslo.

La mañana siguiente fui a ver el Templo del Buda de Jade. Supongo que los templos tienen más gracia si eres budista. Son lugares hermosos, sin duda, pero yo me sigo quedando con la Catedral de Salisbury... Después, me decidí a visitar los jadines Yuyuan y el mercado de artesanía que los rodea. Este lugar sí vale la pena. Los jardines son preciosos y el mercado es caótico y absorvente. Después de comer unos dumplings en el mercado (los dumplings son esas empanadillas o bolitas rellenas de carne, verduras, sopa...y son muy típicos de Shanghai), volví al hotel a descansar. Por la tarde, me acerqué al Pudong (barrio financiero) para subir al observatorio de la torre Jin Mao, desde el cual las vistas son increíbles. No hay nada más hipnótico que la Torre de la Perla Oriental iluminada de noche y vista desde arriba.

De vuelta en el hotel, conozco a un grupo de australianos que me invitan a salir con ellos. Después de cenar, vamos a tomar gintonics al Bar Rouge (un club bastante pijo) y más tarde a bailar al Sin Club (no hace falta explicar el porqué de ese nombre...). Lo pasé en grande y conocí mucha más gente en el local: unas chicas francesas que trabajan en Beijing, un americano que está de vacaciones y algunos españoles más que van en busca de bellezas chinas. 

Al día siguiente me fui a dar un paseo por el Bund. Allí, una pareja de chinos de Xian me pidieron una foto y me acabaron llevando a una ceremonia del té en un pequeño local escondido de la concesión francesa (barrio colonial de Shanghai). En una pequeña salita, nuestra anfitriona me pide que no haga fotos por respeto a Buda (solamente tomé dos fotos clandestinas) y empieza con la ceremonia. Primero llena tres vasitos de té y baña al Buda con ellos. Después nos va dando a probar diferentes clases de té, explicándonos para qué sirve cada uno (belleza, éxito, salud...). Se me escapa la risa cuando veo que hay un té para encontrar el amor que consiste en combatir la halitosis. Alucino cuando, en un gran vaso de agua hirviendo, una bola de té se abre dando paso a una hermosa flor subacuática. 

Mary y Potter (que así se hacen llamar los chinos) me llevaron a comer más dumplings a Nanjing Road.  Por la tarde, fuimos juntos a la People's Square y al Museo de Shanghai. Les he prometido que iré a visitarles a Xian.

La última mañana en Shanghai decido ir a ver las tiendas de artesanía de la concesión francesa. Allí, paseando entre estrechas callejuelas, reconozco letras en castellano: Casa Fiesta. Acabo de encontrar un restaurante español. El dueño se llama Alberto y es de León. Tomamos juntos una cerveza y luego vamos a comer a un restaurante thailandés. Nos despedimos porque tengo que coger mi avión de vuelta, que sale con casi cinco horas de retraso. Shanghai, prometo volver. Eres lo mejor que me ha pasado desde que descubrí en Londres la ciudad de mis sueños.















lunes, 1 de octubre de 2012

La misma flor de arce


La misma flor de arce, que en otoño
florece con la bruma,
arrastra hoy mis tristezas
trayéndome el aroma de tu risa.
La que hace tiempo esperaba,
añorando lo que nunca tuve.
La que trae lo nuevo,
envuelto en una seda de cristal.

Me parece haberte visto en la noche
de los desvaríos propios,
con el gesto serio y la mirada oscura,
pretendiendo no saber,
pero sabiendo.
Me parece haberte visto.

Para cuando llegue el invierno
y congele otra vez la vida,
prepararé el manto que nos abrigue
y nos proteja del viento
y de las lluvias del pasado
que aún mojan mi soledad,
en este otoño que huele a primavera.