martes, 18 de febrero de 2014

Poemas de aeropuerto




UNO

Camino por el pasillo y camino lento,
aunque no sé,
nunca he sabido.
En una mano el pasaporte
y en la otra mi mejilla húmeda 
donde se recogen los golpes
que de ti me llevo.

No puedo leer las señales,
aunque ambarinas, no puedo.
Que mis ojos turbios no alcanzan 
a encontrar su nitidez.
A la vera mía no va nadie,
que ya te quedaste atrás.

Esta mañana nos hemos despedido,
después de la noche amarescente
en la que te he conocido.
Me has sujetado la cara con las manos
y yo la he dejado caer,
taciturna, me has dicho.

He negado tus palabras
porque soy imbécil.
Porque no quería herirte
y por eso la herida me llevo,
que la herida es mía,
como siempre.

Nada significan tus miradas claras,
ni tus manos firmes,
ni tu cuerpo sobre mi espalda.
Nada para ti, claro, porque así funcionas.
Yo sigo creyendo en el aroma.
Y por eso me lo llevo en la maleta.

La recojo ahora de la cinta, pesada
más que nunca.
Pasa por mi lado y huele igual que tú.
Esnifo la droga que me has dado cinco noches
y luego tengo que dejarla.
Y, al salir a la calle, de nuevo, tus palabras.

DOS

A pesar de todo, 
sigo siendo mala.
Sigo buscando el placer,
sin las circunstancias.
Sigo recomponiendo rotos
y remendados.

Te sientas a mi lado,
ojos aceitunados.
Me vendes la aventura 
de los desconocidos.
Que si en el mismo avión vamos,
mejor juntos que separados.

La vida dura lo que un vuelo,
el despegue siempre es demasiado corto,
el aterrizaje demasiado brusco.
Mientras tanto, nuestras manos se buscan
bajo la pequeña manta, 
sin descanso.

Ya se marcha la azafata,
me parece que no nos ha visto
romper las reglas de vuelo,
saltar sin paracaídas
y sin temor a caernos.

No quiero más
que el placer de este vuelo,
no quiero verte en tierra,
que desde el aire todo es bello
pero al desembarcar todo se estrella.

TRES

Deja de mirarme, que no me conoces.
Soy una más que va y que viene.
Ni vengo de donde llegas,
ni voy a donde te diriges.

No hablamos la misma lengua,
ni vamos a compartirla,
a pesar de las soledades
y de las horas de diferencia.

Saco del bolso mi pequeño espejo
y arreglo lo insubsanable,
mientras me miras desde tu asiento
con la mirada leopardina
y el gesto inmutable.

Joder, no tengo tiempo para esto.
No puedo escribir más en aeropuertos.
Que ni sé qué día es hoy,
ni si es verano o invierno.
Que miro a traves de las lunas
y ya nada veo.

Te levantas y te acercas,
jodido descarado.
Y te plantas justo delante,
y me nublas la vergüenza,
que no me han dejado facturarla.

Si lo dices porque lo dices,
y si no, por omisión,
cometes el error de conocer al desconocido
o de obviar el destino,
o de meter de nuevo la pata.

Sube a tu avión,
que yo me quedo.
No nos corresponde cambiar eso.
Y sin embargo aquí se queda
por siempre tu reminiscencia.