jueves, 20 de junio de 2013

El pabellón Kraepelin



- ¿Cómo se encuentra?
- Estoy bien.
- ¿Tiene frío? ¿Quiere que le traigan una manta?
- No tengo frío. Estoy bien.
- Está usted temblando.
- No tiemblo porque tenga frío.

Di un sorbo a mi vaso de agua, simétricamente dispuesto sobre la mesa metálica, junto al sillón en el que me hallaba sentado. Revisé mis notas. En realidad, se trataba de un gesto mecánico e inconsciente.

- Veamos. ¿Podría decirme su nombre?
- Me llamo Karl Oehler.

Lo miré fijamente. Permaneció impasible.
 
- ¿Qué edad tiene?
- Tengo treinta y dos años. No. Tengo treinta y tres.
- De acuerdo. Treinta y tres, entonces. Y bien, dígame... ¿cuándo tuvieron lugar los hechos que nos conciernen?
- Se refiere al incidente.
- Sí. A eso me refiero. ¿Cuándo sucedió?
- Creo que fue hace dos años y medio. 
- ¿Cree?
- No. Estoy seguro. Fue en noviembre. Era de noche.

No me miraba a los ojos cuando hablaba. Tampoco cuando yo preguntaba. No miraba al suelo. Era como si mirase a través de mi cuerpo y de la ventana que tenía detrás. Su mirada se perdía en un horizonte virtual. Proseguí.

- ¿Podría explicar detalladamente lo sucedido aquella noche de noviembre?
- Sí.

Se quedó callado unos segundos. Seguía temblando.

- ¿Y bien?

No respondió. Le di algo más de tiempo. No debieron pasar más que unos pocos segundos, pero se hicieron eternos. 

- Yo tenía guardia esa noche. 
- ¿Cuántas personas había con usted?
- Solamente Grisel. 

Volvió a callar.
 
- Prosiga, por favor.
- Me tocaba la ronda de las dos. Había una ronda cada hora y nos íbamos turnando. Me tocaba la ronda de las dos.
- ¿Cómo funciona la ronda?
- Teníamos que pasar por todos los pabellones del ala este. Esa era nuestra zona. El ala este. Había que pasar por todos los pabellones y por todas las celdas.
- ¿Hacían eso cada hora?
- Sí. Sí, porque era el ala este. Usted no sabe nada del ala este, no sabe nada. ¡Nada!
- No se altere, por favor. Relájese.
- Estoy relajado.
- Continúe, por favor. ¿Qué más hay que hacer durante la ronda?
- Hay que dar el okey.
- ¿A qué se refiere?
- A que hay que informar de que todo está bien. Todo bien.
- ¿Cómo hace eso? ¿Por radio?
- Sí. Sí, por radio. Por radio.
- Bien. Y, dígame ¿qué sucedió durante su ronda?
- Hubo un incidente. Hubo un incidente en el pabellón Kraepelin.
- ¿Qué es el pabellón Kraepelin?
- Es un pabellón. Donde duermen las bestias. 
- ¿Las bestias?
- Sí. Había uno que comía personas. Lo llamaban Menschenfresser. El que come personas. Había otro que lloraba todo el tiempo. Se llamaba Waas. Decían que se había follado a su madre.

Le entró la risa. Se reía a carcajadas, sin control.

- Se había follado... ¡a su madre! ¡Pero la madre no se movía!

Siguió riendo un buen rato.

- Por favor, cálmese.

Se paró en seco un segundo. Luego empezó a balancearse sobre la silla.

- ¿Se encuentra bien?
- Estoy bien.
- De acuerdo. ¿Qué incidente tuvo lugar en el pabellón Kraepelin?
- Había una mujer. Estaba apoyada contra la pared, sentada en su cama. Le dio un ataque. Empezó a revolverse y a dar patadas. Chillaba muy fuerte. Decía que se estaba quemando. Puta loca de mierda. 
- ¿Qué hizo usted?
- Llamé a Grisel y me dijo que vendría con un celador. Me dijo que me esperase. Me dijo que me esperase...
- ¿No hizo caso a Grisel?
- No hice caso, no. No. La mujer gritaba mucho, se había mordido la lengua y tenía las tetas llenas de sangre. 

Ahora los temblores eran tan fuertes que pensé que se haría daño.

- Entré rápido para atarla con las correas. 
- ¿No es peligroso hacer eso sin ayuda?
- Era una mujer pequeña. No debía pesar más de cincuenta quilos. 
- No ha contestado a mi pregunta.
- Sí, es peligroso. Es peligroso, listillo de mierda. ¡De mierda!
- Cálmese.

Hizo una burlesca imitación de mi voz.

- "Cálmese"... "Cálmese"...
- Por favor, prosiga.
- Puta loca. Me saltó encima. Creí que iba a violarme. ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! 
- ¡Haga el favor de calmarse!

Me levanté y miré al enfermero. Él se dio cuenta. Se calmó y volví a sentarme.

 - Me tiró al suelo. Se le caían las babas encima de mí. Se le salían los ojos. Se le caían las babas. Se le salían los ojos. Me puso el antebrazo sobre la garganta. 
- ¿Trató de estrangularle?
- Sí, listillo, sí. Me apretó fuerte y yo noté que se me hinchaba la lengua. Parecía que iba a explotar. Y... ¡Bumba! ¡Bumba! Me sonaba la sangre en los oídos. ¡Loca de mierdaaaaaaaaaaa!
- Si no se calma...
- Me calmo, me calmo, me calmo... Ya me calmo. 
- ¿Qué pasó entonces?
- Le di un rodillazo en el coño. 
- ¿Y bien?
- Yo creo que le gustó. Gimió de gusto.
- ¿Dejó de apretarle la garganta?
- No. Me arrancó un trozo de nariz. 
- ...

Me toqué la nariz.
 
- Apareció la zorra de Grisel con el celador. Me sacaron a la puta de encima. Cuando me levanté, le pegué una patada en la boca.
- ¿Por qué lo hizo?
- Me apeteció. Me faltaba un cacho de nariz, listillo. 
- Así que se salvó por los pelos...

Le salió una risilla estúpida, que acompañó de un gesto infantil, como si acabase de hacer una travesura.

- Sí.
- Bien. Es todo por hoy.
- "Es todo por hoy".-se burló.


Me levanté del sillón. Hice un gesto al enfermero para que se lo llevase. Seguía temblando bajo la camisa cuando lo sacaron fuera. 

Revisé mis papeles y anoté:

"Interno 812. Hansen. Sesión nueve del dieciséis de noviembre. No muestra signos de mejoría. No muestra signos de empatía. Muestra signos de delirio paranoide. Muestra temblores. Muestra cambios de humor repentino. Muestra violencia verbal. Doctor Karl Oehler."