lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad en familia y otras utopías hermosas

Yo tenía ocho años. Debió acabarse el cava, o quizás los mantecados estuviesen pasados de fecha, porque dos de mis tíos empezaron a discutir airados como dos venados aquella nochebuena de 1988, justo después de que mi abuela hubiese rascado la botella de Anís del Mono mientras entonaba villancicos populares rodeada de niños sobreexcitados, en aquella mesa repleta de fruta seca, turrones y cortadillos, que siempre han sido mis favoritos. Las razones de tal disputa no alcanzo a recordarlas, puede que de tan absurdas que fueren. Sí recuerdo a la abuela intentando poner tierra de por medio, a mi madre yendo y viniendo de la cocina con platos cargados de dulces y a mi padre, que, después de haber trabajado muchas horas, intentaba cenar en paz mientras veía a Camilo Sesto o a Roberto Carlos cantar por televisión. Mi padre, que muchas veces nos recuerda que la Navidad solamente es bonita cuando hay niños con quien celebrarla, porque los niños son los únicos que entienden su verdadero sentido, la ilusión de esperar a Santa Claus o a los Reyes Magos, la magia de las luces y los pesebres y la música. 

Con la edad, la Navidad toma nuevos significados. Hay que cenar con los jefes y con los compañeros. Hay que comer con la familia, con la familia política, con los sobrinos de la prima de tu tía... Hay que gastar dinero en regalos por compromiso. Hay que ver como algún desgraciado de algún pueblo que no es el tuyo se lleva el gordo de Navidad, que usará para tapar agujeros, en plan masilla. Y lo más importante, solamente algunos privilegiados tienen vacaciones y paga de Navidad.

No me entusiasma la Navidad, no es que la odie, no. Es que no me vuelve loca. Sin embargo, a diez mil kilómetros de casa, sola entre millones de personas que no tienen ni idea de quién narices es San José o de lo que es una zambomba...las fiestas cobran un nuevo sentido, el de la occidentalidad añorada y el de los abrazos con las pocas personas de este mundo que de verdad me importan.  

Disfrutad de las fiestas si tenéis la ocasión, reíd, cantad villancicos, emborrachaos, discutid con ese primo gilipollas que os toca siempre las narices, comed como cerdos y recordad que nunca se sabe lo que se tiene hasta que se echa en falta. ¡¡¡FELICES FIESTAS!!!


sábado, 24 de noviembre de 2012

Naranjas de la China: Aprendiendo en Luan

Este post será un poco distinto al resto de publicaciones sobre mi estancia en China, pues mi reciente visita a Luan (en la provincia de Anhui) se ha dado por razones laborales y, por lo tanto, he dispuesto de poco tiempo para hacer de turista. Trabajo para una compañía de Singapur que ofrece educación internacional en institutos públicos en China y nuestros jefes nos comunicaron (en el centro en el que trabajo, en Wuwei) que iríamos unos días al intituto de Luan para que pudiésemos conocer a nuestros compañeros de trabajo a los que nunca vemos y para intercambiar ideas, procedimientos, etcétera.  Así pues, el martes nos pusimos en marcha y, tras cuatro horas de carretera, llegamos a Luan. Llovía muchísimo y además, las temperaturas en la zona llevan siendo muy frías varias semanas. Una bruma envolvía la ciudad y empañaba los cristales.

El instituto número 1 de Luan (en China, el número del centro indica su importancia y, a veces, también su antigüedad) es un gran complejo de edificios, algunos de ellos muy modernos, aularios, oficinas... rodeados de jardines. Allí nos esperaban Mary Ann, sudafricana de origen holandés, y Jean, que es filipina y ha vivido muchos años en Estados Unidos y en China, y además está casada con un inglés. Con ellas, trabaja Euro (sí, ese es su "English name"), una joven profesora china.

La empresa me alojó en el apartamento de Jean, que me ha tratado como una reina durante todos estos días. Además, por la cercanía de nuestras culturas (Filipinas fue colonia española durante casi cuatro siglos), nos hemos entendido muy bien y hemos trabajado de maravilla juntas.

Dado que la mayor parte del tiempo he estado en conferencias, clases y reuniones... he visto poca cosa de Luan, pero dejadme que haga mención de algunos lugares que merece la pena ver. Por ejemplo, es interesante una visita al restaurante de la revolución, y ver a las camareras vestidas con uniformes militares. La comida es excelente, picante y muy variada, y además, como casi todo en China, es barato.

Si se tiene un rato libre para pasear y el tiempo acompaña se pueden visitar los jardines de la universidad, con auténticos bosques de bambú, dar una vuelta por los alrededores del río Pihe,  o ir de compras a Renmin Road.

Como conclusión, se podría decir que Luan representa bastante bien el espíritu de las nuevas ciudades de Anhui, que crecen sin parar (y sin demasiado orden) y que, aun con poco que ofrecer, siempre es posible encontrar ese rincón hermoso que te recuerda que estás en uno de los países más interesantes del planeta.










lunes, 12 de noviembre de 2012

Naranjas de la China: Nanjing, la ciudad del cielo

Tras varias semanas de relax en Wuwei, este último fin de semana he ido a visitar Nanjing, conocida como la ciudad del cielo. Nanjing significa literalmente la capital del sur y, de hecho, ha sido la capital de China durante el reinado de varias dinastías. Esto supone que la ciudad tiene innumerables rincones históricos de interés, aunque yo no he podido ver muchos en mi primera visita por ser demasiado corta (pero volveré). 

Por lo poco que he visto de China hasta el momento, Nanjing merece sin duda una visita (o quizás más de una). Es una ciudad grande pero relativamente apacible si la comparamos con otras ciudades chinas, está todo bastante limpio, hay muchas hectáreas de parque, zonas peatonales, lagos y canales. Los templos se mezclan con los centros comerciales, los restaurantes, los mercadillos y los altos edificios de oficinas. Todo cabe en Nanjing. 

Llegué el sábado por la mañana con mi compañera Sarah, que además hace las veces de traductora. Nos instalamos en un hotel del centro de la ciudad, desde el cual es fácil acceder a los puntos claves de la misma gracias al metro. A menos de doscientos metros a pie encontramos el templo de Confucio, rodeado de canales, plazas, calles peatonales y árboles. Una preciosidad, especialmente de noche. En los alrededores del templo, cientos de pequeñas tiendas de artesanía, regalos, ropa, ... y muchos puestos callejeros de fideos, brochetas y todo tipo de snacks. Es apacible pasear por esta zona, ya que no hay coches ni motos, lo cual es rarísimo en China.

Más tarde cogimos el metro y fuimos a visitar el Nanjing Massacre Memorial Hall, un museo en el que se recuerda a las víctimas de la masacre de Nanjing, que tuvo lugar en 1937 durante la guerra con Japón. Los japoneses se encontraban enfangados en su afán por conquistar las ciudades chinas (algunas, como Shanghai, ya habían caído) cuando llegaron a Nanjing. En seis semanas, trescientos mil chinos (mayoritariamente civiles desarmados) cayeron ante el ejército japonés. Eso supone una muerte cada doce segundos. No es difícil entender que aún hoy haya tanto resentimiento hacia los japoneses en este país y que cualquier pequeña ofensa pueda volver a hacer saltar las chispas. A los chinos se les adoctrina desde pequeños en el odio hacia todo lo japonés y, aunque la masacre fue horrible y los japoneses han cometido muchas crueldades a lo largo de su historia, no debemos olvidar que no hay apenas naciones en el mundo que tengan las manos limpias de sangre y los propios chinos manchan las suyas con la de los tibetanos de vez en cuando, por poner un ejemplo. El museo es bonito, pero visto desde la objetividad de alguien que admira la cultura china tanto como la japonesa, hay mucha propaganda pro-régimen y mucho mensaje subliminal latente. Aún así, desde luego que este lugar merece una visita.

Por la tarde, Sarah y yo decidimos ir a cenar a un restaurante italiano del centro que se llama Ciao Italia (sí, muy original). Uno no sabe cuánto ama la pizza hasta que se pasa dos meses sin comerla. Después de cenar, fuimos a un pub irlandés, el Finnegan's Wake, regentado por un escocés, Ian Ross, un enamorado de Madrid con el que tuvimos el gusto de charlar y que fue muy amable con nosotras. Si vais a Nanjing os recomiendo una visita a este lugar, con buena cerveza y música en directo. Sí, ya sé que no es muy chino que digamos, pero llevo dos meses aquí y, dado que en Wuwei no hay mucha vida occidental, de vez en cuando agradezco una cerveza y una hamburguesa mientras escucho The Wind that shakes the Barley.

La noche terminó en el Mazzo 1912 Night Club, un local con muy buena música para bailar (el DJ es marroquí y es francamente bueno), muchos expatriados, muchísimos chinos y, lo más importante, acceso gratuito. Allí estuvimos bailando hasta que nos echaron a eso de las tres de la madrugada.

El domingo hicimos poca vida cultural, necesitaba ropa de invierno, así que fuimos de compras toda la mañana. Una cosa buena de Nanjing es que hay shopping para todos los bolsillos: en un lado de la calle puedes ver mercadillos donde encontrar gangas increíbles y en el otro tienes Dior y Armani o centros comerciales con precios intermedios. Después de comer tomamos el autobús de vuelta a Wuwei, un trayecto de tres horas y media por carreteras llenas de baches y viendo una película china indescriptible. 

Lamento no haber tenido tiempo de ver nada más, pero pienso volver a Nanjing en cuanto pueda, hay muchas cosas pendientes que ver y hacer, y la ciudad me encantó.











martes, 6 de noviembre de 2012

Aún te recuerdo


Aún te recuerdo,
en los días grises
cuando yo misma me oscurezco.
Recuerdo esa tarde
y todas las cosas
que no pasaron.

Aún tengo días claros,
cuando no sueño
con tu pelo y con tus manos.
Pocas veces,
sin embargo
se me olvidaron.

Y vuelves a mí,
cuando ya no quiero
que vuelvas más.
Me persigue tu sonrisa
y no la puedo borrar,
ahí está, entre mis labios.

Si alguna vez te quise
o me quisiste
nadie lo sabe,
bueno, yo sí,
pero no voy a contarlo.

sábado, 20 de octubre de 2012

La náyade y su pecera (Un cuento para Naiara...)




Una mañana de invierno, la náyade se despertó en su pecera de agua cálida. Hacía ya algún tiempo que la pecera se había convertido en su hogar. Como todas las náyades del mundo, ninfas de los arroyos y los lagos, se sentía feliz en su medio acuático. Si le apetecía, podía nadar de un extremo a otro de la pecera, hacer burbujas y dar volteretas. Era su pecera, y allí nada malo podía sucederle.
La pecera siempre estaba oscura, pero la náyade no tenía miedo. Conocía la pecera de extremo a extremo y sabía que ella era la única allí. De vez en cuando escuchaba de lejos el sonido de unos tambores que no sólo no la asustaban, sino que hacían que se sintiese protegida. La oscuridad de la pecera le serviría más adelante para enfrentarse a cualquiera de los males que pudiesen interponerse en su camino.
La náyade era hermosa. Su cabello castaño enmarcaba su cara sonrosada, en la que resaltaban dos ojos azules como el océano. Su piel era suave, frágil y perfumada. Era la náyade más hermosa del mundo y nada ni nadie podría cambiar eso, porque la pecera la protegería siempre.
Una noche, estando la náyade buceando en las oscuras y cálidas aguas que la rodeaban, la pecera se rompió. Toda el agua que había en ella se fue escapando a través de un túnel por el que la náyade no quería pasar. Le daba mucho miedo salir de la que había sido su casa tanto tiempo. A través del pasaje oscuro se veía una luz brillante que le aterrorizaba.
Entonces, la náyade sintió que quien tocaba los tambores la animaba a salir. Sin palabras, le decía que era el momento de abandonar la pecera rota y de conocer el mundo de las nubes. Le aseguraba que no debía tener miedo, pues en el mundo de las nubes seguiría oyendo los tambores, seguiría sintiendo el plácido calor que ahora la protegía y que, de vez en cuando, podría volver a su medio acuático, rodeada de burbujas de suave jabón.
Así pues, la náyade se aventuró a salir de la pecera rota y, con esfuerzo, logró llegar al mundo de las nubes sana y salva. La luz brillante le molestaba y chilló, pero sólo por un instante, justo el tiempo en que tardó en volver a sentir los tambores, mientras unos brazos temblorosos la acogían en una cama que respiraba, cálida y amorosa. Y unos enormes ojos la miraron como quien mira un tesoro. Y la náyade sintió que también sería feliz fuera de la pecera, en el mundo de las nubes, donde podía respirar el amor que ahora la alimentaba.

lunes, 8 de octubre de 2012

Naranjas de la China: Shanghai y Gomorra

Una cosa buena de vivir en China es que no hay Navidad. Me explico. No es que odie las navidades, pero la verdad es que puedo vivir sin ellas. Bueno, sin fin de año no, eso es sagrado, pero de eso sí que hay en China, así que no problem. Por otra parte, esta pasada semana he podido disfrutar del festival del otoño, que además se ha juntado con el Día Nacional de China. Así que, teniendo en cuenta que ya no hay más vacaciones hasta Nochevieja, decidí pasar unos días en Shanghai, que es la ciudad gamberra de China, donde se unen lo viejo y lo nuevo, los templos budistas y las prostitutas, los jardines zen y los rascacielos.

Antes de mi partida, pasé una noche en Hefei en casa de mi amigo Fabián, que vive en un rascacielos gigantesco con su traductor chino, que se llama Li. Decidimos ir a probar un restaurante español que se llama Hola Restaurant. Allí conocimos al cocinero, un chileno-vasco que se llama Maiker, a su mujer Cristina (una rusa-vasca, jajaja) y a su hijo Matías. Después de comer jamón ibérico y cochinillo, fuimos todos a tomar unas copas a un bar cercano. Fue agradable estar rodeada de gente que habla español, para variar.

Al día siguiente, cogí mi avión a Shanghai. Desde el aeropuerto internacional de Honqiao, un taxi me llevó al Hotel Indigo, un rascacielos en el Bund, que es la zona antigua junto al río Huangpu, desde donde se ve la zona moderna y financiera conocida como el Pudong. Lo mejor de este hotel, por si alguna vez os animáis a ir a Shanghai, es que tiene una terraza en el piso 31 desde la cual hay unas magníficas vistas, sobretodo de noche. 

Después de pasear por el Bund y Nanjing Road, que es una calle comercial enorme, volví al hotel a cenar. En la planta 30 hay un restaurante maravilloso, también con vistas al río y al Pudong. Allí, cenando sola, conocí a Kary y a Terje, un matrimonio noruego que viaja a China a menudo por negocios. Son una pareja de cincuentones maravillosa. No sólo pagaron la cena y las copas en la terraza del hotel, sino que decidieron buscarme marido nórdico con la condición de que los visite en Oslo.

La mañana siguiente fui a ver el Templo del Buda de Jade. Supongo que los templos tienen más gracia si eres budista. Son lugares hermosos, sin duda, pero yo me sigo quedando con la Catedral de Salisbury... Después, me decidí a visitar los jadines Yuyuan y el mercado de artesanía que los rodea. Este lugar sí vale la pena. Los jardines son preciosos y el mercado es caótico y absorvente. Después de comer unos dumplings en el mercado (los dumplings son esas empanadillas o bolitas rellenas de carne, verduras, sopa...y son muy típicos de Shanghai), volví al hotel a descansar. Por la tarde, me acerqué al Pudong (barrio financiero) para subir al observatorio de la torre Jin Mao, desde el cual las vistas son increíbles. No hay nada más hipnótico que la Torre de la Perla Oriental iluminada de noche y vista desde arriba.

De vuelta en el hotel, conozco a un grupo de australianos que me invitan a salir con ellos. Después de cenar, vamos a tomar gintonics al Bar Rouge (un club bastante pijo) y más tarde a bailar al Sin Club (no hace falta explicar el porqué de ese nombre...). Lo pasé en grande y conocí mucha más gente en el local: unas chicas francesas que trabajan en Beijing, un americano que está de vacaciones y algunos españoles más que van en busca de bellezas chinas. 

Al día siguiente me fui a dar un paseo por el Bund. Allí, una pareja de chinos de Xian me pidieron una foto y me acabaron llevando a una ceremonia del té en un pequeño local escondido de la concesión francesa (barrio colonial de Shanghai). En una pequeña salita, nuestra anfitriona me pide que no haga fotos por respeto a Buda (solamente tomé dos fotos clandestinas) y empieza con la ceremonia. Primero llena tres vasitos de té y baña al Buda con ellos. Después nos va dando a probar diferentes clases de té, explicándonos para qué sirve cada uno (belleza, éxito, salud...). Se me escapa la risa cuando veo que hay un té para encontrar el amor que consiste en combatir la halitosis. Alucino cuando, en un gran vaso de agua hirviendo, una bola de té se abre dando paso a una hermosa flor subacuática. 

Mary y Potter (que así se hacen llamar los chinos) me llevaron a comer más dumplings a Nanjing Road.  Por la tarde, fuimos juntos a la People's Square y al Museo de Shanghai. Les he prometido que iré a visitarles a Xian.

La última mañana en Shanghai decido ir a ver las tiendas de artesanía de la concesión francesa. Allí, paseando entre estrechas callejuelas, reconozco letras en castellano: Casa Fiesta. Acabo de encontrar un restaurante español. El dueño se llama Alberto y es de León. Tomamos juntos una cerveza y luego vamos a comer a un restaurante thailandés. Nos despedimos porque tengo que coger mi avión de vuelta, que sale con casi cinco horas de retraso. Shanghai, prometo volver. Eres lo mejor que me ha pasado desde que descubrí en Londres la ciudad de mis sueños.















lunes, 1 de octubre de 2012

La misma flor de arce


La misma flor de arce, que en otoño
florece con la bruma,
arrastra hoy mis tristezas
trayéndome el aroma de tu risa.
La que hace tiempo esperaba,
añorando lo que nunca tuve.
La que trae lo nuevo,
envuelto en una seda de cristal.

Me parece haberte visto en la noche
de los desvaríos propios,
con el gesto serio y la mirada oscura,
pretendiendo no saber,
pero sabiendo.
Me parece haberte visto.

Para cuando llegue el invierno
y congele otra vez la vida,
prepararé el manto que nos abrigue
y nos proteja del viento
y de las lluvias del pasado
que aún mojan mi soledad,
en este otoño que huele a primavera.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Érase una vez.... Europa desgarrada


En la mitología griega, nutrida de historias fascinantes, el egocéntrico Zeus estaba enamorado de la exótica Europa y decidió seducirla (y después violarla, claro está). Para ello, se transformó en un toro blanco y se mezcló con las manadas de su padre. Mientras Europa recogía flores cerca de la playa, vio al hermoso toro y lo acarició sus costados y, viendo que era manso, montó sobre él. Zeus aprovechó la oportunidad y corrió al mar, nadando con Europa a sus espaldas hasta la isla de Creta, donde la hizo reina.

En el mundo real, mucho menos fantástico, aunque no por ello menos interesante, Europa es un pequeño continente repleto de cultura, lenguas, historia y tradiciones. Un mosaico de civilizaciones con pasados que se entrecruzan, con más o menos violencia, y que se complementan como piezas del puzzle humanístico que constituyen. Durante siglos, los pueblos de Europa han atacado y se han defendido, han luchado por honor, por avaricia, por riquezas, por las ideas...dando como resultado una serie de rencores latentes que persisten en el tiempo a pesar de los pesares.

Con el tiempo, llegaron a la conclusión de que, para hacer frente a oposiciones, retos o amenazas mayores, ora vestidos de barras y estrellas, ora blandiendo la hoz, no quedaba otra que la unión, que como bien reza el dicho, hace la fuerza. Craso error fundamentar esta unión en lo puramente monetario, en la  desaparición de aranceles y en la libertad mercantil. Peor aún tratar de negar la evidencia: las gentes de Europa siguen sin estar unidas, porque nunca lo han estado. Por más aceite que viertas en las aguas, jamás se mezclará con las mismas. Son elementos demasiado diferentes.

En la actualidad, la pequeña Europa se ve sacudida por las desgracias, humanas y económicas, que, en lugar de levantar a los pueblos en comunión contra el verdadero enemigo, el invisible, el titiritero implacable que maneja sus ajadas marionetas, sesgan los frágiles remiendos de un tejido desgastado, que se va desgarrando cada vez más deprisa. Todos remando en diferentes direcciones y dándose la espalda.

Las guerras de antaño, esas que acabaron con tantas vidas, tenían cara, ojos, bigote. Hoy en día, no es sencillo poner cara al adversario, porque se viste de colores, se transforma y nos sigue engañando. Pero una cosa está clara. Ese enemigo escurridizo y todopoderoso no se llama Francia, ni España, ni Irlanda. Se puede dotar de identidad a una nación negándosela a sus gentes y se pueden coser los retales con hilo de pescar, pero no por ello dejaremos de estar menos rotos.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Naranjas de la China: Un finde en Hefei

El pasado fin de semana decidí abandonar Wuwei al menos por un par de días, así que pedí un taxi y me fui a Hefei, que es la capital de la provincia de Anhui y que se encuentra aproximadamente a unos doscientos kilómetros de mi lugar de residencia. Hice una reserva para la noche del sábado en el Hilton a un precio tan ridículo que no te permitiría dormir ni en el hall del Hilton en Barcelona. Una de las cosas buenas de vivir en China, y especialmente en esta zona, alejada de Shanghai y Beijing, es que algunas cosas son tan baratas que te dan ganas de pedirlas por docenas.

El taxi llegó a Hefei a mediodía. En el hall me esperaba Fabián, un arquitecto jienense que, después de vivir durante muchos años en Ibiza, se ha decidido a probar suerte en la aventura asiática. Conocí a Fabián en un foro de expatriados españoles en China y, teniendo en cuenta lo inmenso de las distancias en China, nos pareció que dos horas de coche era un trayecto abarcable para poder vernos y descansar del chino y del inglés. Fabián trabaja en una obra mastodóntica en LuAn, otra ciudad de Anhui (a la que en principio debía haber ido a parar yo), pero vive en pleno Hefei, que es una ciudad enorme y que cuenta con más habitantes que Barcelona. 

La ciudad es gris. En parte por el smog habitual en las ciudades chinas y en parte porque tampoco es que aquí se esmeren demasiado con las fachadas de los edificios. Aún así, como supongo que debe pasar en otras ciudades chinas y del resto de Asia, la ciudad engancha por lo extraño y sorprendente que habita sus calles, especialmente de noche.

Después de comer en un restaurante japonés (algo no muy bien visto en China y más aún estos días), nos tomamos un café y cogimos un taxi para ir al templo budista de Luzhoufu, un apacible rincón situado entre edificios de veinte o treinta pisos. Después, otro taxi nos llevaría al parque Xiaoyaojin, donde había apostada una pequeña feria con las mismas atracciones que se pueden encontrar en cualquier feria española y algunas otras no tan comunes, como una especie de burbujas enormes que flotan en el agua y dentro de las cuales se meten los niños. 

Sin darnos cuenta, se nos hizo de noche. Encontramos un restaurante en el que cada mesa tenía en el centro una especie de olla gigante y humeante. Alli te ponían algo parecido a un potaje con sopa, fideos, carne... para que fueses comiendo directamente de la misma. Aquella comida picaba como el mismo infierno, por lo que hicieron falta muchas cervezas para refrescar el gaznate.

Cuando terminamos de cenar, pedimos al taxista (en nuestro chininglés particular) que nos llevase donde fuese que hubiera ambiente nocturno. Acabamos en una calle enorme llena de locales de alterne, karaokes y clubs de lo más variopinto. La sala Phebe nos pareció la más normal, dentro de lo que cabe. El local estaba espléndidamente decorado, quizás un poco barroco, con muchos sillones de terciopelo, cortinas, fuentes, fuego...La música no estaba mal. Los camareros, ataviados cual Steve Urkel versión china, iban y venían cargados de bandejas de fruta, botellas de Möet y bengalas. Pedimos, no sin esfuerzo, una copa, y nos sentamos en la barra un rato. Lo más curioso de aquel lugar es que parecía una de esas sesiones light que algunas discotecas organizan para los adolescentes las tardes de domingo. No había absolutamente nadie tocando a nadie y ni un alma bailando.

Con el paso de las horas, el ambiente cambió. Apareció de la nada una versión china de Pitbull (véase: pseudocantante latinoamericano rey de las discotecas en todo el mundo) y animó el cotarro. Fuegos artificiales, coreografías imposibles y una música más animada empujaron a la gente a la pista de baile. Nosotros también nos animamos. Unas chicas nos pidieron fotos y nos dieron de beber té con whisky hasta no poder más. Fue una noche divertidísima y muy distinta a las noches españolas. No en vano éramos los únicos extranjeros en aquella sala donde todo parecía sacado de alguna película de ciencia ficción.

El domingo, sin resaca, fuimos a ver otro templo y la Bao Zheng's Ancentral House of Anhui. Me sigue pareciendo increíble que estos lugares puedan coexistir con los altísimos edificios, el caos del tráfico y las hordas de personas que te arrastran por la calle. Después de comer, Fabián pidió un taxi que me devolvió a Wuwei. Solamente puedo decir que ha sido un gran fin de semana y que, por el momento, me encanta este país.






viernes, 14 de septiembre de 2012

Naranjas de la China: Mis primeros días en Wuwei

 Como ya comenté anteriormente en el blog, mis deseos de viajar a China y cumplir así con mis expectativas laborales y personales se ha hecho realidad. Bueno, al menos la primera parte. Me gustaría ir explicando las aventurillas que viva por aquí, jeje.

El martes 11 de septiembre (fatídica fecha) tomé un avión desde Barcelona a Shanghai vía Roma. Muchísimas horas más tarde, Serchen Wang (podríamos llamarlo mi "jefe") y Chew (para mis adentros es Chewbacca jajjaja) me recibían en el aeropuerto internacional de Pudong para acompañarme hasta la capital de la provincia de Anhui, Hefei, no sin antes parar a comer un plato de fideos con ternera en el que alguien como yo podría perfectamente darse un baño... Allí me esperaba una fabulosa habitación de hotel, un excelente desayuno tradicional chino y Madam Yap Chik, una más que veterana en esto de la enseñanza y una de las cabezas visibles (literal y figuradamente) de la compañía de Singapur que me ha traído hasta oriente. Tras desayunar con Madam (así la llaman aquí, al principio le eché una mirada rara...) y charlar con ella sobre dónde me llevaría de compras, un cochazo impresionante nos llevaría a todos a Wuwei a través de campos de arroz y de montañas (bueno y también de carreteras hechas polvo...) el jueves por la mañana.

Tras mostrarme el apartamento que la compañía ha alquilado para mí (y que al parecer es propiedad de algún miembro importante del gobierno de la provincia...mafia mafia!), Madam Yap me llevó de compras sin mirar precios, sólo fue llenado el carro con mil cosas: comida, artículos de limpieza, decoración, aseo... Después me acercaron al instituto en el que voy a trabajar en Wuwei durante todo el curso, que es, por otra parte, el más prestigioso de la zona y uno de los mejores del país, que ya es decir, tratándose de un país enorme como China. Pero, como me dice Serchen, el instituto tiene excelentes relaciones con el gobierno (ejem) y eso significa mucho dinero en subvenciones.

Después de conocer al Doctor Gene Vernon, jefe de mi departamento (un tejano de unos setenta años, cordial, educado y con un excelente sentido del humor), y de presentarme a los alumnos (que al parecer llevan días preguntando por mí y que quizás por eso trepaban por las ventanas), vamos a ver al director y subdirectores del centro. Se trata de un montón de chinos que parecen salidos de una película de kung fu de los setenta (ropa supuestamente elegante, mirada felina, cigarrillos y vino carísimo). Nos invitan a tomar té verde (no vino, mecachis!) y charlan con nosotros. Mi nuevo asistente personal, Jack Chen (seguro que es descendiente de Bruce Lee...), me echa un cable traduciendo... Después, nos llevan a un lujoso restaurante en el centro de Wuwei donde la comida no parece acabarse nunca...platos y platos de carne, versuras, arroz...todo exquisito y poco apto para mantener la línea (y yo que creía que los chinos comían poco...). Por la tarde, mis anfitriones me dejan descansar en mi apartamento para, por la noche, ir de nuevo a deglutir ingentes cantidades de comida (he aquí la razón de mis tres días de cañerías obturadas).

Hoy viernes, tras una ducha caliente y un desayuno frugal, me han llevado de nuevo al instituto, donde había un recibimiento oficial para el Dr. Vernon y para mí misma, con todos los "jefazos", algunos miembros del gobierno local, padres y alumnos. Sentados en una gran mesa sobre una tarima (a lo Mourinho), Serchen me ha pedido que diese un pequeño discurso para presentarme formalmente y animar a los estudiantes a empezar con ganas el nuevo curso. Después del acto y la sesión de fotos (que ya colgaré por aquí cuando me entere de cómo se llama el chino que las ha hecho), el director nos ha llevado a comer a un hotel de lujo de Wuwei, donde, literalmente, ha pedido que cocinaran lo que yo quisiera (bueno o eso ha pensado él, porque yo con una ensaladita de tomate ya habría ido lista...). El director mafias me ha pedido que le enseñe español y me ha empezado a preguntar cómo se decía ésto y aquéllo (si lo veis intentando decir cacahuete...). Ha sido muy divertido ver cómo todos se levantan durante la comida cada vez que quieren beber para brindar con algún otro comensal (si no brindas, no bebes). La verdad es que ha sido una gran experiencia.

Por la tarde he dado un par de clases y me ha resultado curioso ver cómo más de cincuenta estudiantes chinos pueden comportarse infinitamente mejor que la mayoría de estudiantes catalanes... Jack y el Dr. Gene me han acompañado al apartamento tras acabar la jornada. Mañana me llevarán de compras por los mercados de la zona (¡¡¡a gastar yuanes se ha dicho!!!). 

Sé que llevo aquí muy poco tiempo, pero debo decir que, hasta el momento, el trato ha sido impecable, me están tratando genial y eso hace mucho más fácil la adaptación y el trabajo. Espero que las cosas sigan marchando así de bien. Ya os iré contando. 










lunes, 10 de septiembre de 2012

Destino: China



Bloguer@s, os presento mi próximo destino...China!!! Aquí estaré un añito trabajando y viviendo la aventura...espero poder acceder al blog para seguir con mis paranoias, poder mostrar las fotos que haga y explicaros las mil cosas raras que me sucedan...un saludo!!!

Coger el tren


El amor es hermoso, si es correspondido. Le hace a uno sentirse feliz, atractivo y fuerte, capaz de luchar contra el más feroz de los monstruos por el sentimiento más insensato que existe. Sin embargo, las relaciones interpersonales complican a menudo lo ya complejo de entender el propio corazón. A veces, la seguridad de un hombro en el que llorar, un abrazo cálido o un compañero vital suponen el mayor de los obstáculos para alcanzar las propias metas individuales.

Siempre fui un culo inquieto y desarraigado, un alma extraña que quería ver el mundo. No entraba en mis planes de futuro (ahora presente) casarme, tener hijos y comprar un piso (la mayor tradición de las tradiciones españolas, hipotecarse). El amor paró muchos de mis planes y frenó muchos proyectos. Dejé pasar muchos trenes porque se estaba muy cómoda en la estación, esperando.

Por fin voy a coger un tren, aunque me haya costado más de treinta años y la pérdida del amor, al menos del amor que me retenía en el andén. No sé si es el momento o el lugar, me da miedo enfrentarme a mis propias posibilidades, sé que será muy duro. Pero voy a hacerlo, no hay marcha atrás, el tren va de camino y yo voy en él.

sábado, 18 de agosto de 2012

Gente


No creo en las patrias ni en las banderas. Nunca he creído, pero, con el paso de los años, los viajes, la lectura... mi fe en el nacionalismo se ha hecho aún más débil. Eso no significa que no sienta cariño por ciertos lugares que me traen recuerdos entrañables de mi propia vida. El olor del romero y de la sal que me llevan a la costa mediterránea del Garraf; las estrechas calles de los barrios más pintorescos de Barcelona, ciudad en la que he vivido, estudiado y trabajado durante años; los rincones de mi barrio de Cornellà en el que he crecido; los colores ocres de la Castilla en que nací y que me ha regalado tantas vacaciones... Amo estos lugares, pero no desde el punto de vista del sentimiento patriótico. No iría a la guerra por ellos, ni moriría por ellos, ni renunciaría a las infinitas posibilidades que pueda ofrecerme el mundo por amor a la tierra (como bien dice Grace Nichols "Wherever I hang my knickers, that's me home" o donde quiera que cuelgue mis bragas es mi hogar). Éstas son cosas que solamente haría por algunas personas, por mi gente, mis amigos y mi familia.

Me voy a China a trabajar. Se trata de un viaje de diez mil quilómetros, una diferencia de seis horas, un idioma completamente distinto, costumbres exóticas y desconocidas, otro planeta. ¿Qué echaré de menos allí? No echaré de menos España, ni Catalunya, ni lo que representan estos conceptos. Echaré de menos a mi gente. Bueno, y el jamón, el olor del jazmín en verano, la Nochevieja y el vino de garnacha. Pero, por encima de todas las cosas, es mi gente lo que me da pena dejar atrás. Las partidas de dominó con mis padres, las escapadas locas con mi hermana, la calvorota de mi hermano, las locuras de mis primos... las noches de juerga con Diana, Sonia, Sandra, , Susana... los besos de algunos labios sin nombre, las tardes cerveceras con Thais, las confidencias con Jordi, las charlas interminables con Leti, las trifulcas discotequeras con Eli, ... Lo demás no tiene valor alguno, me temo.

Soy una humanista convencida, por eso creo firmemente que las personas hacemos el mundo, para bien y para mal, pues sin la gente, esto no sería sino un planeta hermoso en medio del infinito.

viernes, 27 de julio de 2012

Zhaocai Mao


Cada año, por Navidad, celebramos en mi casa un pequeño "amigo invisible" que nos tomamos a broma. El regalo no debe exceder los tres euros y debe ser tan inútil, absurdo y feo como sea posible. Las pasadas fiestas, mi madre era mi "amiga invisible" y me regaló un ¿precioso? Zhaocai Mao, uno de esos gatos raros orientales que mueven la patita como diciendo: "¡Eh tú, ven pa'cá!". Se trata de un Mao (para los ignorantes que me leéis, "mao" significa "gato" en chino) de plástico barato en color dorado (que se supone que es el color de la fortuna y del dinero, o eso dice la wikipedia). Lo mejor del gato es que el mecanismo del brazo móvil funciona con energía solar, vamos, que es... ¡un gato ecologista!.

¿Y a qué viene todo este rollo del gato? Bueno, pues resulta que, como soy tremendamente supersticiosa y estos últimos días están pasando algunas cosas que podrían cambiar mi vida completa y maravillosamente, veo en mi ¿precioso? Mao una señal del destino. A lo mejor con los días os cuento que no era una señal, sino una broma. Pero a día de hoy, aún soy optimista y positiva.

Una vez escribí que las casualidades no existen. Creo en el destino, como creían los griegos. De hecho, creo que algunas cosas que han (y que no han) sucedido en los últimos meses dejarán pronto de ser un sinsentido. Sin embargo, el destino es un poco perezoso y un poco cabrón. Él se sienta y espera a que vayas. Hasta que no vas, el destino ni se mueve ni se deja alcanzar. Llevo unos días persiguiendo a mi destino, a ver si se cansa el jodío y puedo colocar mi bandera de la victoria.

Para seguir al destino uso dos trenes: el del esfuerzo diario por conseguir lo que quiero (ese que tan bien nos hace sentir, porque además es un tren que sale a la hora que queramos); y el tren de la bruja (el de la superchería, la astrología, la magia, la fe y otras anticiencias que escapan al entendimiento humano). Ese tren, por desgracia, sale cuando a la diosa fortuna le sale del peplo. 

Yo, por si las moscas, sigo haciendo transbordos, a ver si en unos días puedo coger el avión de los sueños y, de paso, llevarme a mi Mao en la maleta.