miércoles, 19 de febrero de 2014

Naranjas de la China: Hong Kong y Macao



De entre las múltiples rarezas del mundo chino, destacan los lugares que, según como se miren, tienen menos de chino que yo de holandesa. Se les llama "Regiones Administrativas", y básicamente se trata de territorios que, si bien fueron parte de China en el pasado, pasaron después a ser colonias o protectorados de países europeos durante el auge imperial, para ahora ser una especie de cosa rara que ni ellos mismos entienden. 

Las Regiones Administrativas de Hong Kong y Macao, a diferencia de la República de China (conocida como Taiwan), no son estados independientes reconocidos, pero gozan de un alto nivel de independencia política y económica ("Un país, dos sistemas", búscalo en la wikipedia, no seas vago...). Tienen su propia divisa, su propio dominio en internet, su propia idiosincrasia y un idioma europeo oficial (inglés en Hong Kong, portugués en Macao) que acompaña al cantonés. Además, la subcultura honkonesa (fuertemente influenciada por la británica) y el juego legalizado de Macao tienen poco o nada que ver con la China que yo conozco.

Viajé a Hong Kong desde Nanjing, en un avión que salió tarde y llegó aún más tarde. Para llegar a Nanjing, primero tuve que desayunar un viajecito de casi tres horas en autobús. En Tianchang estábamos a dos grados bajo cero esa mañana. Cuando llegué a Hong Kong, a eso de las seis de la tarde, estábamos rondando los veinte. En el aeropuerto me esperaba mi amigo Camilo, quien me acogería esos días en su casa, ahorrándome así la reserva de un hotel. Dicen de la MTR, el metro de Hong Kong, que es uno de los mejores del mundo, y puedo corroborarlo. Letreros en inglés, transbordos bien indicados, precio más que asequible, convoyes cómodos y rápidos, wi-fi gratuito... una maravilla. Nada que ver con el maldito metro de Tokio... (ya explicaré en su momento).

Hong Kong se constituye de varias islas en el Mar de la China Meridional, y del cuarto territorio peninsular más densamente poblado del mundo. Es un mundo completamente vertical. Llegamos a Tsim Sha Tsui, en la zona de Kowloon (literalmente, los nueve dragones), al anochecer. Así, la ciudad me brinda sus neones en todo su esplendor. Esa noche ceno en el puerto con Camilo y otros amigos, con vistas a la bahía, y me tomo un buen vino que sabe a vacaciones.



Mi primera mañana en la ciudad estoy sola porque Camilo tiene que trabajar. Tomo un autobús en Causeway Bay que me lleva, bajo un sol tórrido para esta época del año, a Stanley Main Beach, una playa que se me ofrece tranquila, pero que imagino estará a reventar en cuanto llegue marzo... Llevaba casi siete meses sin ver el mar, y eso, para un alma mediterránea, es una eternidad. El agua no está como para nadar, aún está demasiado fría para mi gusto, pero nadie me impide pasear con los pies descalzos por la orilla, mientras los cormoranes sobrevuelan las aguas.



Cerca de la playa hay un mercado y montones de restaurantes. Elijo un tailandés que, sin ser barato, sirve un curry de mango buenísimo. Disfruto de la comida en manga corta, con las gafas de sol puestas, bajo un sol de primavera y con una gran jarra de cerveza. Por la noche, después de la cena, tomamos algo en la terraza de uno de los múltiples rascacielos de la ciudad, donde las vistas me dejan con la boca abierta.




Al día siguiente sigo con ganas de sentirme pequeña, así que aprovecho que Camilo está libre y vamos al Peak, un observatorio situado en una colina desde el que se ve una panorámica increíble de toda la ciudad, incluso en días poco claros como el que nos toca a nosotros. Además del observatorio, hay un centro comercial, restaurantes y el Madame Tussauds hongkonés, al que no entramos porque, a ver... ¡la figura de Bruce Lee está fuera! Ya me daba igual lo que hubiese dentro. En el observatorio conocemos a Cecilia y Bernardo, una pareja de argentinos viajeros que ha llegado a la ciudad desde Tailandia. Igual no viene a cuento pero si ya es difícil callar a un argentino, ni te cuento lo que es callar a tres... Os aseguro que no hubo ni un solo silencio incómodo, bueno, ni un solo silencio.




A pesar de estar agotados, esa fue la única noche que salimos a bailar. La vida nocturna de Hong Kong es como la de Shanghai, cálzate un buen vestido o traje, buenos zapatos y una gran sonrisa occidental. Los contactos son las llaves que abren las puertas en esta ciudad y, si tienes buenos contactos, las puertas se abren solas.

De nuevo me quedo sola el siguiente día. Aprovecho para ir a visitar el Ladies' Market en Mongkok, donde compro un montón de cosas que no necesito, y, de vuelta a Kowloon, me encuentro con un pequeño templo que me resulta encantador. Lo mejor de viajar es siempre guardar la guía y los mapas en el bolso. 




Después de comer, por la tarde, me acerco a la Avenida de las Estrellas y rindo pleitesía a la estatua de Bruce Lee y a las estrellas de otros grandes actores del cine hongkonés, como Jackie Chan, Chow Yun Fat o Jet Li. Aún me queda tiempo para acercarme a la isla de Hong Kong y darme una vuelta por el distrito financiero, donde la cámara de fotos se queda corta ante tal despliegue de grandeza.




La víspera del Año Nuevo chino viajamos en ferry a Macao. Allí nos esperaban Víctor y Mili, que andaban viajando por el sur de China. El viaje dura una hora aproximadamente y, como es una Región Administrativa al margen del sistema político-económico chino, al igual que Hong Kong, hay que pasar por aduanas otra vez. Debo reconocer que Macao (o Macau) me resulta algo decepcionante. Dividida en dos grandes zonas claramente separadas, la de los casinos y la colonial, reconozco que esperaba más de esta antigua colonia portuguesa. 

Son curiosos los letreros escritos en cantonés y portugués, así como algunos edificios del casco antiguo, que parecen fuera de contexto en Asia. En cuanto a los casinos, pues bueno, sin haber estado nunca en Las Vegas, imagino que debe ser bastante parecido, muy artificial, muy lujoso y muy extravagante.



La noche de Fin de Año probamos suerte en el Grand Lisboa, donde perdimos dinero en un cajero automático que nos estafó, y luego en el Wynn, donde la ruleta, las bebidas gratis y un señor disfrazado de ¿Confucio? que repartía chocolate hicieron la noche sumamente divertida. 




Al día siguiente fuimos a pasear por el casco antiguo. Sorprendentemente (o no) un chino nos abordó en un parque hablando español. Se hacía llamar Dalío (Darío) Li, y nos contó que había vivido en Panamá. Bueno, qué narices, nos contó su vida en verso. Luego nos dijo que en Macao hay un restaurante regentado por catalanes, donde hacen pollos a l'ast. Había que verlo para creerlo. En la entrada, un dibujo de un pollo con barretina y, sí, hacían comida española. Por desgracia, los dueños no estaban, así que no pudimos charlar con ellos.





Por la tarde, vuelvo a Hong Kong, cansada pero contenta. Al día siguiente vuelo a Shanghai a recoger a mis lobas, que vienen a ver China, pero esa es otra historia...