martes, 11 de marzo de 2014

Soñar ante el espejo




Qué rabia me da despertarme antes de que suene la alarma. Miro el reloj y pienso: "Joder, solamente me queda una hora de paz". Y, durante esa hora, trato de soñar contigo. Cierro los ojos bien, bien fuerte, apretando los párpados, y me tapo la cabeza con el edredón, porque empieza a entrar luz mañanera en la habitación. Y yo, como bien sabes, odio las mañanas, por muy soleadas que sean. 

Sucede que, a pesar de mis intentos, no consigo que me vengas a la mente en forma de fantasía onírica, aunque sí estás ahí, como un pensamiento constante. Tú, sonriendo. Tú, pasando el brazo sobre mis hombros. Tú, comiéndome la boca. Soñar despierta es un asco, porque no puedes negar que todas esas imágenes son mentira, aunque ayer fuesen verdad.

Ahora sí, ahora suena el despertador. Antes amaba esta canción, nunca debí haberla escogido como tono de alarma... Fuera del edredón hace un frío polar, y he perdido un calcetín entre las sábanas. Ese pie no puedo colocarlo en el suelo, a no ser que quiera que me lo amputen. Busco ese calcetín rebelde, que se esconde entre pliegues de tela, bien arrugadito, para que no lo vea. Mi pie sonríe ante mi victoria. 

Sentada en la taza del váter, leo los mensajes en el teléfono. No hay ninguno tuyo, pero hay unas fotos. Las miro, con los ojos llenos de legañas, mientras asumo mis responsabilidades escatológicas matutinas. Qué poético.

Frente al espejo, me lavo la cara. Envejecer es complicado, no lo llevo bien, ayer no había esa arruga ahí. Cojo del estante un frasco de crema que cuesta sesenta euros y que no ha servido para evitar la aparición de la arruga del demonio. "Aún creo en ti", le digo al frasco de crema, con la fe puesta en que esa mezcla de ácido hialurónico y aceite de rosas de Persia sepa cómo parar el tiempo.

A lo mejor, ésa es la razón de tu desdén. Ya no puedo competir con esas niñas de veintitantos, jóvenes y firmes. Pero no, no puede ser eso, ¿verdad? Aún tengo las tetas más o menos en su sitio, y de momento no hay canas a la vista. Bueno, me salió una el mes pasado, pero la desterré y le dije que no se le ocurriese volver por aquí.

La culpa es mía, que soy muy poco exigente. Me conformo con cualquier cosa, con un abrazo cálido que no significa nada y con un beso húmedo libre de expectativas. No pido mucho y así me va. Está el pervertido, obsesionado con mi ropa y mis zapatos; el obsesionado que lo daría todo pero no hace nada; el que se queda por que no le hago caso, el que se marcha porque quiero soñar con él. Y yo, frente a mi espejo, con la cara de las mañanas raras, torcidas, pre-cafeinadas, si se me permite la invención de un nuevo término... Yo, que no sé por dónde tirar, porque cada vez que me propongo hacer las cosas bien, aparece quien me hace ceder. Estoy estancada en este estado y no avanzo, no me supero porque no aprendo.

Miro de nuevo las fotos. Todo encaja, eres tú. Ése eres tú, por mucho que yo quiera verte de otra manera e imaginar que haces otras cosas y dices otras palabras. Por mucho que trate de no olvidar tus gestos, que creí sinceros. Eres tú, y no te quiero.

Voy a preparar ese café.