jueves, 17 de octubre de 2013

Niñas Raras. Capítulo dos: La niña aburrida


Se llama Ana. Ha vivido toda su vida entre algodones blandos y tarjetas de crédito sin límite. Hija única y niña de los ojos de su padre, el constructor que se hace rico a golpe de burbuja inmobiliaria. Ana es alta y delgada. Tiene las piernas largas y flacas, como de gallina, y se le separan cuando camina, haciendo obvio el abismo que separa sus muslos. La espalda recta y la cabeza alta, no se arruga, es orgullosa. Sobre los hombros, una cabeza simétrica pintada con ojos grandes marrones y cubierta de pelo rubio teñido y lacio, poco abundante, poco espeso, largo hasta los hombros. La sonrisa es extraña, tiene una de las dos paletas más grande que la otra, un tanto sobrepuesta, y los caninos son demasiado prominentes. No digo que sea fea, no. No lo es. Es una mujer común entre las mujeres comunes.

Todos los días, Ana se levanta y se asea. Se recoge el pelo con una goma y se lava la cara con agua y un gel exfoliante muy caro. Luego se mete en la ducha de baldosas color crema y deja que el agua resbale por su espalda huesuda. Después, desayuna frugalmente. A veces toma un yogur desnatado o una manzana. Nunca bebe café. 

Ana escoge entre las toneladas de trapos caros que inundan su vestidor de cinco puertas. Siempre elige algún conjunto insulso con el que está mona, que se diría, pero poco más. Se seca sus pelos finos de color maíz fosco y se maquilla con sutileza. Ella es una señorita con clase, no va a ir por ahí pintada como una puerta.

Antes de salir a trabajar, Ana da un beso al niño con principios, que sigue durmiendo en su cama de matrimonio decente, con el brazo bajo la almohada y medio destapado. Solamente son las ocho de la mañana y el día es siempre demasiado largo.

El padre de Ana le consiguió un empleo a su hijita del alma. Uno sencillito, bien remunerado, claro. No en vano, hay una hipoteca millonaria que pagar. Es la jefa en la agencia inmobiliaria, poco importa si se quedó estancada en primero de bachillerato o si escribe con faltas de ortografía. No digo que sea mala en su trabajo. No lo es. 

El niño con principios se levanta a las diez. Se rasca la barriga y bosteza sentado en el borde de la cama. Es como el león que se ha dado un gran atracón para luego disfrutar de una larga siesta. Para ir de caza ya está la leona. Él sólo caza por placer y diversión. 

Se mete en la ducha y piensa en mí. Imagina cómo sería estar ahí, debajo del chorro de agua caliente conmigo, enjabonándonos sin perder el control. Ve mi cuerpo en su mente. Yo no tengo piernas de gallina. Es más, mis piernas son demasiado anchas y musculosas como para considerarse bonitas. En su mente calenturienta, me toca con las manos resbaladizas por el gel de baño. Ahora tiene una erección considerable. Se mira y empieza a tocarse. Primero son solamente caricias, luego se acelera considerablemente hasta correrse en los azulejos.

Se sienta a desayunar. Hoy toma huevos, pan tostado y un café. También ataca la tableta de chocolate negro que le tienta desde la nevera. No importa, luego quemará esas calorías prohibidas. Después del desayuno se viste con ropa deportiva, unos ciclistas negros y una camiseta transpirable. Se calza las zapatillas y sale a correr por la playa. La casa de hipoteca monstruosa se queda vacía.

Alrededor de la una, la niña aburrida vuelve a casa. Ya ha trabajado bastante. Suelta el bolso y va hasta la cocina. No sabe qué hacer de comer hoy. Seguro que el niño querrá macarrones o algún plato contundente. Ella se conformaría con una ensalada. Decide preparar ambas cosas. No es mala cocinera.

Cuando llega el niño con principios, Ana va vestida de andar por casa, con unos pantalones de pijama, una camiseta gris de manga corta y unas zapatillas. Se ha recogido el pelo en una coleta para cocinar y se ha desmaquillado. Al niño le gustaría llegar a casa y encontrarse una diosa del sexo vestida con camisón o ropa interior, lista para la acción. No le entusiasma ver a su mujer en pijama y lavando las hojas de lechuga bajo el grifo del fregadero.

Le da un beso en la mejilla.

-Estás sudado. -Le dice ella sin mirarle. -Dúchate mientras acabo de preparar la comida.
-Vale, cariño. No tardo nada. -Responde él, y le da otro beso, esta vez más cerca de los labios, y más ruidoso.

El niño con principios vuelve del baño y se sienta a la mesa. 

-¡Qué buena pinta, cielo! -Dice mientras ataca el plato de macarrones.

Ella sonríe y come su ensalada lentamente.

Durante la comida, la conversación es banal y vacía. Gira en torno a la emocionante vida de Ana en la oficina y la cantidad de kilómetros recorridos por el niño durante la mañana. Después de comer, Ana pone los platos en el lavavajillas y se lava los dientes. El niño con principios ya se los ha lavado. Ahora está estirado en el sofá, listo para su siesta.

-Ven aquí. -Le dice a Ana.
-¿Para qué?
-Ven aquí, anda. Vamos a estirarnos juntos un rato.

Ella lo mira desconfiada.

-Pero a dormir, ¿eh? -Apunta.
-Ven.

Ana se estira junto a su hombre, que ahora va vestido con unos pantalones cortos negros y una camiseta azul. Huele a jabón y a testosterona. Ella se abraza a él tiernamente y él tiene una erección. Empieza a acariciar el cuerpo de Ana y a buscar su boca. Ella se hace la sueca, hunde su cabeza en el pecho de él y comunica gestualmente que quiere dormir. Él insiste.

-Dame un beso.

Ella le da un beso seco en los labios.

-Va, a dormir. -Dice.
-Ahora no quiero dormir. 
-Pero yo sí.
-Podemos dormir después. ¿Recuerdas cuando estrenamos este sofá? -Insiste él, con tono pícaro.
-En serio, quiero dormir.
-Vale, vale. Duérmete.

Cuando Ana se queda dormida, él se levanta del sofá y va a la cocina. Se sirve un café y me envía un mensaje.

"¿Qué haces?"

Leo su mensaje dos horas más tarde, cuando salgo de trabajar, justo en el momento en que Ana se lava la cara tras su siesta. Él se ha pasado las dos horas esperando mi respuesta, bebiendo café y buscando tonterías en Internet. Cuando descubre que Ana se ha levantado, le pregunta:

-¿Quieres ir al cine?


Ana se acerca a él y le rodea con los brazos. Le da un beso y asiente. Así que se van al cine. Antes de entrar, él compra palomitas dulces y un refresco. Ella compra una botella de agua y chicles sin azúcar. Durante la película, él la acaricia tiernamente y busca sus besos. Ella se los devuelve sin demasiado entusiasmo. Hace años no veían la película, se pasaban la sesión con las manos y las bocas ocupadas en otros menesteres.


Cuando vuelven a casa, Ana prepara la cena. En el frigorífico hay patatas y merluza. Pela las patatas y las pone con el pescado en una fuente que luego mete al horno. Él vuelve a la carga. La rodea desde atrás con fuerza. Esta vez, ella no se resiste. Se besan apasionadamente y ella le conduce al dormitorio. No quiere echar un polvo en la cocina. Es una guarrada.

En la cama, desnudos, él la penetra con ganas, lleva todo el día deseando desahogarse. Cada vez le da más fuerte y, con cada embestida, se pone más y más cachondo. Para él, el sexo es una guerra violenta entre dos o más personas. Desea cogerla del cuello pero sabe que a ella no le gusta. Desea agarrarla del pelo pero sabe que ella no se dejará. Desea azotarla en el culo pero sabe que ella se negará. Así que él insiste en embestir con la fuerza de un animal, gruñendo a cada golpe. Y ella empieza a sentirse incómoda. Ella quiere que él le haga el amor, no que la violente. Quiere caricias tiernas, besos húmedos y un sexo amable. Pero él no. Le da la vuelta sobre la cama y la penetra desde atrás, mientras empuja su cabeza contra el colchón. Ella se revuelve y dice:

-Lo siento, no me encuentro bien. 

Y ahí se queda él, erecto y palpitante, empapado en sudor y rabioso. Sin embargo, dice:

-¿Qué te pasa?
-Nada. Solamente estoy un poco mareada. Creo que es mejor que me acueste.

Él asiente de mala gana, se viste y sale al comedor. Ella se mete en la cama. Esa noche, él no duerme. Saca el pescado del horno. Se ha quedado un poco seco. Luego se estira en el sofá y se hace una paja pensando en mí. Se corre y mancha un cojín. Después va a la nevera y se come lo que queda de la tableta de chocolate.

Respondo a su mensaje:

"Estoy bien. ¿Qué tal ha ido el día?"