lunes, 24 de septiembre de 2012

Naranjas de la China: Un finde en Hefei

El pasado fin de semana decidí abandonar Wuwei al menos por un par de días, así que pedí un taxi y me fui a Hefei, que es la capital de la provincia de Anhui y que se encuentra aproximadamente a unos doscientos kilómetros de mi lugar de residencia. Hice una reserva para la noche del sábado en el Hilton a un precio tan ridículo que no te permitiría dormir ni en el hall del Hilton en Barcelona. Una de las cosas buenas de vivir en China, y especialmente en esta zona, alejada de Shanghai y Beijing, es que algunas cosas son tan baratas que te dan ganas de pedirlas por docenas.

El taxi llegó a Hefei a mediodía. En el hall me esperaba Fabián, un arquitecto jienense que, después de vivir durante muchos años en Ibiza, se ha decidido a probar suerte en la aventura asiática. Conocí a Fabián en un foro de expatriados españoles en China y, teniendo en cuenta lo inmenso de las distancias en China, nos pareció que dos horas de coche era un trayecto abarcable para poder vernos y descansar del chino y del inglés. Fabián trabaja en una obra mastodóntica en LuAn, otra ciudad de Anhui (a la que en principio debía haber ido a parar yo), pero vive en pleno Hefei, que es una ciudad enorme y que cuenta con más habitantes que Barcelona. 

La ciudad es gris. En parte por el smog habitual en las ciudades chinas y en parte porque tampoco es que aquí se esmeren demasiado con las fachadas de los edificios. Aún así, como supongo que debe pasar en otras ciudades chinas y del resto de Asia, la ciudad engancha por lo extraño y sorprendente que habita sus calles, especialmente de noche.

Después de comer en un restaurante japonés (algo no muy bien visto en China y más aún estos días), nos tomamos un café y cogimos un taxi para ir al templo budista de Luzhoufu, un apacible rincón situado entre edificios de veinte o treinta pisos. Después, otro taxi nos llevaría al parque Xiaoyaojin, donde había apostada una pequeña feria con las mismas atracciones que se pueden encontrar en cualquier feria española y algunas otras no tan comunes, como una especie de burbujas enormes que flotan en el agua y dentro de las cuales se meten los niños. 

Sin darnos cuenta, se nos hizo de noche. Encontramos un restaurante en el que cada mesa tenía en el centro una especie de olla gigante y humeante. Alli te ponían algo parecido a un potaje con sopa, fideos, carne... para que fueses comiendo directamente de la misma. Aquella comida picaba como el mismo infierno, por lo que hicieron falta muchas cervezas para refrescar el gaznate.

Cuando terminamos de cenar, pedimos al taxista (en nuestro chininglés particular) que nos llevase donde fuese que hubiera ambiente nocturno. Acabamos en una calle enorme llena de locales de alterne, karaokes y clubs de lo más variopinto. La sala Phebe nos pareció la más normal, dentro de lo que cabe. El local estaba espléndidamente decorado, quizás un poco barroco, con muchos sillones de terciopelo, cortinas, fuentes, fuego...La música no estaba mal. Los camareros, ataviados cual Steve Urkel versión china, iban y venían cargados de bandejas de fruta, botellas de Möet y bengalas. Pedimos, no sin esfuerzo, una copa, y nos sentamos en la barra un rato. Lo más curioso de aquel lugar es que parecía una de esas sesiones light que algunas discotecas organizan para los adolescentes las tardes de domingo. No había absolutamente nadie tocando a nadie y ni un alma bailando.

Con el paso de las horas, el ambiente cambió. Apareció de la nada una versión china de Pitbull (véase: pseudocantante latinoamericano rey de las discotecas en todo el mundo) y animó el cotarro. Fuegos artificiales, coreografías imposibles y una música más animada empujaron a la gente a la pista de baile. Nosotros también nos animamos. Unas chicas nos pidieron fotos y nos dieron de beber té con whisky hasta no poder más. Fue una noche divertidísima y muy distinta a las noches españolas. No en vano éramos los únicos extranjeros en aquella sala donde todo parecía sacado de alguna película de ciencia ficción.

El domingo, sin resaca, fuimos a ver otro templo y la Bao Zheng's Ancentral House of Anhui. Me sigue pareciendo increíble que estos lugares puedan coexistir con los altísimos edificios, el caos del tráfico y las hordas de personas que te arrastran por la calle. Después de comer, Fabián pidió un taxi que me devolvió a Wuwei. Solamente puedo decir que ha sido un gran fin de semana y que, por el momento, me encanta este país.