miércoles, 18 de diciembre de 2013

La Navidad de Mr. Scrooge




Por segunda vez, voy a perderme las fiestas navideñas. Y sí, las voy a echar de menos. Jamás pensé que diría esto, teniendo en cuenta que yo era de las que, al llegar el quince de diciembre, deseaba con todas mis fuerzas que fuese quince de enero. 

Cuando empecé a estudiar en la universidad, trabajaba en una compañía aérea, así que me perdía las fiestas porque me tocaba trabajar el día de Navidad, el de Año Nuevo... Un tiempo después trabajé en una tienda, bueno, trabajé en varias tiendas. Y ahí fue cuando empecé a odiar de verdad la Navidad, que entonces suponía jornadas interminables, poco tiempo libre para celebrar nada y, lo peor de todo, la campaña de rebajas que empezaba justo después de las fiestas. Luego empecé a dar clases y, por fin, volví a tener vacaciones de Navidad, como cuando era pequeña. Por desgracia, nunca fui funcionaria, y trabajé la mayor parte del tiempo en la escuela privada, con lo que tener diez días libres suponía cobrar diez días menos a fin de mes. 

Ahora vivo en un país en el que Navidad es como un ficus, nadie le hace ni puto caso. No es su fiesta, no son cristianos ni lo han sido nunca. Tienen sus propias fiestas en épocas del año extrañas, cosas del calendario lunar... El caso es que, por una razón u otra, las Navidades me esquivan todos los años. Tengo una relación de amor-odio con el cumpleaños de Jesús.

Este año en el que el mundo no se ha terminado, aunque la civilización parece que está en el camino, habrá muchos que deseen, como yo, que sea quince de enero, o mejor aún, de junio. Habrá muchos que no podrán comprar tantas tabletas de turrón como para que duren hasta mayo. Habrá muchos que no puedan regalar a sus hijos lo que indica explícitamente la carta a los Reyes Magos. Habrá muchos que no tendrán ganas de cantar lo de los peces borrachos -¿o sedientos?-, ni de tocar la zambomba, ni de hacer cagar al tió, porque, hay muchos que ni siquiera saben dónde pasarán la Navidad, ni en qué circunstancias.

Yo sé dónde la pasaré. Estaré en mi pequeño piso de mi pequeña ciudad china, viendo "Qué bello es vivir" mientras me tomo un Rioja a la salud de los míos que, por suerte, aún tienen para comer turrón, aunque sea de marca blanca. Ojalá estuviese con ellos, sin importar lo que haya en la mesa, sin importar si ese jodido gordo de la barba se pasa por el barrio o no, sin importar más que el hecho de estar juntos, que, al fin y al cabo, de eso va la Navidad, por mucho que nos quieran vender la moto los de Freixenet.

Estas son las Navidades de la crisis, un tanto amargas, un tanto frías. Son las Navidades de Mr. Scrooge. Hasta la Navidad nos la han recortado. Sí, joder, esos señores que nos "representan", malas copias de un Grinch realmente malvado.

Al señor Scrooge no le gustaba la Navidad. Le parecía una época hipócrita en la que la gente malgastaba su dinero y su tiempo. No tenía a nadie que le amara. Luego llegaron sus fantasmas y terminaron por convencerle de que la Navidad no tiene por qué ser así, que si nadie le amaba, podía amar él a los demás. Si yo puedo celebrar mi navidad en China, sin mi familia, sin turrón de Suchard ni mi tradicional borrachera de cava, es que no está todo perdido. 

Desde China, felices fiestas a todos, a mi familia, a mis amigos, a mis amantes y a los benditos fantasmas del señor Scrooge.

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