domingo, 17 de agosto de 2014

Niñas Raras. Capítulo Doce: Todo



Un día, ella se sentó en la pequeña silla de madera, junto a las flores de calabaza, con un cuaderno sobre su regazo y un bolígrafo azul de esos que vienen con un botoncito arriba que, al apretarse, deja salir la punta plateada. Se sentó dejando caer un mechón de pelo sobre la frente despejada y encorvó un poco la espalda, aunque sabía que no debía hacerlo. Su madre se lo había repetido hasta la saciedad.

Sin darse cuenta, la niña feliz se sacudió de encima el mohín de los días mundanos porque sentía que tenía la imperiosa necesidad de cincelar su júbilo. Y de compartirlo. Y se puso a ello bajo el vuelo de las golondrinas que aún no se habían ido, porque todavía quedaba esa parte del verano, la tardía, la que se va llevando las horas de luz con el paso de los días.

Sobre el papel suave de las páginas de aquel cuaderno, hizo resbalar la punta del bolígrafo azul y escribió una única palabra: "Todo". Luego se quedó un buen rato pensando. Calculó la dificultad que suponía explicar algo tan complicado y se dio cuenta de una cosa. No le resultaba sencillo hacer bolillos con palabras hermosas, porque con ellas no pueden hacerse nudos. Viajan solas. Viaja solo el amor y viaja sola la esperanza. Y, aunque a veces se encuentren, viajan solos la alegría y el embrujo. Por sí mismos significan cosas, llenan el papel de significado sin más artificio que el de su propio nombre.

Es mucho más fácil tejer con penas, que ya vienen torcidas y dobladas. Además, encajan armoniosamente la desdicha, el dolor y el sufrimiento, el vacío y la frialdad. No hace falta hacer grandes esfuerzos para escupir los nudos deshechos del alma rota. Salen a borbotones, a través de la garganta rasposa, y pudren el aliento con su amargo sabor.

Ella pensó en el pasado, en los días en los que, como la niña María, había sido una niña triste, una niña amarga, y supo que jamás podría olvidar aquellos días grises, y pensó que quizás algún día volverían y que debería estar preparada para ello. Sin embargo, lo cierto es que pensó poco en aquello, porque en ese momento solamente podía pensar en el sol y en la luna, y en cómo transcurría el tiempo cuando uno es feliz. Las horas amargas suelen ser largas y eso deja tiempo al alma para pensar, para lamentarse, para desahogarse a ratos. El tiempo transcurre demasiado deprisa cuando no hay dolor, se solapan las horas y se mezclan los momentos y el poco tiempo que nos queda nos lo pasamos viendo la película una y otra vez.

El motivo de su felicidad era el niño de ojos vivarachos y hoyuelos en las mejillas, que traía con cada día un buen puñado de cosas buenas que ella atesoraba como quien guarda postales o monedas en cajitas del recuerdo. Entre las cosas que recibía, ella apreciaba especialmente las palabras que no se dicen, porque todo el mundo sabe que, en realidad, son las que más cuentan. 

Se decían muchas palabras el niño de los hoyuelos y la niña feliz. Hablaban constantemente. A veces hablaban de cosas insustanciales, y se reían. Otras veces hablaban de sentimientos. Y sonreían. Sin embargo, a pesar de la cantidad de palabras que se decían todos los días, cuando no usaban los labios para besarse, había otras muchas cosas que no decían. No es que les faltase franqueza a la hora de expresarse, y tampoco era culpa de la timidez. Se sentían cómodos el uno con el otro. Pareciera que hubiesen estado juntos siempre. Lo que sucedía era que, simplemente, no encontraban palabras lo suficientemente poderosas como para describir algunas de las sensaciones que de tanto en cuando les embargaban. Entonces debían hacer uso de otros recursos. Lo más increíble es que ese lenguaje sin palabras, inventado, no entrañaba secreto alguno para ellos, pues lo entendían a la perfección.

La niña feliz no sabía bien cómo plasmar este tipo de cosas en su bloc de notas, porque no estaba acostumbrada a hacerlo. A menudo recurría al cuaderno para deshacerse de aquello que atenazaba su alma. Pero ahora no se sentía así. Tenía la sensación de que, de alguna manera, no sabría describir sus sentimientos felices sin parecer demasiado cursi. No era sencillo.

Volvió al título y se sintió decidida. Pensó que "Todo" era un buen título. Al fin y al cabo, "Todo" era lo que él le daba. Todo lo que ella no había tenido en mucho tiempo. Le vino a la memoria la primera vez que bailaron juntos, aquella noche que iba a ser tan solo una velada entre amigos. Luego recordó la noche del vino. La temperatura era bastante agradable a pesar de estar ya a mediados de julio. Corría una agradable brisa campera que traía consigo el olor de la vid y de las noches de verano. Todo el mundo sabe cómo huelen las noches de verano en el Mediterráneo. Suelen ser una mezcla de buganvilla y jazmines, de sal y tierra que armoniza con el canto de las cigarras.

Él sostenía en la mano derecha una gran copa de vino tinto que emitía, con el movimiento, reflejos de metálico bermellón. Ella agarraba la suya bien fuerte, con la mano izquierda, dejando reposar sobre la vidriosa superficie de la misma las yemas de sus dedos temblorosos. Con la otra mano, se aferraba con relativa fuerza a la barandilla fría que les separaba de la noche en los viñedos.

La conversación fluía sin problemas y los pocos silencios que se permitieron no fueron incómodos. Al contrario, las pausas eran regalos que se agradecían a besos con sabor a tinto tibio. Él le hablaba de cosas que ella ya sabía, de cosas que debía aprender, de cosas. Ella escuchaba las palabras que salían de su boca y de vez en cuando compartía sus propias cosas con él. Y así, la noche se sucedió entre gestos y palabras y miradas. Y ella supo que aquello acabaría, en algún momento, hecho palabras en aquel cuaderno. Se reservó para sí los secretos de las paredes de piedra, pero nunca los olvidaría.

Cuando hubo escrito sobre las noches de bailes a la orilla del mar, de copas de vino entre los viñedos, de fuego, de cuerpos sudorosos, de mañanas entre sábanas de gominola, de paseos... se dio cuenta de cuán acertado era aquel título. Pensó que si un día se terminaban las noches o las mañanas, el título seguiría siendo bueno. Porque poco o mucho, el tiempo no era suficiente como para abarcar tanto. Todo. Y entonces sonrió. Y luego se deshizo entre sus propias palabras.


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