viernes, 27 de abril de 2012
Escribir es mentira
Lleva toda la tarde picándome una cita de Flaubert, autor de la obra maestra Madame Bovary, y necesito rascarme. Su afirmación podría resumirse en la creencia de que no debe uno escribir usando el corazón o la emoción. Me pregunto entonces cómo Wordsworth o Bécquer escribían sus poemas. Por otra parte, tampoco es posible, desde mi punto de vista de aprendiz de persona, escribir apelando exclusivamente a los sentimientos. De ser así, dudo mucho que los nombres de Derrida o Barthes tuviesen una octava parte de la importancia que tienen en el mundo de las letras.
Ahora bien, entonces, ¿cuál es el instrumento del escritor? ¿Se trata quizás de una combinación de su alma, sus conocimientos y sus experiencias? Según lo veo, no. Muchos escritores creen que uno no debe escribir jamás sobre lo que conoce, y otros creen exactamente lo contrario. Hay alma en muchas novelas y poemas, lo cual no exime la presencia del saber. Cualquiera que haya leído Hojas de hierba de Walt Whitman, sabe de lo que hablo.
Charles Bukowski escribió sobre sus escarceos con las mujeres, las drogas, el juego y los bajos fondos (sí, un angelito, el amigo) usando una prosa sencilla que cualquiera que sepa leer entendería. Y, sin entender demasiado, puede cualquiera con sangre en las venas disfrutar de Kafka o Emily Dickinson.
Regresemos a la cuestión del origen de la esencia literaria. La mentira. Sí, la mentira. Porque, al fin y al cabo, ¿no es la vida un circo, un teatrillo de marionetas, una ficción? Y los escritores hablan de la vida, interior o no, en China o en Pernambuco. Pura metafísica más o menos adornada con el talento de quien va más allá de lo que puede tocarse o verse.
Confieso, miento muy a menudo, ahora mismo, por ejemplo.
lunes, 23 de abril de 2012
23 d'abril, més que llibres i roses
Es creu que Sant Jordi fou un soldat romà. Avui dia, és una figura venerada en diferents religions com la catòlica, la protestant i l'ortodoxa. És el sant patró de diversos països, com ara Geòrgia o Anglaterra, on la bandera representa la creu de Saint George, que també està present en la Union Flag.
A Catalunya, el dia de Sant Jordi es recorda la llegenda del cavaller i del drac, de la rosa que neix de la sang de la bèstia. És el dia dels enamorats.
A més, el dia 23 d'abril es el dia del llibre, a Catalunya i a tot Espanya se celebren fires, exposicions, etc. Els autors signen les últimes novetats. Es fa entrega de premis literaris importants i es conmemora la mort de dues figures literàries clàssiques, Cervantes i Shakespeare.
Sant Jordi és un dia màgic pels que amem els llibres i les flors, un dia que fa olor d'autèntica primavera, un dia per gaudir.
sábado, 14 de abril de 2012
Abril
Esta noche he soñado contigo. Ha sido un sueño hermoso. Olía a jazmín y tú querías estar conmigo. Nos reíamos, me acariciabas el pelo, me mirabas bajo la luz de un abril de verdad, no de éste, frío y húmedo, que me está helando los huesos. No decías nada en mi sueño, pero no hacía falta. Me querías como hace mucho que nadie me quiere. Me conocías y sabías que me gustan las caricias en el cuello, y que agarres mi pelo cuando me besas. Sabías hasta qué punto deseo tus manos, y tus labios. Me dabas todo lo que quiero.
En algún momento maldito de la noche lluviosa, mi corazón ha dado un vuelco. Mi cabeza le ha dicho que todo era una farsa del teatrillo de mis fantasías, que se estaba riendo de él una vez más,... que no estabas ahí, ni tú, ni tus manos, ni tus labios, ni tu pelo, ni tu olor... que ahí no había nadie más que yo y mi soledad... Malditos sean mis pensamientos y también mis fantasías y maldito sea este abril de noches sombrías.
lunes, 9 de abril de 2012
Sex and other stuff
When the Spanish national team won the football World Cup in South Africa in 2010, there was a baby-boom, thus it was registrated a rise in natality index the very next spring. The most simple and obvious conclusion is that people have sex when they feel happy. However, similar data come out after a power cut (sex for entertainment?) or a cold wave (in search for human heat?).
Do we, then, give sex the value it actually deserves within our lives? If people just fuck (yeah, I know some of you make love) when they celebrate, when they get bored, when they feel cold or need to reinforce their ego... then sex is not different from going to the toilet.
This is the point where those who believe in sex with love raise their voices, because, if there are romantic feelings involved, sex seems to acquire a new sense. According to my experience... to have a shag when one is in love isn't better nor worse than a power cut shag.
Nonetheless, I don't believe sex being a simple animal need. Eating is a need, but we go to restaurants when we want to taste some exquisite dish, we put salt and other spices in our dishes and few people eat raw chicken or fish. I believe that the analogy sex-food works because, in spite of just looking for the physical or instinctive satisfaction, whenever we practice sex we also search for other things. People embrace, kiss, stare at each other, caress,... the experience goes always beyond the search for the final explosion. Even with strangers involved, there can exist a sort of communion at certain moments, a kind of connection one can only reach when sharing the most intimate. Love may move the world... but it's sex that shakes it off.
jueves, 5 de abril de 2012
Punto y aparte
Algunas personas no dejan de sorprenderme. Cuando creía que lo había visto todo, sucede algo que me descoloca por completo. Ser consecuente es difícil, siempre hay intereses de por medio. Ser fuerte también lo es, aunque cada vez menos, porque cuando has tropezado doce veces en la misma piedra áspera y fría, ya no apetece tropezar más. Voy apartando la piedra del camino, despacito, para no volver a verla. ¿Quieres saber si lloverá mañana? No soy la mujer del tiempo.
miércoles, 4 de abril de 2012
William Golding
El señor de las moscas (The Lord of the Flies), una novela sobre la condición humana, sobre nuestra esencia animal... la más cruda descripción de cuán frágil es la civilización... de cómo la justicia, la solidaridad y otros valores se pierden más allá de la frontera de la humanidad, cuando la naturaleza hace acto de presencia y los instintos se imponen. Simplemente una obra fabulosa.
The Lord of the Flies, a novel on human condition, about our animal essence... a raw description of how weak civilisation is... of how justice, solidarity and other values get lost far from the boundaries of humanity, when nature appears and instincts impose themselves. Simply said, a fabulous work.
martes, 3 de abril de 2012
Viaje a Cuatro. Diez: Desde el Mundo
Desde el mundo todo se ve negro. No existen los colores. Las sombras han devorado cualquier rastro de luz. En el mundo no transcurre el tiempo, al menos no del modo en que lo hacía a ojos de los hombres, lineal y predecible. El tiempo aquí es, por el contrario, flexible, elástico, maleable. Se estira y se encoge, cambiando de forma a su antojo. Puede ser rápido o lento, según la perspectiva desde la cual se observe su indomable naturaleza.
En el mundo, la soledad es eterna, infinita, inabarcable. No hay lugar para la razón o cualquier otra herramienta del pensamiento lógico. No hay sitio para la esperanza, el deseo o la voluntad. Aquí somos esclavos de nuestra propia existencia, justo en el mismo lugar en el que un día nos vanagloriamos por ser los dueños del universo conocido. Ahora ya nada nos pertenece, ni siquiera nuestra propia alma, que es efímera.
Volvemos a ser parte de un todo que nos supera, en el mundo de los sueños, donde sólo somos sombras.
Viaje a Cuatro. Nueve: Final del trayecto
Me pregunté si en la casa del prado cabría tanta gente o si la habrían
sustituido por un hotel de gigantescas dimensiones. La desaparición de los
Swanson quedaba ya muy lejana en el tiempo, a pesar de que apenas habían
transcurrido unos pocos días desde mi llegada a Cuatro. ¿Qué sentido tenía todo
aquello? ¿Acaso habían soñado lo mismo cientos de personas? ¿La misma noche?
Cómo podía saberlo, yo era sólo un agente de Across Stars, probablemente el
peor de todos. Pero yo seguía allí. Y Hans. La extraña pareja de insomnes
supervivientes.
Los ojos de Hans estaban hinchados y enrojecidos. Sus manos y sus rodillas
temblaban. Sin embargo, su voz era firme y clara y sus sentimientos hacia mi
persona irradiaban odio, desconfianza y resentimiento. Realmente me culpaba por
lo sucedido. A lo mejor él estaba en lo cierto y yo debería haber alarmado a la
gente, evitar que saliesen del salón, utilizando la fuerza si hubiese sido
necesario. Pero no lo hice y no sentía remordimientos por ello, sólo tenía
miedo de acompañarles si me dejaba arrastrar por Mr. Sandman.
Los s-lavs seguían allí. Ellos no dormían y, por ende, no soñaban. Cuando
sus niveles de energía alcanzaban el mínimo necesario para funcionar, eran
recargados haciendo uso de la Red. En pocos minutos estaban listos de nuevo
para picar, fregar, cargar, servir… en definitiva, para ser tan solícitos como
siempre. Ser simples máquinas les permitía seguir allí, ajenos a los sueños
raptores que se habían llevado a los frágiles terrícolas al nuevo hogar de los
Swanson.
Durante un par de horas, Hans y yo permanecimos en recepción, cada uno
sentado en un sillón de gato, absortos en nuestros pensamientos, escuchando
decenas de canciones a través del hilo musical. Mi mirada se mantuvo clavada en
el suelo, pues no quería levantar la vista para comprobar nuestra más absoluta
soledad. Un s-lav se acercó a Hans y le dijo algo en voz tan baja que no pude
oír. Éste se levantó inmediatamente y se acercó a uno de los mostradores del
hall. Se colocó los auriculares del telecomunicador y habló:
- Aquí el agente
7286 de Across Stars, permiso para aterrizar,pero no desembarquen a ningún
pasajero. Repito, no desembarquen. Cambio.
No pude escuchar al interlocutor, pero se trataba sin duda de algún oficial
del Halley, que habría regresado de Tres. Probablemente se hallase en la
estación aeroespacial, esperando recibir órdenes para empezar a enviar y
recibir naves de transporte de modo que pudiesen recoger a los turistas que
debían partir ese día, así como dejar en el hotel a los que traían desde la
Tierra para pasar sus vacaciones en el Bradbury. Pero allí no había nadie a
quien recoger, excepto yo. Los demás se habían esfumado esa noche.
- Les habla de
nuevo el agente 7286 de Across Stars, rogamos envíen nave de transporte sin
turistas. Cubierta diez, hangar dos. Nos encontramos en una situación de
emergencia. Repito: nos encontramos en una situación de emergencia, no envíen
turistas. Cambio.
Hans se quitó los auriculares y apoyó las manos sobre el mostrador,
agachando la cabeza en un gesto de desesperación. A diferencia de aquel tipo
enjuto a quien había visto perder al Doble-dos y apropiarse de lo ajeno, me
inspiró lástima. Me acerqué y le pregunté:
- ¿Eran los del
Halley?
- Sí.
-
¿Vienen?
- Sí, vienen.
-
¿No deberíamos
subir a las cubiertas de hangares?
-
Sube. Cuando
venga la nave de transporte, podrás irte junto con todos los demás. – Dijo,
derrotado.
- ¡Hans,
reacciona, joder! ¡No puedes quedarte aquí! ¡Vámonos!
Sin esperar su respuesta, le cogí fuertemente del brazo y casi le arrastré
hasta el ascensor. Subimos a las cubiertas de hangares. En el hangar número dos
de la cubierta número diez, esperamos la llegada de la nave de transporte.
Vimos como aterrizaba suavemente y como se abría la compuerta. No venían
turistas. De la nave, comandada por s-lavs, salieron sólo dos personas: Tya y
Verner.
- ¿Qué pasa, hemos
llegado tarde a la fiesta? – Dijo el viejo con sorna, sin saber que estaba en
lo cierto.
Luego me miró y añadió:
-
Joder, ¡qué mala
cara tienes!
Tardé un segundo en asimilar lo que estaba sucediendo. No reaccioné hasta
que vi los ojos verdes de Tya mirándome desde la compuerta. La preciosa Tya se
acercó y me abrazó fuertemente, para luego besarme como sólo ella sabía
hacerlo. Las palabras sobraban en aquel instante. Por un momento, me olvidé de
la situación en la que nos encontrábamos. Pero sólo por unos segundos.
- ¿Dónde está
Giada? – Preguntó Verner.
-
Hans es el nuevo
responsable del hotel. – Contesté.
Tya y Holbein examinaron brevemente al desaseado y
rendido Hans que se encontraba junto a mí, para luego volver a mirarme,
incrédulos.
- ¿Hans? ¿Este es
Hans? – Requirió el viejo.
- Sí. – Dije.
-
¿Y Hans no
habla?
- Nos encontramos
en una situación de emergencia. – Intervino Hans mecánicamente.
- ¿Cuál? – Preguntó Tya.
- Todos los
huéspedes del hotel han desaparecido.
- ¿Qué? ¿Cómo?
- Se durmieron.
A los ojos de mis viejos amigos, Hans debía parecer un chiflado de esos que
se han pasado media vida vagando solos por el espacio en misiones de
reconocimiento. Decidí intervenir y explicarles cuál era esa situación de
emergencia que debíamos afrontar. Como Verner me había dicho en más de una
ocasión, él no se consideraba a sí mismo un escéptico, por lo cual creyó mis
palabras a pies juntillas. A Tya, sin embargo, le costó un poco más llegar a
asimilar la traición de los sueños marcianos.
- No tiene
sentido. – Repetía.
-
Lo sé, cariño, pero aún así…
-
La gente no
desaparece así como así. Tenemos un cuerpo sólido incapaz de teletransportarse,
hasta donde sabemos. Es absurdo. ¿De dónde sacas esa conclusión?
- Yo también he
tenido sueños. Bueno, empezaron siendo sueños y acabaron siendo más bien
pesadillas.
- Pero tú estás
aquí. – Repuso Holbein.
- Sí, porque yo no
he cedido a su voluntad.
- ¿La voluntad de
quién?
- No lo sé, de
alguien, de quien se lleva a la gente a su mundo.
Me sentía tremendamente ridículo explicando mis sueños y paranoias a Tya y
a Verner. Hans escuchaba, ausente, sin participar de la conversación excepto
cuando se le requería. En mis pesadillas, todo era tan real…
- Está bien. – Dijo Tya. – Supongamos que estás en lo cierto… ¿dónde va
toda esa gente?
- A una casa,
creo.
- ¿A una casa?
Estamos hablando de la desaparición de cientos de personas. No caben en una
casa.
- Bueno, yo qué
sé. En mi sueño hay una casa. Vi a Jean Swanson allí.
- ¿Quién es Jean
Swanson?
- Vine aquí porque
Jean y Paul Swanson, dos turistas americanos, desaparecieron misteriosamente en
este hotel.
- No sabía que
eras detective.
- Y no lo soy. Lo
único que importa es que los Swanson fueron sólo los primeros. Ahora no queda
nadie. Excepto Hans y yo.
Verner seguía mis explicaciones al pie de la letra, interesándose por cada
detalle. Miró a Hans y le preguntó:
- ¿Tampoco tú
quisiste entrar en la casa, Hans?
- La casa da
miedo. A veces da miedo.
Todos nos quedamos mirando a Hans, el loco de la colina, por si hacía
pública alguna nueva revelación. Pero no fue así. Tya interrumpió el breve
silencio:
- Bueno, y ¿por
qué no hemos sido informados antes? ¿Por qué hacernos traer más gente sabiendo
lo que pasaba?
- Mendes no sabe
todo. No sabe que hoy no hay huéspedes en su hotel. Cree que las desapariciones
son pocas y ha estado tratando de escurrir el bulto para no perder beneficios.
Tya se quedó pensativa un instante y luego dijo:
-
Será mejor que
volvamos. Trasvasaremos a los pasajeros al Halley II y volveremos a Tres. Habrá
que informar de lo sucedido. Nosotros no pintamos nada aquí.
- ¿Y qué les
diremos a los pasajeros? – Preguntó Holbein.
- Les diremos que
hay problemas con los sistemas de presurización y compensación gravitatoria del
hotel, que su seguridad es lo más importante
para Across Stars y que la compañía les devolverá el importe de sus vacaciones. – Resolvió Tya.
- ¿Y qué hacemos
con los s-lavs? – Intervino Hans.
- No hacemos nada.
Ellos seguirán trabajando aquí. La compañía decidirá qué hace con ellos
mientras se resuelve este caos. Subid a la nave. Nos vamos. – Ordenó
Holbein.
Obedecimos a Verner y entramos en la nave de transporte. El comandante nos
pidió que nos abrochásemos los cinturones de seguridad. Luego dio la orden a
los s-lavs de que se pusieran en marcha. Transcurrieron algunos minutos y la
nave no se movía. Los motores no se pusieron en marcha, las luces no se
encendieron. Verner tomó de nuevo la radio y volvió a ordenar a los s-lavs que
pusieran rumbo al Halley y los s-lavs siguieron sin obedecer.
Una sensación familiar y aterradora me embargó. Miré a mi derecha y vi a
Tya, inmóvil, mirando por su ventanilla. Frente a mí, Hans se había quedado
dormido. Verner me miraba fijamente, con ojos vacíos de cualquier sentimiento.
Y entonces, empecé a oírlas de nuevo. « ¿Adónde
vas? No puedes irte… sólo faltas tú.» Las voces de mi sueño me acosaban de
nuevo, más amenazadoras que nunca. Traté de soltarme el cinturón, pero no pude.
Estaba aterrorizado. Por lo que sabía, no estaba dormido. Ninguno de los cuatro
lo estábamos. Como si alguien estuviese leyéndome el cerebro, escuché: «No estás dormido». Poco a poco, mi
visión de la nave de transporte fue desapareciendo, estaba siendo sustituida
por el clásico escenario de mis pesadillas marcianas.
La casa apareció ante mí. Y el prado, las flores y los árboles. Era un
precioso día soleado de primavera. Como siempre. Todo debía ser idílico para
que la atracción nos condenase igual que a Eva. «¿Por qué?», pregunté. Nadie contestó. Ahora sólo se escuchaba el
canto de las alondras y el silbar del viento. Miré a mi alrededor. Vi a Verner
caminando hacia el porche. «¡No!»,
grité. Quería decirle que no siguiese acercándose a la casa, pero ellos me lo
impedían. El viejo caminaba lento pero sin pausa. Se agarró a la barandilla y
subió los escalones. Traté de correr hacia él. No me moví. Abrió la puerta y se
perdió en la penumbra. Me eché a llorar. Nunca había llorado de aquella manera,
sollozando como un niño, víctima de la más absoluta desesperación. Podía sentir
el calor de mis lágrimas saladas resbalando por mis mejillas, podía sentir la
desolación de la pérdida y el modo en que mi garganta se resecaba por la
congoja.
Las voces mostraron su lado más cruel: «Verner no está, Verner no está». Oí
carcajadas que provenían de todos los puntos del valle. Sucios cabrones,
malditos bastardos. Quienesquiera que fuesen, sabían que no podría ir a ninguna
parte. Yo sólo me resistía algo más de lo habitual, pero caería en sus redes
tarde o temprano, y ellos lo sabían. Súbitamente, recordé a Hans y a Tya. «¿Dónde…?», me pregunté. «Hans no está, Hans no está», me
contestaron. En ese momento, distinguí la silueta de Hans a través de una de
las ventanas de la casa. «¡Hans!»,
grité. Las voces siguieron jugando conmigo: «Jean no está, Paul no está, Giada no está, Verner no está, Hans no
está… y Tya no estará». ¿Dónde estaba Tya? «¡Tya, Tya!¿Dónde estás?».
Tya estaba recogiendo flores. Parecía que le gustaban las flores amarillas.
Estaba confeccionando un hermoso buqué de flores amarillas de todas las clases.
Aunque yo le gritaba, no parecía oírme. Seguía recogiendo flores, las olía, las
miraba. «Tya, ¡ven aquí!», le pedí,
desesperado. Me ignoró. Cuando consideró que ya tenía suficientes flores, se
irguió y se dirigió hacia la casa, como ya habían hecho Hans y Verner. Alcanzó
la escalinata y se paró. Se giró y, mirándome con una enorme sonrisa en los
labios, dijo: «Ven con nosotros,… ven al
mundo». Dejé de sentirme inmóvil y corrí tras ella. Yo corría y corría,
pero no alcanzaba la escalinata. Ella se movía lentamente. Abrió la puerta y
entró. Yo seguí corriendo hasta llegar al porche. Ahora ya no me quedaba más
remedio que entrar ahí, por mucho miedo que tuviese. No podía dejar que se
llevasen a Tya. No pensaba permitirlo.
Me interné en la oscuridad de la casa. El interior no era el mismo que
había visto en el sueño en el que Giada preparaba la comida. Ahora no había
nada allí: ni mesa, ni sillas, ni menaje, ni chimenea, nada. Solamente la más
absoluta oscuridad. No vi a Verner o a Hans. Tampoco vi a Tya, aunque había
entrado pocos segundos antes que yo. Allí no parecía haber nadie. Pero las
voces me sacaron de mi error: «No estás
solo. Nosotros estamos aquí. Todos estamos aquí,… en el mundo». Me sentía
como un ratón atrapado en su propia ratonera. Retrocedí, buscando a tientas el
pomo de la puerta. Tenía que salir de allí como fuese. «¿Dónde está la puerta?», pregunté. «¿Qué puerta?», contestaron. Ya no había puerta, ya no había casa,
sólo penumbras marcianas en el mundo de los sueños, donde somos etéreos,
transparentes sombras que vagan por el mundo.
Viaje a Cuatro. Ocho: Insomnio
Jamás fui demasiado amigo de las casualidades ni un devoto de las
coincidencias y no tenía ninguna intención de empezar a serlo en aquel momento.
Que los sueños, o más bien pesadillas, podrían estar directamente relacionados
con las crecientes desapariciones era, más que una simple suposición, una
clarísima evidencia. Ahora bien, los vínculos o nexos que unían ambas
realidades, así como sus correspondientes explicaciones lógicas, seguían siendo
un misterio para mí. Sin embargo, podía presumir de ser de los pocos en llegar
a dichas conclusiones a través de mi propia experiencia personal y del objetivo
análisis de los hechos, al menos por el momento.
Los sueños con la casa del prado habían empezado en Cuatro, a mi llegada al
Bradbury, cuando aún creía que los Swanson estarían probablemente encerrados en
algún cuarto de las escobas. Poco a poco, la vivencia onírica había ido
cambiando. Lo que fue hermoso se tornó pérfido, lo hogareño se transformó en
ajeno, la sutil atracción se convirtió en terror. Y luego estaban las voces,
los susurros. Y también los gritos. Los chillidos descarnados de Paul a lo
lejos, la llamada de quienes me requerían, los llantos. Y Giada pidiéndome que
me quedase a comer. Lentamente, el mismo
sueño se había ido transformando, añadiendo y eliminando decorado y personajes.
Ahora Jean Swanson atrapada por la mano gris; ahora Giada sirviendo el
almuerzo. Y Paul, que estaba allí también, aunque no le había visto aún.
Estaba casi seguro de que los otros también habrían traspasado la línea,
todos los que habían desaparecido del hotel, y de otros hoteles de Cuatro.
¿Pero cómo? Los sueños son sólo manifestaciones de nuestras preocupaciones,
obsesiones, alegrías, tristezas, frustraciones y empeños. Constituyen el
teatrillo de nuestra mente, que trata de poner en orden el caos en nuestra vida
interior. Nada más. Desde tiempos ancestrales, el hombre había tratado de
interpretar el significado de los sueños, intentando dar con la explicación
lógica del porqué de nosotros mismos persiguiendo a mamá con un gran cuchillo
en las manos. En la antigüedad, muchos pueblos y civilizaciones entendieron los
sueños como revelaciones divinas o demoníacas que podían revelar el porvenir de
quien soñaba. El antiguo pensador Freud entendió la interpretación de los
sueños como una útil herramienta de acceso a nuestro inconsciente. Pero esto
era muy distinto, al parecer. Si las experiencias oníricas en Marte tenían
alguna relación directa con el acceso voluntario o involuntario a otros mundos
o realidades, estábamos si duda ante un gran descubrimiento que me producía un
miedo enorme.
El asustado Hans y yo fuimos a la habitación de Giada, sita en la planta
para empleados. Abrimos haciendo uso de la tarjeta codificada. Dentro, todo
parecía limpio y ordenado, aunque la cama estaba deshecha. En el pequeño
armario había ropa y sobre la mesilla yacía un volumen de La Noche, de Marvin Johnson. Cualquier persona hubiese dicho que
Giada se había levantado para ir a desayunar y que había dejado la cama sin
hacer. Nada hacía pensar que se hubiese ido para siempre, pues sus cosas
seguían allí y además no se había despedido. Por si eso fuese poco, su tarjeta
codificada también se encontraba allí, en un estante junto a la puerta. Hans me
miró y dijo:
- ¿Quién se marcha
dejando la tarjeta dentro? La puerta no se abre sin la tarjeta.
- Ya. – Contesté.
- ¿Ya? ¿Y cuál es
tu explicación? Sus cosas siguen aquí, la he buscado por todo el hotel, he
intentado comunicarme con ella mediante el transmisor interno, he realizado
llamadas desde recepción…
- No lo sé, ¿vale?
Estoy igual que tú.
- Crees que le ha
pasado lo mismo que a los Swanson, ¿verdad? Lo mismo que a los últimos
huéspedes desaparecidos. Crees que se los ha tragado la tierra a todos y que ya
no la encontraremos…
-
No creo que se
los haya tragado la tierra, Hans.- Dije, intentando parecer calmado.
- ¿No? ¡Pues dime
dónde cojones están! Y dime… ¿estaremos mañana aquí tú y yo?¿eh? ¡Dime!
-
¿Quieres hacer
el favor de calmarte? Así no me ayudas a pensar, ¿vale?
Lo cierto es que no había una explicación racional para nada de lo que allí
estaba teniendo lugar. Y si la había, ni el desquiciado Hans ni yo la
conocíamos. Además, nosotros no éramos más que un par de empleados de Across
Stars, y no precisamente del entre los más competentes. Aquello sin duda nos
superaba. ¿Qué debíamos hacer? ¿Le diríamos a la gente que no durmiese porque
el tren de los sueños marcianos no incluía billete de vuelta?
Por otra parte, yo no quería quedarme allí, mi intención era marcharme a
Tres en el crucero que partiría de Marte el día siguiente. Ni por todo el oro
del mundo pensaba continuar allí. Hablaría con Mendes y le diría que se
apañase, que enviase a alguien que de verdad pudiese hacer algo útil aquí. Sin
embargo, hasta que el Halley no llegase por la mañana, Hans y yo estábamos al
mando allí y era nuestro cometido evitar que más gente desapareciese esa última
noche.
- Organiza un
cotillón. – Le dije.
-
¿Un cotillón?
¿Esa es tu genial idea?
-
Si están en una
fiesta, bebiendo y bailando, no estarán durmiendo. – Aclaré.
- ¿Y qué hay de
malo en que duerman?
Al parecer, había sobreestimado la inteligencia de mi amigo Hans.
-
¿Es que no te
das cuenta? Todos desaparecen mientras duermen. La última vez que hablé con
Giada se iba a descansar. Su cama está deshecha y no ha salido de la
habitación.
- Eso no lo
sabemos.
- Joder, Hans, ¡es
evidente!
Se calló un momento, imagino que para asimilar la nueva información
recibida.
- Un cotillón…
- Sí. Para
celebrar la última noche en Cuatro. Como si fuese fin de siglo. Mucha comida,
bebida para un regimiento, música y diversión hasta el amanecer.
-
Ya, pero aquí
hay alojadas muchas momias que dudo aguanten una noche entera de fiesta.
- Bueno, pero
cuanto más tarde se vayan a dormir, menos posibilidades de que se los trague la
tierra.
- Tú y tus
conclusiones sois realmente sorprendentes. – Dijo con ironía.
-
Será mejor que
empieces a organizarlo todo. Yo intentaré hablar de nuevo con Mendes.
- Sí, señor…
¿alguna orden más?
-
Sí. Si puede
ser, no te quedes dormido. Te veo luego.
Hans salió de la habitación delante de mí. Por descontado que no creía una
sola de mis palabras, pero era lo suficientemente listo como para no
contradecirme, teniendo en cuenta las circunstancias a las que debíamos
enfrentarnos.
De nuevo en mi habitación, usé el telecomunicador para intentar hablar con
Mendes, pero no hubo suerte. Me senté en uno de los sofás durante algunos
segundos. Ni siquiera yo creía que el cotillón pudiese funcionar. Hans tenía
razón. Sí, la gente bebería, bailaría, vomitaría y luego se iría a dormir o a
fornicar. Deseé que se fuesen todos a fornicar.
Era la hora del almuerzo. Me acerqué al comedor a palpar el ambiente. Una
señora de mediana edad hablaba en susurros con quien parecía ser su hija. No
pude seguir la conversación, aunque sí cogí al vuelo el asunto sobre el que
murmuraban: la desaparición de más gente. No parecían asustadas, sino más bien
confusas e intrigadas, como si sospechasen que los desdichados hubiesen salido de excursión o cambiado de hotel. Esa
idea me recordó que el Ares también había visto desaparecer a varios de sus
huéspedes, y si el Ares y el Bradbury estaban siendo víctimas de la plaga de
los sueños marcianos, por llamar de alguna manera a aquellos siniestros
sucesos, sin duda el Mars también habría visto volatilizarse a algún que otro turista.
Pero esto eran sólo suposiciones, claro.
Almorcé tan deprisa como pude. Volví a la habitación e intenté de nuevo
hablar con el jefe. Seguía sin contestar. Me pregunté si no sería mi obligación
informar a Cosmic de la situación, pero finalmente decidí que si Mendes se
enteraba de que había hecho algo parecido, me cortaría los huevos. Al fin y al
cabo, la seguridad de aquellos pijos me importaba un bledo. Yo sólo quería
salvar mi culo, por eso debía mantener con vida a los huéspedes del Bradbury.
Sólo por eso.
Hans vino a buscarme poco después. Su gesto decía a voz en grito que
aquello estaba siendo demasiado para él.
- Ya está. Los
s-lavs se encargarán de todo: comida, bebida y baile. Nuestros clientes están
encantados con la idea de un baile de fin de curso. ¿Tienes ya pareja?
Lo dijo con una mezcla de rabia y resentimiento que nacía, sin duda, de la
aversión que sentía hacia mí.
- ¿A qué hora
empieza la noche de los muertos vivientes? – Dije.
- A las nueve. Y
más te vale estar allí.
- No me lo
perdería por nada del mundo. – Contesté. –
Quizás deberías descansar o esta noche no aguantarás. – Añadí.
- Creía que no me
estaba permitido dormir. – Murmuró Hans con indiferencia.
- ¿Quién habla de
dormir? Estírate un rato, date una ducha y come algo. Pero no cierres los ojos.
-
A la orden, mi
capitán.
Me quedé solo otra vez. Bajé a recepción. En los paneles electrónicos
informativos se anunciaba el gran evento: un baile de gala para despedir la
estancia en el planeta rojo por todo lo alto. Imprescindible vestir de etiqueta,
claro. Busqué entre los empleados que correteaban por el hall a alguien que no
fuese un robot. Junto a la fuente, una chica joven, aunque no tanto como Giada,
atendía amablemente a un huésped que le preguntaba acerca del cotillón. Esperé
que terminase y me acerqué.
- Perdone,
señorita ¿podría hacerme un favor?
La chica, que respondía al nombre de Silvia Hernández, me miró extrañada
pero solícita al mismo tiempo.
- Claro… dígame.
- Necesito que
vaya a la enfermería y consiga todos los estimulantes que pueda.
- ¿Estimulantes?
Abrió los ojos como platos y me miró como si estuviese loco, pero se mostró
dispuesta a colaborar.
- Sí, claro… a la
enfermería. Sí, se los pediré a Hanif. Aunque es probable que me pregunte…
- Sólo dígale que
son para mí, ¿de acuerdo?
- De acuerdo, pero…
¿para qué necesita usted estimulantes?... perdón, no quería ser entrometida.
Disculpe. Se los pediré a Hanif.
-
Gracias… Silvia.
Silvia asintió con la cabeza y se alejó.
Subí al bar con la intención de
tomar una copa de licor, aunque deseché la idea casi al instante, pues
el licor me habría producido somnolencia, más aún después de comer. En su
lugar, tomé un zumo de bayas. Una hora después fui al dormitorio de Hans, para
asegurarme de que seguía despierto. Llamé a la puerta con los nudillos. Nadie contestó.
Volví a llamar. No hubo éxito. En ese momento me invadió un ridículo miedo a
perder a Hans. Empecé a gritar su nombre desde el pasillo. Cuando estaba a
punto de tirar la puerta abajo, Hans abrió.
-
¿Tampoco puedo
ducharme?
- Pensé que…
-
Sí, bueno, no te
negaré que me caigo de sueño, pero aún resisto. ¿Y tú?
- He pedido
estimulantes.
- Ajá. – Soltó con
indiferencia.
- No son para mí.
- ¿No?
- Son para todos.
Los pondremos en la bebida. – Dije, casi emocionado.
Hans me miró arqueando una ceja y espetó con gran sarcasmo:
- Uy, ¡qué bien!
Será como en la universidad…
- Si no se te
ocurre nada mejor…
- Vale, lo siento,
estoy cansado.
- Voy a ducharme y
a afeitarme. Nos vemos en un par de horas en el salón de baile. Por lo que más
quieras, no te duermas…
- Pues tráeme esos
jodidos estimulantes.
- ¿Para qué? ¿Para
que los pierdas jugando a Doble-dos?
-
Vete a la
mierda.
Cuando salía de la ducha, llamaron a mi puerta. Era Silvia. Traía una
docena de botecitos llenos de estimulantes. Aún así, aquello no era ni de lejos
suficiente para los cientos de huéspedes del hotel.
- ¿Sólo había
esto?
- ¿Por qué? ¿No
son suficientes? Aquí hay muchos…
- Está bien, no te
preocupes. Será suficiente. Gracias.
Silvia se marchó deprisa, como si temiese que le pidiera alguna cosa más.
Seguramente pensaba que yo estaba loco o algo así. O que era un drogadicto.
Me afeité y me vestí elegantemente. Cogí los botes de pastillas y los
guardé en una pequeña bolsa de plástico. Al salir al pasillo, pude respirar el
ajetreo que los turistas se traían entre manos, escogiendo atuendo y
complementos, excitados por el gran evento. Subí al ascensor y pulsé el botón
de la planta en la que se encontraba el salón. Era gigantesco. Más de veinte
salas interconectadas, miles y miles de metros cuadrados de suelos relucientes
y decoración exquisita. Mesas de bufé y barras de bar preparadas con mimo para
la ocasión. Y no había un solo sofá.
Bien por Hans. Después de todo, no era tan idiota. Si los huéspedes no se
sentaban, sería más difícil que les entrase el sueño.
Vi a mi cómplice dando instrucciones a los músicos. Cuando se percató de mi
presencia, se acercó.
- He pedido a los
s-lavs que preparen ponche de alga dulce con licor, así será más fácil
boicotear las bebidas. Las jarras están aún en las cocinas.
- Vale. Espérame
aquí. No tardaré.
En total habría unas mil doscientas pastillas, aproximadamente. Las dividí
y las deshice en el líquido morado, esperando que aquello sirviese de algo y
nuestros invitados a la fiesta aguantaran la marcha hasta la salida del sol.
Una pareja de s-lavs empezó a sacar jarras de mi cóctel especial a las mesas de
bufé.
A las nueve menos cuarto, el gran salón de baile estaba a rebosar. Los
músicos calentaban el ambiente y sus canciones llegaban a todos los rincones,
animando a la gente paulatinamente. Todo el mundo se había vestido de punta en
blanco para la ocasión y a nadie parecía importarle en ese momento si sus
vecinos de pasillo habían pasado a mejor vida. Todo transcurría según lo
planeado, pero aún era temprano. Hans y yo probamos el cóctel de la casa para no
quedarnos fritos. Su efecto estimulante apenas se notaba. Como mucho, sentía
uno esa falsa felicidad que también reporta el alcohol. Bueno, habría que
esperar a que fuese efectivo.
A eso de las once y media, cuando la comida de las mesas empezó a desaparecer,
la gente empezó a beber más. Parecían divertirse de lo lindo, no como nosotros,
que éramos una pareja de infelices con ideas estrambóticas que difícilmente
salvarían el mundo. Los huéspedes charlaban, se reían, se besaban y no paraban
de bailar. Todo parecía perfecto. Y de hecho, la cosa funcionó a las mil
maravillas hasta las tres y media de la madrugada, cuando se fue la luz.
La gente se asustó y empezó a gritar, aunque la oscuridad no era total,
pues se activaron las luces de emergencia. Hans fue corriendo a transmitir un
mensaje por megafonía para llamar a la calma, mientras yo apremiaba a un grupo
de s-lavs para que fuesen a revisar la instalación y a tratar de solucionar el
problema. Pasaban los minutos y la luz no volvía, pero al menos los asistentes
a la fiesta habían dejado de chillar. Después de un cuarto de hora, muchos
empezaron a abandonar el salón de baile, activando sus tarjetas para volver a
sus habitaciones. Hans trataba, por megafonía, de impedir que el salón se
vaciase:
- Esperen, por favor,
estamos solucionando el problema. Pronto estará arreglado. Lo más probable es
que el viento o algún rayo hayan dañado la instalación. Por favon, no se
marchen, la fiesta aún no ha terminado…
Nadie le hizo caso. Poco a poco, todos se fueron a dormir, sin saber nada
del peligro que corrían sus vidas. Podríamos haber empezado a gritar como
histéricos «¡No vayan a dormir o morirán!», pero no me pareció que dar la
alarma y causar el caos en un lugar como aquel, abarrotado de gente y sin la
más mínima posibilidad de salir al exterior, fuese una buena idea. Eso
suponiendo que nos hubiesen creído y que no se hubiesen desternillado a costa
nuestra. Por eso me resigné a dejar que se marchasen. ¿Qué otra cosa podía
hacer? Además, los s-lavs que había enviado a revisar la instalación no habían
regresado aún, con lo que imaginé que la luz podía tardar horas en volver.
Hans, sin embargo, no parecía dispuesto a abandonar e incluso me reprochó
que me rindiese tan pronto:
- ¡Tenemos que
decírselo! ¡No podemos dejarles ir!
- Hans, no podemos
hacer nada. Será mejor que nos vayamos a dormir también tú y yo.
- Pero… tú dijiste
que no podíamos dormir… ¡lo dijiste!
- Oye, yo también
puedo equivocarme vale, lo de los sueños sólo es una teoría, a lo mejor es una
teoría estúpida y absurda. – Dije, intentando parecer calmado, aunque estaba
derrotado, en realidad. – No podemos
impedir que cientos de personas se vayan a dormir. Son más de las cuatro y no
hay luz. Debemos mantener la calma. En unas pocas horas, llegará el Halley y el
Halley II partirá rumbo a la Tierra. Son sólo unas pocas horas.
- Claro, ahora lo
entiendo, lo único que te importa es tu culo, ¿no? Pero yo no me voy en unas
horas, yo tengo que quedarme aquí ¿sabes?
No contesté. Tenía razón, pero a mí no me quedaban fuerzas para discutir
con él. Abandoné el salón y activé mi tarjeta con el código de mi habitación.
No tenía sueño, estaba demasiado excitado con todo lo que había sucedido y
quizás los estimulantes también hubiesen hecho su trabajo. Al cabo de una hora
la iluminación de emergencia se desconectó automáticamente y volvió la luz.
Recogí mis cosas. Quería tenerlo todo preparado para cuando empezasen a llegar
las naves de transporte. Guardé la ropa y el neceser, dejando el sobre ocre y
los papeles sobre la mesilla. Ya no los necesitaba para nada. Me estiré en uno
de los sofás y pensé en Tya. En unas pocas horas tal vez la vería, si todo iba
bien.
A las seis, y sin haber dormido nada, me duché y me dirigí al comedor por
última vez durante mi estancia en el Bradbury. El comedor estaba vacío, excepto
por los s-lavs que preparaban el desayuno diligentemente. No había nadie. Ni un
alma. Era temprano, es cierto, pero, teniendo en cuenta el más que numeroso
grupo de huéspedes que acogía el hotel, así como el servicio de comidas ininterrumpido
del mismo, en los comedores siempre había gente. Hasta ese día. Miré a mi
alrededor, más sorprendido que asustado. Mesas y sillas vacías, nadie en la
cola del bufé. Silencio casi absoluto. No encontré una explicación.
Bajé a recepción. Los agentes humanos brillaban por su ausencia. Sólo había
empleados robóticos allí, como si la cosa no fuese con ellos, haciendo sus
tareas con la misma entrega de siempre. Fui a buscar a Hans, temiendo lo peor.
No le encontré en su habitación, ni en el bar, ni en la sala de juegos. Volví
de nuevo a recepción. Estaba sentado en un sillón azul, con la cabeza entre las
manos y los codos apoyados en las rodillas. Me paré ante él, sin decir nada. No
pareció reparar en mí. Pasaron unos segundos, entonces levantó la cabeza y, con
los ojos inundados me dijo:
-
Es culpa tuya.
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